A Morena le crecieron los satélites
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

A Morena le crecieron los satélites

Podríamos discutir, y con argumentos válidos, si la sucesión presidencial es legal o si ya está previamente arreglada, pero podríamos coincidir, nos guste o no, en que es altamente emocionante. El presidente Andrés Manuel López Obrador no solamente implantó el término “corcholata” resignificando la palabra “tapado”, sino que le dio al proceso una dimensión casi épica: no se trata de la designación de quien vaya a gobernar en 2024, sino de la propia continuidad de su Cuarta Transformación. 

En esa saga, no solamente está involucrado Morena, sino también el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) como protagonistas a través de sus “corcholatas”. Al dárseles un rango casi de igualdad, se está rompiendo con el modelo de “partidos satélite” de antaño. Habría que pensar seriamente cómo esta modificación en el ritual cambiará las formas de hacer política. Pero antes de especular sobre el futuro, veamos que había estado sucediendo con esta categoría de institutos políticos.

En sus años hegemónicos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fabricó, o ayudó a crear, a un grupo de partidos que, aunque opositores, lo legitimaban: la primera generación de “partidos satélite”. Hablamos del Partido Popular Socialista (PPS), el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el impronunciable a través de sus siglas Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN). Su función era dividir el voto opositor, a cambio de espacios en la Cámara de Diputados a través de las listas de representación proporcional. Estos institutos desaparecieron entre 2000 y 2006, tras haber quedado debajo del umbral de representación.

Aunque las coaliciones electorales han sido comunes a partir de 1988, tras la experiencia del Frente Democrático Nacional, se entenderá como los “partidos satélite” de segunda generación a aquellos que, sin tener expectativas de triunfo en las elecciones presidenciales o de gubernaturas, se coaligan con un socio mayor. En ese proceso, avalan a la candidatura para el cargo principal a cambio de espacios en órganos legislativos o municipios. En este escenario, podemos meter a toda la “chiquillada”, como la calificó en su momento Diego Fernández de Cevallos: PT, Convergencia / Movimiento Ciudadano, PVEM, Nueva Alianza (Panal) y Partido Encuentro Social (PES-I) fundamentalmente. 

En estos casos, los “partidos satélite” levantaban el brazo a la candidatura de los socios principales, sean PRI, Partido Acción Nacional (PAN) o Partido de la Revolución Democrática (PRD), electa según sus respectivos procesos internos. Además, se entendía que las coaliciones eran, salvo acuerdo expreso, meramente electorales y no de gobierno. Recordemos cómo Vicente Fox nunca le quiso dar a Jorge González Torres la Secretaría de Ecología, o cómo Enrique Peña Nieto le quiso dar a Arturo Escobar una subsecretaría en la Secretaría de Gobernación, la cual se le retiró por protestas de la opinión pública.

Mientras investigamos cuál sería el socio principal y cuál el satélite aparte del PRD en Va por México, la pregunta del momento es: ¿cómo llegaron el PT y el PVEM a ser incluidos en los procesos de designación de la candidatura de Morena? En mi opinión, hay dos factores: mayor capacidad de negociación ante los guindas y errores en los mecanismos de selección de candidaturas por parte del partido oficial.

El segundo es obvio: la encuesta que favoreció a Armando Guadiana fue un proceso fallido, que generó una división en Morena. Sin embargo, no habría pasado gran cosa si el PT y el PVEM no hubieran aprovechado la coyuntura, mostrando su poder de chantaje rumbo a las elecciones de 2024. Recordemos que fueron las dirigencias nacionales de estos partidos quienes le levantaron el brazo a Guadiana, no las locales.

¿En qué consiste el poder de chantaje de estos partidos y cómo se reflejó? En el caso del PVEM, tienen una narrativa y voto propios: podemos odiar sus cineminutos, pero sabemos qué han venido proponiendo desde hace varias campañas federales. Su presencia es fundamentalmente por aire y su voto es al menos similar al de varios partidos opositores. A cambio de apoyar a Guadiana, tuvieron de entrada a una “corcholata” propia y sancionada por López Obrador: Manuel Velasco. Además, era irrelevante lo que hacía el partido en Coahuila, pues estaban colgados de la candidatura de Lenin Pérez y un partido local con base propia: Unión Democrática de Coahuila.

Por otra parte, el PT pasó de casi desaparecer en 2015 a desarrollar una base electoral propia en varios estados, llegando en algunos casos hasta rebasar al PAN como fuerza política. Todavía más, en Coahuila Ricardo Mejía tuvo un mayor porcentaje de votación que el partido que lo postuló en sus votos para la legislatura local. Eso significa que hay votantes afines al gobierno que, bajo algunas circunstancias, pueden diferenciar su voto si Morena postula a una candidatura que consideren inaceptable.

Es decir, la inclusión del PT y PVEM en la gran narrativa viene con espacios asignados por adelantado, pudiendo alcanzar más espacios cuando se negocien las alianzas de cara a 2024. Sin embargo, este arreglo genera enormes riesgos para Morena en el mediano plazo.

En primer lugar, y como se comentó arriba, un mal reparto de candidaturas guindas puede fortalecer a los socios de Morena si cooptan a los cuadros descontentos y los arropan. Para quienes disientan, pasar al PT o al PVEM será un paso lateral dentro de la órbita de la gran coalición, más seguro que dar un salto al vacío hacia una escasamente competitiva oposición. Sin embargo, eso fortalecería más a los socios a costa del partido mayor.

Es decir, si Morena no trabaja desde ya en un proceso serio de institucionalización, donde tenga un programa, cuadros, liderazgos y estructuras lo menos dependientes posible del presidente, ante la falta de López Obrador, tendríamos tres partidos que podrían disputarse la titularidad del “verdadero obradorismo” y eso llevará a una reconfiguración del sistema de partidos no en torno a programas o idearios, sino a una persona y lo que presuntamente dijo. Como en Argentina, con el peronismo.

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