Someter los supuestos a revisión
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Someter los supuestos a revisión
Un nuevo gobierno tomará el poder en México en octubre de este año y buscará dejar su impronta en las políticas públicas del país. Foto: Pixabay

Un nuevo gobierno tomará el poder en México en octubre de este año y buscará dejar su impronta en las políticas públicas del país. ¿Bajo qué premisas ajustará o cambiará de rumbo políticas tan diversas como las de seguridad, salud o energía? ¿Dónde ubicará el desafío fundamental y la oportunidad imperdible para mejorar su desempeño? ¿Cómo sabrá si consiguió sus objetivos?

Pensando en preguntas como éstas, recordé algunas lecciones de la ahora lejana Guerra de Vietnam, una de las más analizadas de la historia, sobre todo en Estados Unidos, el país que la perdió. ¿Cómo fue una potencia económica y militar a enredarse en un costoso conflicto por el control de un lejano, pequeño y pobre país y por qué fracasó tan estrepitosamente?

La literatura que busca responder estas preguntas es inmensa y todavía creciente. El trauma que significó la derrota, con sus casi 60 mil soldados estadounidenses muertos (sin contar de 2 a 6 millones de vietnamitas también muertos), miles de millones de dólares mal gastados, evidencia de mentiras sistemáticas desde el gobierno, y una gran movilización social de protesta, entre otros, se ha convertido en parte de la conciencia estadounidense y en una advertencia, no siempre atendida, sobre la forma de decidir y comunicar desde el gobierno.

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Los analistas y quienes vivieron esa experiencia destacan un cúmulo de factores para explicar cómo Estados Unidos se fue a meter en este embrollo, pero me interesa destacar uno en particular: la persuasión arraigada entre los tomadores de decisiones estadounidenses de la Guerra Fría de que, si se permitiera a un país caer bajo el control de comunistas, más países vecinos le seguirían inevitablemente. La amenaza para el “mundo libre” sería formidable a medida que, como piezas de dominó, los países fueran cayendo uno tras otro bajo el mando de regímenes comunistas.

El presidente Eisenhower articuló esa perspectiva en respuesta a una pregunta que recibió durante una conferencia de prensa el 7 de abril de 1954, respecto a la importancia estratégica de Indochina (Vietnam, Laos y Camboya en la definición más estrecha, pero también Tailandia, Malasia y Birmania -ahora Myanmar). Desde su óptica, permitir la caída de Laos al comunismo significaría la caída de los demás países de la región, el debilitamiento de la cadena defensiva norteamericana desde Japón hasta la India y la materialización de una presión comunista hacia Indonesia, Australia y Nueva Zelandia.

Sus sucesores adoptaron la misma persuasión sin cuestionarla, según lo apunta Robert McNamara, exsecretario de la defensa estadounidense durante la Guerra de Vietnam, en su libro sobre la tragedia y las lecciones de ese conflicto. Para John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson la teoría del dominó de Eisenhower era evidente, solo era preciso determinar cómo actuar para impedir la caída en secuencia de las piezas.

Kennedy ubicaba la responsabilidad última de combatir al comunismo en el gobierno y ciudadanos de Vietnam del Sur, y pensaba que Estados Unidos debería limitarse a apoyar con armamento y asesores militares. Pero pronto fue aparente que la corrupción, la incompetencia y las intrigas entre facciones militares del gobierno sudvietnamita convertían al enfoque de Kennedy en inoperante. La guerrilla del Vietcong, apoyada por el régimen comunista de Ho Chi Min en Vietnam del Norte, debilitaba una y otra vez el control del gobierno en Vietnam del Sur.

En 1965, un año y medio después de suceder a Kennedy en el poder, Lyndon B. Johnson tomó la decisión de comprometer tropas norteamericanas en Vietnam del Sur e iniciar una campaña de bombardeos en Vietnam del Norte que terminó arrojando más bombas sobre ese pequeño país que el conjunto de todas las lanzadas en la Segunda Guerra Mundial. El supuesto adicional era que estas acciones militares recuperarían la iniciativa para Vietnam del Sur porque su pueblo y gobierno se sentirían alentados con esta muestra de apoyo.

La estrategia fracasó. A pesar de los mensajes gubernamentales de progreso, poco a poco fueron acumulándose los reportes que destacaban exactamente lo opuesto. Los muertos se acumulaban y la guerra era un pantano del que nadie podía escapar. La enorme ofensiva guerrillera del Tet, el año nuevo sino-vietnamita de 1968, confirmó lo que ya era imposible de negar: Estados Unidos había empeñado soldados, recursos de toda índole y la reputación de su presidente para nada. Se encontraba atrapado en un atolladero, en un conflicto virtualmente insoluble, y su pueblo se sentía engañado.

Los estadounidenses, que todavía tres años antes apoyaban mayoritariamente la intervención militar, cambiaron de parecer y comenzaron a resistir y oponerse a la política de su gobierno. Tocó a Richard Nixon poner fin a la pesadilla, no sin antes insistir en la mentira y el bombardeo sistemático. La posteridad guarda las imágenes de octubre de 1975 de la fila de personas subiendo la escalera hacia la azotea de un edificio en Saigón, la capital de Vietnam del Sur, en búsqueda desesperada por un espacio en el último helicóptero militar norteamericano que evacuaría la ciudad.

Vietnam del Sur cayó en manos de los comunistas, se unificó con Vietnam del Norte y la temida caída de las piezas del dominó en el resto de Asia no se escuchó. El tránsito de Camboya y Laos al comunismo no siguió hacia Tailandia ni Malasia ni Indonesia, ni puso en riesgo a Australia y Nueva Zelandia.

¿Fue un error tomar como evidente la teoría del dominó en vista de este desenlace? Una respuesta es que sí: las piezas de dominó no cayeron porque el comunismo nunca fue tan popular en Asia. La otra respuesta es que no: más piezas hubieran caído sin la costosa señal estadounidense de compromiso de contención frente al comunismo.

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Un supuesto, es decir una idea, aceptada sin gran discusión influyó sobre la fallida estrategia norteamericana en Vietnam. Hubo otros supuestos también cruciales, más cercanos al ámbito de los deseos, como la esperanza de que el pueblo de Vietnam del Sur se defendiera de manera decidida y organizada, o la conclusión militar de que aumentar el número de soldados en una proporción de 10 a 1 por guerrillero bastaría para neutralizar el embate comunista. Y algunas premisas no se abordaron a plenitud, como la definición del momento y circunstancias bajo las cuales se podría declarar “misión cumplida” o fracaso. La intervención en Vietnam no tenía un límite predeterminado. El desgaste del conflicto se prolongó innecesariamente.

La lección es aparente: es preciso revisar con apertura las premisas y supuestos bajo los cuales se llevarán a cabo las estrategias militares y, agrego yo, las políticas públicas. El diablo no solo está en los detalles, también en los supuestos. De no revisarse, los supuestos pueden derivar en políticas desastrosas. Más vale que lo tenga claro el próximo gobierno al embarcarse en la continuación o la reorientación de las políticas actuales.

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