Buenos Aires, entre letras y futbol
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Buenos Aires, entre letras y futbol
Buenos Aires y futbol. Diseño: Roberto Vargas

A mediados de los 90, una mañana que decidí no entrar a clases en el ITAM, fui a Cinemanía y encontré una película de la que nunca había escuchado: El lado oscuro del corazón (1992), de Eliseo Subiela. Es una historia surrealista de amor que transcurre entre Montevideo y Buenos Aires, en donde los diálogos se mezclan con poemas de Oliverio Girondo, Mario Benedetti y Juan Gelman.

Atormentado a mis “veintipocos” por amores imposibles y tercos, aquella cinta se convirtió en una de mis películas favoritas, antes de viajar a Buenos Aires por primera vez, en el año 2000. Entre futbol, películas y algunas bandas de rock, me obsesioné por conocer la capital argentina y también Montevideo. Románticamente quería cruzar el Río de La Plata en el Buquebús, mientras leía a Girondo y Benedetti, como me lo sugirió Sandra Bucio en una carta que me escribió antes de aquel viaje.

Pisé Buenos Aires por primera vez una lluviosa tarde de jueves, en octubre del 2000. Después de conocer a Adriano Di Leo y a su madre, que me recibieron amablemente en su departamento, salí a caminar por Avenida Corrientes rumbo a la Dársena Norte para comprar mi boleto rumbo a Montevideo. Me perdí. No encontré la oficina del Buquebús, la lluvia me sorprendió y me refugié en un bar llamado Copacabana en Leandro Alem, entre las calles Córdoba y Viamonte.

Después de escuchar mi acento, un par de parroquianos me hicieron plática. Aunque nunca había pisado un estadio argentino, charlé de futbol durante horas con un tabernero hijo de españoles, tuerto e hincha de Independiente; con un ex policía federal hincha de Boca que me preguntó si en México el nombre de Misael era común, y un taxista fanático de Huracán. Fueron horas de muchas cervezas y algunas cubas.

Desorientado, volví a casa de madrugada, cuando mis anfitriones ya habían reportado mi desaparición a la policía. Me disculpé con ellos y nunca volví a aquel bar. Seis viajes a Buenos Aires después, el último de ellos en 2005, nunca crucé el Río de La Plata y tampoco visité Montevideo. Eso sí, conocí una docena de estadios de futbol, fui a conciertos, cabarets, visité cinco veces la catedral de la Virgen de Luján y estuve a punto de ser arrestado por entrar volando por la ventana a un restaurante del barrio de Recoleta.

Hice extraordinarios amigos, entré a la cancha con la barra de Boca Juniors y descubrí autores como Ricardo Piglia, Guillermo Saccomanno, Mempo Giardinelli, Juan Sasturain, Leonardo Oyola, Miguel Bonasso y Kike Ferrari, y que dejé dos veces a medias “El cantor de tango”, de Tomás Eloy Martínez. El año pasado, Clo me prestó “La uruguaya”, de Pedro Mairal, y recordé que tengo una, o varias, visitas pendientes a Montevideo. Benedetti murió en 2009 y Subiela en la Navidad de 2016. Diego Maradona dejó este mundo el 25 de noviembre de 2020, Argentina ganó el Mundial de Qatar dos años después y yo hace cinco años que dejé de seguir las campañas de Boca Juniors.

Los amores tormentosos quedaron en el pasado, ahora tengo una hija de 20 años y no sé si algún día me vuelva a enamorar. Esta semana estuve muy melancólico, me dieron ganas de volver a ver El lado oscuro del corazón.

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