Fui al tianguis… digo, al museo a pensar cosas

Actor de cine, teatro y TV, creador escénico y plástico. Es egresado de CasAzul Argos y docente en algunas de las instituciones de profesionalización artística del país. Un prieto orgulloso, desobediente y disidente que encontró en el arte del actor una posibilidad compasiva de entender al otro y, por tanto, al mundo. Es beneficiario del programa Creadores Escénicos del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (FONCA).

@albertojuarezmx

Fui al tianguis… digo, al museo a pensar cosas
Imagen de la exposición 'Casi oro, casi ámbar, casi luz'. Foto: @MuseoKaluz

Me acuso desde ya de, en esta ocasión, usar este espacio como una libreta de cuestionamientos. Es que ¿qué más podría ser si pretendo hablar de arte, aquello que sólo sabe otorgar más preguntas y nunca ofrecer respuestas? El museo Kaluz ofrece la exposición “Casi oro, casi ámbar, casi luz”, que propone entablar un diálogo entre dos tradiciones de pintura de paisaje modernas: la mexicana y la japonesa.

Al recorrerla y observar esos paisajes japoneses, en su mayoría tintas sobre seda y ponerlos en diálogo con el paisajismo de los siglos XIX y XX mexicanos, que evidencian el paso del apego a la academia europea hasta las búsquedas del siglo XX, no pude evitar pensar en todas las posibilidades expresivas y creativas que el arte nacional ha perdido, buscado el apego y la aprobación de las tradiciones eurocentristas, negando y discriminando por mucho tiempo el auténtico diálogo con las estéticas y tradiciones de los pueblos originarios y las otras tradiciones que enriquecen este mosaico cultural que llamamos México.

La propia exposición me formuló otras preguntas en relación a la primera, pues presenta cómo artistas de ambos países exploraron su propia individualidad a través de diversos recursos técnicos, en algunos casos mediante la reformulación de modelos de tradiciones anteriores y en otros apropiándose de elementos formales foráneos.

El paisaje japonés nació en China y después se extendió a escuelas locales y a otros espacios de producción, que se apropiaron de las técnicas, ¿qué no es eso lo que hicieron los romanos con los griegos?, ¿y los mexicas con los teotihuacanos? Si la historia de la humanidad, digo, del arte, es un constante enriquecimiento de la otredad ¿quién decide quién es punta de lanza en qué?, ¿cuándo comienza el sometimiento y las relaciones desiguales y ventajosas?, ¿qué otredades son dignas de admiración y cuáles de miedo o desprecio? La única respuesta que se vislumbra aparentemente es, sí, esa que te imaginas: el poder.

La historia nos confirma que lo que ha sido considerado hermoso a lo largo de los tiempos se relaciona de una manera u otra con quién ostenta el poder. No es gratuito que sistemáticamente la idea de belleza esté sujeta a los gustos y necesidades de hombres blancos heterosexuales… y eso abarca todas las aristas del sistema, desde la moda, los cuerpos de las mujeres, los conceptos favorables o negativos que tenemos de la gordura o la delgadez… hasta el Pantone de los dientes.

Sin embargo, las otras preguntas, las que me interesan, tienen que ver con ¿cómo construimos una visión del arte más universal?, ¿cómo hacemos academias que se interesen por la expresión, el enriquecimiento y la sensibilidad en vez de buscar quiénes están aptos para replicar un solo esquema?, ¿cómo entendemos la pluriculturalidad desde una perspectiva anticolonial y antipatriarcal.

No sé, quizás si nos detenemos ya no sólo a pensar sino a construir el arte ahora sí tenga respuestas que, quién sabe, en una de esas y nos funcionan para aplicarlas hasta en la vida.

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