Mi velador, aquella gente y la inseguridad en la frontera noreste
Columnista invitado

Sociólogo por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, antropólogo social egresado de El Colegio de Michoacán y actualmente investigador titular en El Colegio de la Frontera Norte, Departamento de Estudios Sociales. Analiza las dinámicas de migración, violencia y crimen organizado en la frontera México-Estados Unidos.

Mi velador, aquella gente y la inseguridad en la frontera noreste
Inseguridad en la frontera noreste de México. Mapa: Wikipedia Commons

La semana pasada el velador de mi colonia envió un mensaje a mi celular para preguntarme si tenía su cooperación. Yo estaba fuera de la ciudad, pero era quincena y tocaba retribuirle por sus servicios como vigilante nocturno. Le respondí que lo sentía mucho, pero andaba pobre. Por supuesto, era una broma, que al parecer no le hizo gracia. ¿Cómo no cooperar con el hombre que, cada noche, pasa en su motocicleta, lampareando las casas y con un sonido del claxon que imita el grito de Tarzán, que a media noche asusta hasta a las ratas de dos patas? Así que le envié un nuevo mensaje y le dije que, ¡claro!, cooperaría.

Después de pagarle le pregunté si todo estaba en orden en la colonia. “Ayer me sacaron el susto de mi vida cerca de su domicilio”, me respondió. Sorprendido, le pregunté qué había pasado. Enseguida me narró que: “aquella gente andaba haciendo chequeo de rutina y como me vieron que estaba mandando ubicación y foto, me preguntaron que quién era; enseguida me identifiqué”. Con “aquella gente”, el velador se refería a personas que laboran en el crimen organizado, a “la maña”, como son más conocidos en este rincón de la frontera noreste de México.

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No me causó novedad que “aquella gente” hiciera recorridos nocturnos para vigilar su territorio. Después de todo, como afirmó la periodista Sanjuana Martínez hace poco más de una década: “en el reino del Cártel del Golfo todo pasa por sus manos”, ya que “la maña […] no sólo es un sistema económico que controla la entidad sino [también] una forma de vida, una expresión del tejido social”. Lo que sí me causó novedad fue que estuvieran cerca de mi domicilio. Por un momento me sentí hasta halagado, que mi patrimonio estaba doblemente seguro por el velador y por “aquella gente”.

Sin embargo, también recordé una ocasión cuando “aquella gente” pasó en una camioneta frente a mi casa, armados, a toda velocidad, huyendo de una patrulla de la policía Estatal; o cuando se metieron a mi casa a robar y de recuerdo y mensaje me dejaron una barra metálica sobre la cama; o cuando supuestamente alguien a nombre de “aquella gente” me llamó por teléfono para preguntarme si estaba a favor o en contra de la militarización, y si podía hacer una contribución financiera para avalar si estaba con ellos o contra ellos. Tanto lo narrado por el velador como los casos que rememoré, me remitieron a la inseguridad que se vive en la frontera noreste.

Basta recordar las balaceras que resultan de las confrontaciones armadas entre “aquella gente” y los policías o los militares, así como los bloqueos, los ponchallantas y el pánico derivado de todo ello; tampoco hay que olvidar las incursiones violentas de grupos en ciudades diferentes para amedrentar o “calentar la plaza”; mucho menos las detenciones de algunos líderes que incluso han formado parte de los objetivos criminales definidos por el Gobierno de Tamaulipas y el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. En esta región fronteriza la historia de inseguridad es la misma cada año, sólo cambian los personajes, los casos y las percepciones.

 A propósito, en la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2023, se estima que entre 2012 y 2022 el 18.4% de los hogares en el estado de Tamaulipas tuvo al menos una víctima de delito. Lo anterior se traduce en poco más de 200 mil hogares con personas que han sido víctimas, principalmente por fraudes, extorsiones, robos de vehículo, amenazas, secuestros, hostigamientos, etc. También se estima que las mujeres son más vulnerables que los hombres, y a la inversa, los hombres destacan más como victimarios que las mujeres.

Por otro lado, en la ENVIPE se estima que en Tamaulipas el 57.7% de la población de 18 años y más, considera la inseguridad como el problema número uno que aqueja a la entidad. Paradójicamente, el 15.1% sitúa el narcotráfico en el noveno lugar y el 13.0% la falta de castigo a los delincuentes en el décimo. A ello hay que agregar que sólo para el 24.2% su entorno más cercano (como la colonia o la localidad) es inseguro. Y finalmente, los resultados de la encuesta develan que más del 80% de la población de 18 años y más confía en la Marina, el Ejército y la Guardia Nacional, mientras que el 61% y menos en la policía Estatal, la policía Municipal o los Tránsitos.

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El contrasentido no es para menos: más de la mitad de la población considera la inseguridad el principal problema en la entidad, pero el narcotráfico y el castigo penal no tanto; más de una tercera parte se siente más segura en la vía pública, pero no así en su barrio o comunidad; la gran mayoría confía en autoridades federales, pero no en las de su región. Obviamente todo se remite a un asunto de percepción sobre la seguridad pública y de confianza en las autoridades de seguridad, pero de cualquier forma parece que nos enfrentamos a un enigma difícil de descifrar.

Aunque no para el velador de mi colonia. También le pregunté cómo estaba después de aquella experiencia, si todo marchaba bien en la zona y me respondió: “todo tranquilo, jefe, no hay de qué preocuparse. Creo que ya me siento más seguro que antes, porque antes no teníamos apoyo casi de nadie más que de la patrulla, y pues a veces a la patrulla las mismas ratas les ofrecen feria [a los policías] y a dos o tres cuadras los bajan y era un desorden; y pues con esta gente no, porque con ellos no se anda con juegos”. Si él se sentía seguro, yo también (percepción mutua); si él confiaba en “aquella gente” más que en la policía, quizás yo estaría indeciso (confianza diferenciada).

No obstante, su respuesta me dio pie para pensar en otro tema relacionado con la inseguridad en la frontera noreste, incluso en otras regiones del país; algo que el antropólogo Claudio Lomnitz ha denominado “un nuevo Estado mexicano” que ha desarrollado una doble soberanía: una legal, representada por el gobierno, y otra ilegal, que irrumpe desde la esfera nebulosa del crimen organizado. Se trata de dos polos relacionados entre sí –agrega Lomnitz-, pues la segunda se impone violentamente en sus esferas de acción, lucra y prospera explotando los límites prácticos del gobierno e impone un orden en territorios específicos ante la ausencia de la soberanía legal.

Quizás por ello “aquella gente” hacía un chequeo de rutina, nocturno, en mi colonia. Tal vez por eso el velador se sentía más seguro con “aquella gente” que con la policía. Después de todo, “aquella gente” no se anda con juegos, pero como argumenté en otro espacio, en esta región fronteriza el asunto de la inseguridad también está íntimamente relacionado con un tipo de violencia sacrificial: se busca o exige una víctima ritual para encubrir a un culpable, o bien para minimizar una ola de violencia más grande; incluso para “purificar” simbólicamente a una sociedad. Por si es una u otra cosa, mejor actuar y responder como decía el velador que lo hizo cuando lo interrogó “aquella gente”:

“Está bueno, ustedes hagan su jale y yo el mío”.

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