La nueva longevidad

A inicios del 2020, año y medio antes de cumplir los 50 años, comencé a leer en Twitter un término que llamó poderosamente mi atención: la nueva longevidad, “una postura optimista y amable de los años por vivir”.

Mi llegada al medio siglo de vida generó en mí, tan afecto a cargar de significado ciertas fechas, muchas expectativas. Sin embargo, nunca me imaginé que llegaría a las cinco décadas en medio de una pandemia y lo celebraría con una tranquila comida familiar y no con una desenfrenada tocada de heavy metal, como lo había planeado.

Por aquellos meses previos a la pandemia, comencé a seguir en Twitter al doctor Diego Bernardini, un estudioso del fenómeno de la longevidad, que con su libro La segunda mitad. Los 50+, me ha puesto a reflexionar decenas de veces en cómo me gustaría pasar el último tercio de mi vida. Para Bernardini, la nueva longevidad es un paradigma que va más allá de la salud y el bienestar, porque las personas mayores de 50 años tenemos ahora un protagonismo más visible en lo social, desde el consumo, hasta la producción de servicios, donde la calidad de vida es determinante. 

“La nueva longevidad se vive con una nueva intensidad”, dice Bernardini, que ha trabajado para el Ministerio de Salud de Argentina, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud y el Banco Mundial, entre otros organismos. “No hace falta ser un Rolling Stone, pero la imagen de Mick Jagger y su banda es lo suficientemente fuerte como para entender cómo están ayudando a redefinir el envejecer. A diario conocemos personas que deciden completar su primer maratón, viajar por el mundo o emprender nuevos horizontes personales. La jubilación o el retiro han dejado de ser una etapa de supuesta recreación para convertirse en otra de re-creación”.

Bernardini presentará este lunes 22 “La segunda mitad. Los 50 +. Vivir la nueva longevidad”, en la librería El Péndulo, de la colonia Roma en la Ciudad de México, a las 19:00 horas. Será una buena oportunidad para escucharlo nuevamente hablar sobre lo que es envejecer dignamente después de los 50. Y me quedo con una frase que le escuché una mañana que compartimos una rodada montañera en el Ajusco: “Mantenerse vigente es la posibilidad de aportar“.

Elecciones

Esta semana me conmovió hasta las lágrimas el “egoísta” reclamo de Ángel Dehesa a su papá, don Germán, por no “cuidar su salud, no cambiar de hábitos para estar mejor y estar más tiempo conmigo”. Ángel cumple 50 años y en mi vida he conocido pocas personas tan generosas como él. En su texto recuerda que su padre le dijo que los hombres de su familia no superan los 70 años. El autor de la Gaceta del Ángel murió en 2010, a los 66.

Al igual que Ángel, al igual que la mayoría de la gente, menos los suicidas, yo tampoco voy a elegir a los cuántos años voy a morir. Roberto, mi abuelo paterno murió a los 61. El 10 de octubre de 2009, a los 68 años, mi padre, Roberto Vargas Ponce de León, murió después de complicaciones por una operación en la que se confirmó un agresivo cáncer de tiroides. Mi viejo era un hombre físicamente muy fuerte, más alto que yo (1.80 mts.) que hasta un día antes de su operación corría seis kilómetros diarios.

Para mi padre, yo no tengo reclamos. Se fue como me hubiera gustado recordarlo: fuerte, bromista, con un optimismo que extraño en mis horas más oscuras. Para él no tengo reclamos, sí para la vida que se lo llevó cuando vivía a plenitud su nueva longevidad, disfrutando a su única nieta, viajando con mi madre, haciendo corajes por sus Pumas, con su eterna cuba de Bacardí blanco todos los sábados después de comer. Espero tener la dignidad para despedirme como él.