Un recuerdo de El Príncipe
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Un recuerdo de El Príncipe
Foto: José José/Facebook

No sé qué bebida le gustaba a José José, pero siempre me lo imaginé tomando brandy. Quizá porque mis recuerdos primarios de El Príncipe de la Canción los asoció con las noches de dominó de mi papá y los vecinos de Torres de Mixcoac, donde siempre escuchaban sus canciones y bebían cantidades generosas de Fundador y Terry. Recuerdo también a Bernardo Torres, el vecino del departamento 2, en bata y pantuflas, cantando canciones de José José, vaso en mano, en el jardín del edificio.

El próximo jueves 28 de septiembre se cumplen cuatro años de la muerte de José Rómulo Sosa Ortiz y en México son contadas las personas que no reconozcan alguna canción interpretada por él. ¡En el 95 por ciento de las casas de este país hay un disco de José José!

A su estatua, levantada en el Parque de la China en su natal Clavería, en la alcaldía Azcapotzalco, aún llegan enamorados y borrachos a tomarse una foto con la figura de bronce, en la que siempre hay un ramo de flores y restos de veladoras, como si se tratara de un santo pagano. No recuerdo ningún milagro de José José asociado con mi vida, pero sí que en 1980, cuando me contagié de varicela, mi mamá me acercó un pequeño radio de baterías para que no me aburriera en mi encierro (no quería que mi hermano más pequeño se contagiara) y en Radio Felicidad escuché “Mientras llueve”, la primera canción que asocio con él.

Sin embargo, más allá de “El triste”, “Gavilán o paloma”, “Me basta” o tantas grandes canciones de José José, para mí su mejor tema es “Preso”, autoría de Rafael Pérez Botija. La había escuchado infinidad de veces, pero una noche de febrero de 2009, cuando regresaba a casa, comenzó a sonar en un departamento vecino mientras yo abría la puerta. Recargué la frente en la pared y lloré sin control durante incontables minutos. Al abrir la puerta me cayó el veinte de que Adriana se había dio. Pero la música de “El Príncipe de la Canción” me ha acompañado también durante momentos muy divertidos de mi vida, como las parrandas con mis amigos del Reforma, cuando rematábamos en la “casita del árbol” brindando un aplauso para el amor o aquella vez que después de un concierto de Iron Maiden y con bastantes cervezas encima, Michael y yo terminamos cantando “Preso” en un cantabar.

Nunca me han gustado los karaokes, pero aquella noche, cuando salimos del metro no se nos ocurrió otro lugar para continuar la fiesta que el Sótanos, un cantabar que funciona desde hace más de 40 en Canal de Miramontes casi esquina con Avenida Taxqueña. Después de despachar dos cubetas de cerveza, una mesera nos acercó un cartón fluorescente con una lista de canciones: “¿qué van a cantar, muchachos?”, Michael y yo nos volteamos a ver y la señorita dijo: “aquí, el que no canta, no sale”.

No opusimos mucha resistencia y escogimos dos canciones: “Preso” y “Yo soy aquel”, de Raphael. Así, con camisetas de Iron Maiden y después de haber cantado “The Trooper” y “Running Free” en el Foro Sol, hicimos nuestro particular homenaje a José José. Unas horas después, El Príncipe de la Canción dejó de existir.

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– Se murió José José, güey, le dije a Michael con voz resacosa.

– ¡No inventes!

– Cantamos tan feo que lo matamos…

Una disculpa, Don José. Nosotros lo seguimos echando de menos.

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