Expansionismo Trumpista: Groenlandia, la joya del Ártico

Internacionalista por el Tecnológico de Monterrey y Maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido.

Miembro de la Red de Politólogas. X: @tzinr

Expansionismo Trumpista: Groenlandia, la joya del Ártico Expansionismo Trumpista: Groenlandia, la joya del Ártico
Donald Trump. Foto: EFE/EPA/Sarah Meyssonier/POOL.

En este inicio de 2025, Donald Trump ha vuelto a insistir en lo que pareciera un capricho simple: que Estados Unidos debería adueñarse de Groenlandia, un territorio que en el imaginario popular romantizado evocamos como la tierra de vikingos, glaciares infinitos y auroras boreales. Pero bajo su superficie helada, Groenlandia esconde mucho más: una posición estratégica vital y recursos naturales que despiertan el interés de las grandes potencias. ¿Qué hay detrás de esta obsesión?

Ya durante su primer mandato, en el año 2019, Trump propuso “comprar” la isla al Reino de Dinamarca, un gesto que fue recibido con incredulidad y rechazo categórico. El renovado interés que hemos visto a últimas fechas apunta a algo más que una excentricidad. Groenlandia es el epicentro de una lucha silenciosa entre potencias por el control del Ártico, un territorio donde el deshielo, las rutas marítimas emergentes y los recursos aún sin explotar están reconfigurando las dinámicas del poder global.

La joya del Ártico

Con más de dos millones de kilómetros cuadrados y apenas 56,000 habitantes, Groenlandia parece, a simple vista, un territorio remoto, inhóspito y poco relevante. Pero su ubicación y sus recursos naturales la convierten en una pieza indispensable en el tablero geopolítico global. Situada entre América del Norte, Europa y Asia, la isla más grande del mundo es un punto de conexión estratégico para rutas marítimas y aéreas, además de un bastión para operaciones militares.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos mantiene una base militar en Thule, un enclave esencial para su sistema de defensa de misiles y su capacidad de vigilancia en el Ártico. Sin embargo, en las últimas décadas – y más allá de Trump- , Groenlandia ha dejado de ser vista exclusivamente como un activo estratégico militar. Su importancia se ha ampliado considerablemente debido al deshielo acelerado por el calentamiento global, que está transformando al Ártico en una región de oportunidades comerciales y económicas. El deshielo no solo habilita nuevas rutas marítimas, como el Paso del Noroeste—capaz de reducir drásticamente los tiempos de transporte entre Asia y Europa—, sino que también expone vastos depósitos de recursos naturales previamente inaccesibles, incluyendo petróleo, gas y minerales raros, fundamentales para las tecnologías modernas.

¿Qué hay bajo el hielo?

El Ártico alberga algunas de las reservas más importantes de recursos naturales del planeta, y Groenlandia no es la excepción. Según estimaciones del Servicio Geológico de Estados Unidos, el 13 % del petróleo no descubierto del mundo y el 30 % de las reservas de gas están bajo el hielo ártico. Además, Groenlandia tiene abundantes depósitos de minerales raros como el neodimio, el disprosio y el praseodimio, esenciales para tecnologías modernas: teléfonos móviles, baterías, turbinas eólicas y vehículos eléctricos. Pero hay un detalle crucial: gran parte de estas riquezas están en zonas de aguas internacionales o en áreas donde los países solo tienen derechos limitados bajo la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.

De acuerdo con este marco legal, los países con costas en el Ártico—Estados Unidos, Canadá, Rusia, Noruega y Dinamarca (a través de Groenlandia)—pueden ejercer soberanía sobre un mar territorial de 12 millas náuticas y explotar recursos dentro de sus zonas económicas exclusivas (EEZ) de hasta 200 millas náuticas. Más allá de eso, el fondo marino puede ser reclamado como una extensión de su plataforma continental, pero no hay soberanía sobre el océano en sí. Esto significa que el acceso a los recursos del Ártico central está sujeto a disputas internacionales y acuerdos multilaterales, lo que dificulta su control directo por parte de cualquier potencia.

