Otras batallas, otros desiertos
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Otras batallas, otros desiertos

Entre las decenas de mensajes que leo a diario en grupos de WhatsApp con relación a la guerra en Medio Oriente, alguien mandó hace una semana la liga al video de la canción Las batallas, de Café Tacuba, el que está ilustrado con escenas de la película Mariana Mariana (1987), de Alberto Isaac.

A pesar de la crudeza de la guerra y las desgarradoras fotos que tengo que ver todos los días como redactor de noticias para un portal web, no pude dejar de pensar en el origen del nombre de la novela que José Emilio Pacheco escribió en 1980 y que dio paso a la película y a la canción que Café Tacuba compuso alrededor de 1989.

“Soy de Irgún (organización paramilitar israelí surgida en los años 30), te mato. Soy de La Legión Árabe. Comenzaban las batallas en el desierto. Le decíamos así porque era un patio de tierra colorada, polvo de tezontle o ladrillos, sin árboles ni plantas”, narra Carlos casi al inicio de la novela.

Las batallas en el desierto es un libro bonito, el que más he regalado en mi vida. A mexicanos y a extranjeros, lo mismo a taxistas que a meseros; “teiboleras” que a guardias de seguridad. Camila, mi hija, lo amó, y también lo ha regalado. Algún viernes, después de pasar por ella a su secundaria en la colonia Condesa, donde ella vive, caminamos a la Plaza Río de Janeiro y otros lugares que aparecen en la novela, que cada tanto compro de nuevo. La última vez en un tianguis y el libro llegó a mi casa entre chicharrón, nopales, tlacoyos, tunas y una bolsa de jitomates.

“Yo no entendía nada: la guerra, cualquier guerra, era algo con lo que se hacían películas”, reflexiona Carlos. “En ella tarde o temprano ganan los buenos (¿quiénes son los buenos?)”.

A mí también me cuesta entender qué es la guerra, pero sé que no hay buenos ni malos. Después de tantos años de leer periódicos, libros y ver noticias, no me cabe en la cabeza que en la segunda década del siglo XXI presenciemos por televisión, como si de una serie de Netflix se tratara, dos conflictos bélicos de gran magnitud: en Ucrania y Palestina. Que tomemos partido, como si de un juego de futbol se tratara, por uno u otro país.

Es respetable que la embajada de Israel en México haya condenado la tibieza con la que ha reaccionado el gobierno ante el conflicto armado pero, no se debería reprobar también la matanza de civiles palestinos en esta nueva guerra. Yo no he puesto banderas de Ucrania o Palestina en mis perfiles de redes sociales, tampoco de Rusia o Israel. Y no es por cobardía. Es complicado tomar partido por uno u otro bando, cuando de lo que se trata aquí es de gente muriendo de manera trágica. No es un juego, como se retrata con inocencia en la novela de Pacheco, que transcurría seguramente en 1949 o 1950.

“Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y estaba en guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón, nuestro profesor, les decía: Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como sus compañeros. No hereden el odio”.

Y sí, como al profesor de Carlos, a mí también me gustaría pensar el mundo como “un sitio de paz, un lugar sin crímenes ni infamias”.

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