No es un Domingo cualquiera
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

No es un Domingo cualquiera
Domingo fue el tercero de los cuatro hermanos varones de la familia Vargas Rubio. El mayor fue mi abuelo, después el tío Miguel y por último Vicente. Además, tuvieron cuatro hermanas: Hilda, Gloria, Celia y Estela, “La Güera”. Foto: Archivo de Roberto Vargas

La tarde del domingo en que publiqué los vagos recuerdos que tengo de mi abuelo paterno, Roberto, mi teléfono sonó y en la pantalla apareció un prefijo desconocido. Desde Blue Island, Illinois, Domingo Vargas Rubio, su hermano, me llamó para agradecerme la columna y para hacerme algunas precisiones. El martes 14 de mayo, a los 104 años, el patriarca murió.

Domingo fue el tercero de los cuatro hermanos varones de la familia Vargas Rubio. El mayor fue mi abuelo, después el tío Miguel y por último Vicente. Además, tuvieron cuatro hermanas: Hilda, Gloria, Celia y Estela, “La Güera”.

Aquella tarde del 26 de febrero de 2023, con una claridad inaudita para sus 103 años de vida, Domingo me dijo: “Antes de la Compañía de Luz, yo metí a trabajar a tu abuelo y a mi hermano Miguel a la Feria de Chapultepec”. Me dio una alegría inmensa escuchar su voz. Fue la última vez que hablamos.

El tío Domingo vivió prácticamente toda su vida adulta en Blue Island, un suburbio de Chicago, donde conoció a su esposa, Raquel, y donde nació y creció su hijo Domingo Jr., que ya fue alcalde de esa población en un par de periodos. A principios de los 60, mi padre pasó algunos meses en aquella ciudad, donde trabajó en un aserradero, propiedad de un inmigrante griego, que le pagaba un dinero extra para que jugara futbol en su equipo como defensa central. ¡Cómo olvidar esa foto de mi papá bajando por la escalerilla de una vieja aeronave de Mexicana de Aviación de traje, con sombrero y su veliz!

Cada diciembre, Domingo y su familia viajaban a la Ciudad de México a pasar las fiestas de fin de año y era casi una obligación ir a saludarlo. Su figura imponía: era un hombre de más de 1.80 de estatura con unas enormes manos nervudas, forjadas por tantos años de trabajo rudo en una compañía de ferrocarriles. Tanto él como su esposa y su hijo, al que llamábamos “Chimi”, fueron generosos con nosotros. Siempre hubo un “detallito” para mis hermanos y para mí, por lo regular relacionados con los equipos de la ciudad. En la casa de mis padres conservo los banderines de los Bears y los Cubs que nos regalaron, aunque ya se borró el cariñoso mensaje que escribió “Chimi”. Durante años usé la gorra tricolor de los White Sox que me regalaron una Navidad. Con el transcurso de los años, “Chimi” y yo intercambiamos correspondencia y él me enviaba revistas de rock. Ya como adultos, intercambiamos libros.

Algunos años dejé de participar en aquel particular besamanos decembrino, pero después de la muerte de mi papá, en 2009, me reincorporé junto con mi mamá para no perder contacto con la familia. De aquellos desayunos que alguna vez llegaron a convocar a casi 50 personas en el Vips de Balbuena, nunca me voy a olvidar.

Con la familia de segunda línea de mi padre solo había convivido en funerales desde que él se fue. En cada velorio intercambiábamos pésames, abrazos y números de celular. “Yo te busco”, era la frecuente despedida, hasta que en diciembre de 2021 nos juntamos en Cuernavaca para el cumpleaños 70 de Blanca Cerro. “Celebremos la vida”, me dijo la festejada.

“¿Por qué en Cuernavaca?”, preguntó alguien. “Por lo menos el encuentro no fue en la funeraria García López, de General Prim,”, bromee aquella tarde en un improvisado speech. En aquella agencia de la Colonia Juárez despedimos a mi viejo, al tío Marcos Olaya y a su esposa Gloria Vargas, a su hijo Fernando y a la tía Estela. “¡Calendario nos deberían de dar!”, dije estúpidamente en un discurso que arrancó algunas lágrimas y provocó muchos abrazos. No me di cuenta que yo mismo terminé con la voz entrecortada hasta que Marcela me puso la mano en el hombro y me acercó un pañuelo desechable.

Con la partida del tío Domingo, se termina la dinastía Vargas Rubio. “Se fue el último de los mohicanos”, me dijo Víctor Olaya cuando me dio la noticia. Quedamos ahora los Vargas Vázquez, los Vargas Procuna, Vargas Kotasek, Medina Vargas, Olaya Vargas, Cerro Vargas, Cañete Vargas y Vargas Ponce de León, sus hijos, nietos y bisnietos, para seguir honrando la memoria de doña Manuela, que sacó a sus hijos adelante a pesar de las carencias que padecieron.

PD: Las últimas tres semanas he escrito, amorosamente, de personas que dejaron el plano terrenal. Prometo que en la siguiente entrega seguiré celebrando la vida. Sepan ustedes disculpar.

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