Del fin del mundo, feminismos y otros demonios
Un cuarto público

Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.

X: @tatianarevilla

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Las consecuencias Foto: Pixabay

Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas…Carl Sagan 

“Un grano de arena sobre la punta de un dedo con el brazo sostenido”, así describió el director de la NASA una fotografía tomada por el telescopio James Webb, el cual mostró “una pequeña porción del universo” hace algunos días. 

Aun cuando no sé absolutamente nada del universo, ni por supuesto de astrofísica, intenté leer algunos artículos que me acercarán un poco a ese infinito deslumbrante y ajeno. Además de situarme en perspectiva, pensé que, lo más seguro, sea que mi generación jamás sabrá si existe otro tipo de vida por ahí en alguna galaxia del universo.  

De acuerdo con personas expertas, estamos viviendo la sexta extinción masiva, esta vez, a diferencia de las pasadas, causada por las personas que habitamos este caótico y hermoso planeta; algunos científicxs le llaman Antropoceno, refiriéndose a la era geológica en que las actividades de las personas empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial (Crutzen, 2000); y propusieron como punto de arranque para una nueva era 1784,  la revolución industrial, ya que fue a partir de ese periodo que sucedió la gran aceleración, en la que, además de la emisión de gases de efecto invernadero, el crecimiento demográfico y la actividad económica empezaron a causar el deterioro de nuestro planeta exponencialmente. 

De acuerdo con Rockström, uno de los científicos más reconocidos que estudia los efectos del cambio climático, de los nueve límites del planeta que no debimos de haber pasado, estamos en el punto de no retorno en cuatro de ellos: el cambio climático, la alteración del uso de suelo, la pérdida de la biodiversidad y la alteración de los flujos biogeoquímicos. En simples palabras: que no estamos lejos de que esta Tierra sea inhabitable. En palabras fatalistas: que el fin del mundo va a llegar, y pronto (pronto como referencia de tiempo de nuestro breve paso en esta Tierra). 

O sea que pronto, no solo en ciertas ciudades, sino en la mayoría, vamos a estar peleando por agua y vamos a tener que solucionar la falta de comida porque la producción ya no alcanza. Según el Índice global de brechas de género, hacen falta 132 años para cerrar las brechas en el mundo; la igualdad por la que tanto hemos trabajado desde los feminismos, no solo no la vamos a ver, si no que va a ser mayor en este escenario inevitable del fin del mundo. No nos vamos a extinguir como los dinosaurios, no, ¡Ni que tuviéramos tanta suerte! Parece que una serie de eventos catastróficos como la pandemia, inundaciones, sequías y otros tendrán lugar uno a uno, dando paso a más pobreza, desigualdad y hambre. La Tierra está gritando, y sus razones tiene. 

¿Estamos condenadxs entonces? Algunos científicxs dicen que no –no sé si para tranquilizarnos o porque tienen evidencia–. Rockström señala que aún podemos revertir el daño en los otros cinco límites de la tierra: la reducción del ozono, uso de agua dulce (lo que tengo mis dudas), acidificación del océano (que se mueve velocísimo hacía la zona de riesgo), carga de aerosoles atmosféricos e incorporación de nuevas entidades. 

Quizá haya una pequeña grieta de esperanza en todo esto. Quizá si logramos mantener los otros límites en el punto previo al no retorno, podamos vivir para ver algún día que más mujeres y personas afectadas por la crisis climática sean escuchadas para el diseño de acciones reconociéndoles agencia y no tratándoles como víctimas. Tal vez si mantenemos esos límites, se pueda minimizar la feminización de la pobreza, aumentar el acceso a agua y servicios básicos sanitarios que más mujeres sufren, y disminuir el porcentaje de mujeres que son desplazadas (80% según datos de Naciones Unidas), todo esto, teniendo como consecuencia, un aumento en el riesgo de violencia sexual para mujeres y niñas en esas zonas que no hemos podido minimizar. 

Pase lo que pase en los siguientes años, para salvar este pedacito de universo, es urgente modificar nuestras relaciones de poder con nuestro planeta, cómo hemos vivido, cómo nos alimentamos y cómo producimos; porque simplemente no ha resultado más que para unas cuantas personas y unos cuantos países. En las prioridades de cualquier gobierno deberían de estar la creación de economías circulares, innovación en tecnologías para purificar y reciclar agua a nivel local y en los hogares, transición a energías limpias, etc., como mínimo, y no lo están, por lo menos en México. 

La interdependencia hoy del aire que respiramos, como lo que sucedió en Wuhan y provocó una emergencia mundial, es un aviso urgente. Tal y como señaló Judith Butler: “Tenemos una responsabilidad global de pensar en cómo estamos destruyendo los ecosistemas y la biodiversidad y cuál es y queremos que sea nuestra relación con esto. Salvar al planeta de la destrucción es urgente; si no podemos salvar a la tierra perdemos nuestra condición de poder respirar, amar, de luchar desde los feminismos por la justicia, libertad e igualdad”. 

No sé cuánto tiempo le quede a nuestro planeta y si vamos a lograr ver otro tipo de vidas en ese infinito de galaxias, pero hoy, siendo polvo de estrellas, estamos aquí. Hagamos que valga.  

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