Ese rey que soñamos ser
Erre que erre

Licenciado en Periodismo y Medios por el Tecnológico de Monterrey y Máster en Teoría de la Cultura y Psicoanálisis por la Universidad Complutense de Madrid, España, país en el que radica actualmente desde hace más de tres años. Editor de La Península Hoy.

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Ese rey que soñamos ser
Foto: Víctor Olivares

Un tuit desde una cuenta con poco más de dos mil seguidores (nada, por decirlo de manera honesta y llana) bastó para “echar a andar” a miles de usuarios en redes sociales sobre esos temas que, quienes nos dedicamos a los medios, sabemos que son como miel para abejas, pese a que los resultados en clics pueden variar por diferentes circunstancias en las que el ‘timing’ y la suerte (siempre la bendita suerte) están inmiscuidos.

Esta vez tuve suerte, pues el estar en el lugar indicado (Londres) en el momento indicado (justo cuando la mujer con la explosiva pancarta con la imagen de Diana de Gales pasaba por las lluviosas calles londinenses abarrotadas de gente), en el evento mundial del día (la tardía coronación del rey Carlos III de Inglaterra), significó la fórmula perfecta para que desde mi cuenta de Twitter, la cual tengo desde hace más de 10 años, por segunda vez —la primera fue durante una cobertura que hice en Polonia sobre la guerra en Ucrania— un tuit mío fuera visto por más de 2 millones de personas, es decir, se hiciera realmente viral. 

No poca cosa, en días en que la palomita azul ha sido prostituida por Elon Musk y solo vale para quienes paguen por ella, algo que no pienso hacer (al igual que miles de personas que la perdieron, que no es mi caso). Sin embargo y ante la sorpresa de ver mi móvil lleno de notificaciones apenas unos minutos después de lanzar aquella ‘ocurrencia’ informativa, de algo que podría considerarse completamente banal y sin mayor trascendencia, comprendí que ahí había un tema con el que la gente se identifica de manera aspiracional —lo acepte o lo niegue— no sólo en naciones del primer mundo como Reino Unido, sino en países tercermundistas como México: la monarquía y ese estilo de vida ostentoso y sublimado hasta extremos que en el siglo 21 parecen inverosímiles ante nuestros ojos.

Sin embargo, la realidad nos dice otra cosa: un buen número de personas buscan identificarse con este tipo de personajes que, en el caso de los británicos, los gobiernan paralelamente y por designio divino desde hace varios siglos, en quienes ven atributos y estilos de vida a los que aspiran de una manera fantasiosa, pero que funciona como catalizador del malestar que puede generar la vida cotidiana, y cuyas virtudes son potenciadas por la parafernalia del poder que los rodea y los engulle hasta convertirlos en eso que dicen ser, les guste o no. Y en el caso de la monarquía británica —recién convulsionada por la pérdida de su gran referente Elizabeth III— existe un personaje que sigue levantando pasiones e identificaciones por demás: Diana de Gales.

La princesa que tuvo un final trágico en un accidente automovilístico y a la que millones de personas en todo el mundo le lloraron el día de su muerte sigue presente en el imaginario social —para desgracia del actual monarca y la reina consorte Camila— y sólo basta una pancarta y un periodista en el lugar y el momento correcto para corroborarlo.

Las reacciones al mensaje lanzado con apenas un dejo de ironía y una malicia casi blanca para intentar hacerlo más llamativo, no solo fueron numerosas, sino apasionadas y plagadas de identificaciones, rechazo y no pocos pleitos entre personas que optaron por entronizar o desprestigiar a la occisa ‘Lady Di’, quien sin lugar a dudas se volvió parte central de un evento en el que su exesposo y la mujer a la que él mismo reconoció haber amado toda la vida, eran los supuestos protagonistas.

Interesante ejercicio sociológico a través de las reacciones de la gente, en su inmensa mayoría, identificándose con la madre de los príncipes Guillermo y Harry, defendiéndola con uñas y dientes de quienes osaban referirse a ella con palabras que la pudieran denigrar o cuestionar, como si estas fueran a llegar a sus oídos o las fuera a ver en su timeline, si estuviese aún con vida.

Discusiones acaloradas en torno a una mujer que, sabiendo la potencia de su manta con aquella imagen casi divina para millones de personas, tampoco imaginó el revuelo que causaría en una red social mucho más allá de las fronteras de las calles aledañas a Leicester Square en las que se encontraba, húmeda y agotada por la lluvia, pero sosteniendo en lo alto esa imagen en el instante en que me acerqué a tomarle la foto con el celular.

La humanidad parece seguir soñando con príncipes y reinas, pese a lo poco dispuesta que está a aceptarlo en tiempos de deconstrucción, feminismo y lenguaje ‘inclusive’, siendo que estas formas de organización (las monarquías) ciertamente podrían significar una absoluta antítesis de las ideas emergentes, que también tantas pasiones y discusiones generan, ya sea por los protocolos, las costumbres y tradiciones que las sostienen, ya sea porque para nuestros tiempos parece todo aquello demasiado excesivo o un ‘cuento de hadas’ innecesario.

Y es justo esto lo que vuelve la lección interesante sobre todo en un país como México, en el que si bien no hay monarquía el presidente ha decidido volver a vivir en un Palacio por ‘austeridad’, en un caso ‘tropicalizado’ que genera también una identificación con el personaje en turno por parte de sus fieles seguidores, quienes defienden esta y cualquier decisión de su ‘rey’ “a capa y espada”, como si de un jerarca designado por Dios se tratara.

Lo cierto es que Carlos III ha llegado al trono a destiempo, y es posible que en México con un presidente encerrado en un Palacio estemos viendo algo parecido, por más que los fanáticos de ambos se nieguen a ver la realidad. 

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