Dictadura y prosperidad
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Dictadura y prosperidad
Foto: StockSnap/Pixabay.

Escuché con una dosis de asombro una anécdota reciente de un estudiante universitario que declaró su preferencia por un dictador para resolver los problemas del país. El profesor que me relató la anécdota había dedicado parte de la sesión a reseñar las implicaciones de un peso fuerte sobre la economía nacional. El tema abrió la puerta a una reflexión más amplia sobre los desafíos de desarrollo en la que los estudiantes compartieron puntos de vista diversos.

Aunque en muchas charlas de café y académicas he escuchado enunciados parecidos, no deja de asombrarme cuando un joven desea renunciar a su propia libertad y, quizá sin darse cuenta, busca retornar a la infancia para permanecer sujetado a los designios de algún adulto. En esa clase de utopía es mejor dejar de pensar, entregarle a alguien la tarea de decidir lo permisible y vivir en una suerte de idilio protector a cargo de un hombre o mujer fuertes que se supone saben lo que nos conviene.

Comentarios similares los he escuchado de adultos, que por cierto aparecen en proporción creciente en las encuestas de Latinobarómetro como desencantados con la democracia. “Lo que aquí se necesita es alguien que ponga orden”, dicen como si un país funcionara bajo las mismas premisas que un hogar patriarcal. El orden propuesto es siempre una nebulosa que a partir instrucciones dictadas autoritariamente y que deben cumplirse so pena de un gran castigo convertirán en realidad la agenda de izquierda, centro o derecha de quien promueve al dictador. Los beneficios se materializarán muy pronto y llegarán a la mayoría de la población.

Si construyéramos un cuadro con dos columnas, una a la izquierda con el listado de dictadores a lo largo de la historia y la otra a la derecha con el registro de sus resultados, por ejemplo, el aumento o disminución en el tamaño de la economía nacional, encontraríamos sin duda casos de éxito. Ahí estaría el Singapur bajo el mando de Lee Kuan Yew –un recurso común en las charlas de este tipo–, el Dubai del jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum y hasta la China del Partido Comunista Chino a partir de 1978. Pero ahí estarían también la Uganda de Idi Amin, la Camboya de Pol Pot, la China de Mao Zedong y una larga lista de regímenes dictatoriales de todos los continentes cuya versión del “orden” trajo muchísimo más zozobra que alegría. 

Si extendiéramos el cuadro para incluir a las democracias, el registro terminaría favoreciéndolas. Aunque aparecerían casos de magro éxito económico, como la India previa a la década de los 90, brillarían los resultados de Alemania, Francia, Japón, los países escandinavos y Estados Unidos. Ya no sería tan claro que las dictaduras son la ruta a seguir para conseguir un mayor crecimiento económico. 

Es probable que quienes abogan por “un hombre fuerte” (no me ha tocado escuchar todavía que alguien diga “se requiere una dictadora”) tengan más bien en mente a un Estado fuerte. Supongo que como mínimo esto significa contar con un Estado capaz de recaudar impuestos para garantizar la seguridad de sus ciudadanos e impartir justicia bajo procedimientos aceptados y transparentes. Pero eso se consigue de distintas maneras y no es evidente que la dictadura sea el camino para lograrlo. Hay democracias y dictaduras con Estados fuertes, débiles, semi-fuertes, cuasi-débiles y a saber cuántas variedades de capacidades para intentar imponer el orden.

Quizá “Estado fuerte” signifique también contar con un Estado cuyo objetivo es conseguir el bienestar general y no de un solo grupo. Aquí la conversación entra en sutilezas aun no resueltas. ¿”Bienestar general” definido cómo? ¿El que surge del conjunto de decisiones de Lee Kuan Yew, Idi Amin, el parlamento británico, el congreso estadounidense, cualquier congreso nacional? Las ramificaciones de esta conversación son múltiples, de consecuencias inmensas y evidentemente imposibles de cubrir en un espacio breve. Baste con reconocer que las naciones debaten estos límites y alcances de manera cotidiana desde hace milenios, y que es imposible satisfacer a todos todo el tiempo.

Las democracias llevan la delantera en la generación de prosperidad, porque si bien pueden elegir a un Idi Amin, cuentan con los mecanismos para impedir que se quede por largo tiempo en el poder y, en principio, limitar sus excesos mientras lo ejerza. Son un medio para evitar la tiranía, como lo señalaría James Madison hace más de 200 años. Esos mecanismos incluyen libertades de expresión y asociación que facilitan la innovación, la única fuente hasta ahora conocida para elevar la productividad de un país de manera sostenida.

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