El atentado que sufrió Charlie Kirk, activista conservador estadounidense, durante un acto universitario en Utah, pone de nuevo bajo los focos una verdad incómoda: la violencia política no distingue ideologías. A Kirk le dispararon mientras ejercía su derecho a expresarse, el atentado no fue por lo que decía en abstracto, sino por lo que representaba para unos y por lo mucho que molestaba a otros.
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Por la misma razón, hace diez años, el mundo quedó marcado por el atentado a la revista satírica Charlie Hebdo en París. En ese caso, el blanco fue alguien que ejercía su derecho a cuestionar, a satirizar lo que muchos consideran sagrado. Doce personas murieron por permitir que esas voces siguieran su curso, aunque fuera molesto, provocador, o incómodo.
Ambos hechos nos recuerdan lo esencial, la libertad de expresión no es solo el derecho de quienes pensamos igual a dar rienda suelta a nuestras opiniones, sino también el escudo que protege a quienes tienen ideas contrarias y muchas veces incómodas. Cuando fallamos en defenderla universalmente, abrimos la puerta a la violencia como herramienta de silenciamiento.
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Ambas atrocidades no son “hechos aislados”, son causa y efecto de una era marcada por la post-verdad y el populismo. Una época en la que los hechos objetivos, la evidencia y la verdad verificable ya no son suficientes; importa más lo que se siente, lo que se cree, lo que conviene creer políticamente. En ese juego, quien disiente se vuelve parte del enemigo, se deshumaniza, incluso se “legitima” en algunos casos la agresión verbal y la violencia física.
Debemos recordar que la libertad de expresión tiene límites (no incitar a la violencia, no calumniar, no provocar), pero también que esos límites no se pueden definir arbitrariamente ni por conveniencia ideológica y, mucho menos, con actos de violencia. Si hoy callamos ante el asesinato de alguien con quien no coincidimos, ¿qué nos asegura que mañana no callaremos cuando la víctima sea alguien más cercano o incluso nosotros mismos?
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Así, Charlie, -Hebdo y Kirk- nos recuerdan a todas y todos que debemos reforzar la convicción de que proteger la libertad de expresión es proteger la democracia; que no es un privilegio que se otorga a quienes piensan igual, sino un deber común; que en el espacio público debe haber lugar tanto para la sátira como para la protesta, tanto para la disidencia como para la crítica. Creas en lo que creas, todos los Charlies deben vivir.