En contraste, Groenlandia es un territorio bien definido bajo soberanía danesa, lo que explica la burda insistencia de figuras como Donald Trump en adquirirla. Como territorio autónomo, su riqueza de recursos naturales no está sujeta a las restricciones que enfrentan las aguas internacionales del Ártico. Una vez bajo control de un país como Estados Unidos, estos recursos podrían ser explotados sin depender de complejos acuerdos internacionales, lo que convierte a Groenlandia en un territorio de interés geopolítico mucho más atractivo que otras zonas disputadas del Ártico.

El estatus de Groenlandia bajo el derecho internacional permite además que, en teoría, su soberanía pueda ser transferida mediante un acuerdo entre Dinamarca y otra nación. Aunque altamente improbable, esta posibilidad legal es lo que ha permitido que ideas como la “compra” de Groenlandia entren en el discurso político trumpista.

Por su parte China, que actualmente domina el mercado global de tierras raras, ha mostrado un interés creciente en invertir en minería y en proyectos de infraestructura en Groenlandia. Un ejemplo notable es el proyecto minero en Kvanefjeld, en el sur de la isla de la emprsa australiana Greenland Minerals, respaldado por inversiones chinas, que busca explotar uranio y tierras raras. Sin embargo, este proyecto ha generado divisiones políticas y preocupaciones ambientales entre la población local, lo que llevó a elecciones anticipadas en 2021 y a un debate nacional sobre los riesgos y beneficios de permitir inversiones extranjeras en sectores estratégicos.

Por otro lado, Rusia ha buscado intensificar su presencia militar en el Ártico, construyendo bases y desplegando sistemas de defensa avanzados para proteger sus intereses en la región. Este fortalecimiento militar busca asegurar el control de las rutas marítimas emergentes y de los recursos naturales, intensificando la competencia en la región.

El dilema groenlandés

Groenlandia no es un mero depósito de recursos naturales. Su situación política y social añade capas de complejidad que explican por qué se encuentra en el centro de las tensiones geopolíticas contemporáneas. Aunque es un territorio autónomo del Reino de Dinamarca desde 1979, su defensa y política exterior permanecen bajo control danés. Este vínculo contrasta con las aspiraciones independentistas que han ganado fuerza entre los groenlandeses, impulsadas por el potencial económico de sus recursos naturales.

Sin embargo, la independencia de Groenlandia no es un camino sencillo. A pesar de sus riquezas, el territorio sigue siendo económicamente dependiente de Dinamarca, que subsidia dos tercios de su presupuesto. Estas transferencias han grantizado estabilidad, pero también han alimentado debates internos sobre si una explotación más activa de los recursos naturales podría ser la vía hacia la autosuficiencia. Este proceso implicaría superar desafíos financieros y políticos, además de evitar convertirse en un peón en las rivalidades de potencias extranjeras.

El Ártico, transformado por el deshielo y el cambio climático, se ha convertido en un campo de competencia global. Mientras Moscú refuerza su presencia militar con nuevas bases y rompehielos, Pekín invierte estratégicamente para consolidar su influencia económica, y Washington busca mantener su dominio, viendo en Groenlandia una oportunidad para asegurar su posición en esta región clave.

Dinamarca y la Unión Europea, por su parte, han reiterado su compromiso con la autonomía de Groenlandia. Mientras tanto, los groenlandeses enfrentan un dilema crucial: decidir cómo equilibrar sus aspiraciones de autogobierno con las crecientes presiones externas.

Para las comunidades inuit, que constituyen la mayoría de la población, el futuro de la isla no es solo una cuestión de soberanía, las decisiones sobre cómo explotar los recursos y atraer inversiones extranjeras tienen implicaciones directas en su forma de vida, su relación con el medio ambiente y su identidad cultural. Groenlandia no es solo una pieza geopolítica, es un símbolo de enfrentamientos en un mundo crecientemente multipolar, donde su población deberá encontrar un equilibrio entre preservar su identidad y resistir las fuerzas externas que buscan moldear su destino.

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