Indulto a los toros, lo que necesita la tradición de la fiesta brava
Contextos

Reportero egresado de la UNAM, formó parte de los equipos de Forbes México y La-Lista. Con experiencia en cobertura de derechos humanos, cultura y perspectiva de género. Actualmente está al frente de la Revista Danzoneros. X: @arturoordaz_

Indulto a los toros, lo que necesita la tradición de la fiesta brava
Tras suspensión a las corridas de toros, reabren la Plaza México. Foto: Wikimedia Commons

Sería hipócrita de mi parte el decir que nunca he ido a una corrida de toros, en lo que llevo de vida he asistido a dos. La primera vez fui a invitación de un amigo, me aburrí al poco tiempo por no entender muy bien la dinámica y nos fuimos. La segunda vez regresé con la misma persona, pero bajo el encargo de hacer una crónica universitaria, ahí mi acompañante se encargó de explicarme la experiencia.

El ritual empieza desde que uno sale de casa. Cuando arribamos a la Plaza México los asistentes portaban sombreros de ala ancha, pantalones vaqueros o de vestir, así como camisas bien planchadas y chalecos de cuero. Los puestos ambulantes alrededor del recinto ofrecen tacos a un precio muy elevado, cojines para sentarse en el duro y frío asfalto, así como toros de peluche. Si un cándido no supiera el desenlace del evento, se podría decir que es una fiesta de pies a cabeza.

Esta actividad es muy democrática: van desde los adultos mayores adinerados que fuman su puro con las cadenas gruesas colgando de sus muñecas, también están los “juniors” con lentes negros que toman vino desde su bota; hasta los señores de pantalón desgastado que se cubren del sol con su periódico porque pagaron una sección donde no da la sombra. Entre las tribunas hay un pequeño espacio, que apenas se ve, de donde proviene toda la música: es una banda que se encarga de amenizar con el clásico “Silverio Pérez”.

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Las corridas de toros son muy estrictas en su ejecución, desde lejos hay personas que asisten en solitario sólo a observar que cada detalle se cumpla a cabalidad. En tanto, otros lo toman con mayor diversión gritando porras para animar el ambiente con sus conocidos y desconocidos. Sin embargo, estas escenas tan amables y familiares se quiebran conforme va avanzando el evento.

Los españoles trajeron esta tradición a México desde hace casi 500 años, poco después de que cayera la gran Tenochtitlán y se instaurara la Nueva España. Desde ahí, se ha convertido en una tradición para muchos mexicanos y latinoamericanos; sin embargo, esta actividad hoy está en el ojo del huracán por la crueldad animal.

Estos potentes animales negros con cuernos afilados son criados especialmente para luchar por su vida en el ruedo, es el único fin que la humanidad les ha dado. Por lo tanto, se ha creado toda una industria alrededor; tan sólo la Secretaría de Desarrollo Económico de la Ciudad de México (SEDECO) estima que una corrida puede dejar una derrama económica de hasta 29 millones de pesos de manera directa e indirecta, así como más de 8 mil empleos.

En unas semanas se definirá el destino de esta actividad mediante una lucha judicial. Al respecto, coincido en que no se le puede dotar de derechos y obligaciones a los animales, sería demasiado soberbio e injusto para ellos envolverlos en una serie de tratados que los humanos inventamos, entendemos y controlamos. No podemos dominar el actuar de esos seres vivos, sería demasiado soberbio. ¿Si un perro le quita la vida a una persona merece ir prisión o la muerte? Con lo anterior quiero dejar en claro que no estoy de acuerdo en la crueldad animal, lo que se tiene que regular es la actividad humana porque sobre eso sí tenemos control. Los animales no comparten el tipo de consciencia que nosotros, la violencia de la que son víctimas se podría prevenir si tan sólo se exceptuara la crueldad del humano.

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Entiendo la importancia que tiene una tradición para un pueblo, la historia que hay en él por más dolorosa y emocionante que sea; sin embargo, nada está grabado en piedra. Es momento de rediseñar el modelo de negocio que hay sobre esta actividad, hay que cambiar el giro y adaptarse a los nuevos tiempos. Evolucionar también es soltar y dar paso a nuevos hábitos que formamos con nueva información.

La última de las dos veces que asistí a la “fiesta brava” me tocó observar un indulto, el máximo reconocimiento que le puede dar un torero al animal: perdonarle la vida por ofrecer un espectáculo excepcional. Es momento que la comunidad haga lo mismo, otorgarle la amnistía a esta raza de toros y darle paso a una otra tradición con una perspectiva más humanista, empática y justa.

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