Si te matan, Juan, yo le doy de comer a los perros
Zona de silencio

Periodista especializado en crimen organizado y seguridad pública. Ganador del Premio Periodismo Judicial y el Premio Género y Justicia. Guionista del documental "Una Jauría Llamada Ernesto" y convencido de que la paz de las calles se consigue pacificando las prisiones.

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Si te matan, Juan, yo le doy de comer a los perros
Foto: Concejo Indigena Y Popular De Guerrero - Emiliano Zapata Cipog-Ez

La sangre seca cubría su rostro desde la frente hasta los labios, como si fuera una mascarilla de barro negro, seco y agrietado. Por eso, los vecinos de San Jerónimo Palantla, Guerrero, tardaron en reconocerla, pero cuando vieron su característica falda azul con bugambilias ya no hubo necesidad de enjuagar su cara ni de buscar alguna identificación. Esa mujer tendida sobre la hierba, con las piernas quebradas hacia atrás y el brazo izquierdo doblado sobre su corazón, era indudablemente Albertha Santos.

Su cuello roto daba la sensación de que, incluso muerta, buscaba sobre el camino de tierra a su esposo José Juan Hernández, el amor de su vida, quien yacía a unos metros boca abajo y con el suéter que ella le compró manchado de sangre que le escurrió de la nuca y los oídos a causa de un disparo cobarde por la espalda.

Los dos habían salido en moto de su casa en Alcozacán, en el municipio de Chilapa de Álvarez, para pasar unas horas del 26 de septiembre pasado con la familia en San Jerónimo Palantla en el mismo municipio. Después, volverían a su hogar para atender a sus animales.

Pero Los Ardillos, ese brazo armado engendrado por los Beltrán Leyva, los alcanzaron en el camino, les robaron la moto, los torturaron y los asesinaron. Ese fue el castigo impuesto por los pistoleros de los hermanos Ortega Jiménez, porque los esposos incumplieron un artículo de tránsito de un reglamento invisible que escribió el crimen organizado para el centro de Guerrero: se mata a quien no avise que viaja de un pueblo a otro.

Antes de ellos, Los Ardillos mataron en una parada de autobús, el 12 de septiembre, a Bonifacio Xochitempa por viajar a Alcozacán sin el permiso del crimen organizado. Y el 13 de agosto asesinaron en una gasolinera a Esteban Xichotempa y su hijo de 16 años Juan Macario por los mismos motivos.

Caminos, paradas de autobús y gasolineras son escenas del crimen con un mensaje descarado: el crimen organizado tiene cancelado el derecho constitucional del libre tránsito en Chilapa de Álvarez por la paranoia de que los vecinos se organicen e inicien una insurrección contra los criminales.

El Concejo Indígena y Popular de Guerrero Emiliano Zapata o CIPOGEZ grita desde hace meses que lo único que se pasea sin permiso por los territorios de Los Ardillos es la muerte. Entre los habitantes de las 27 comunidades nahuas es común que se cuenten entre ellos cómo desean sus funerales ante un muy probable asesinato en el futuro cercano.

Esa plática incómoda la habían tenido semanas atrás Albertha y José Juan, según me contaron sus amigos del CIPOGEZ. En la casa de Alcozacán ella le había hecho una amorosa promesa a su esposo que ahora nadie sabe quién va a cumplir: si te matan, Juan, yo me encargo de darle de comer a los perros.

GRITO.  Aparece un nuevo punto de horror en el mapa: el Parque Nacional El Veladero en la bahía de Acapulco ya es fosa clandestina.

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