Lo que le pasó a Hawaii: La universalidad del racismo, la gentrificación y el colonialismo

Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.

En todos lados: @Monsieur_jabs

Lo que le pasó a Hawaii: La universalidad del racismo, la gentrificación y el colonialismo Lo que le pasó a Hawaii: La universalidad del racismo, la gentrificación y el colonialismo
Foto: Unsplash

“Se oye al jíbaro llorando, otro más que se marchó
No quería irse pa’ Orlando, pero el corrupto lo echó”

Para quienes las habitan, las periferias se parecen.
Y es una realidad que ciertas experiencias de opresión rayan en lo universal.

Un incendio desplazó a las masas por territorios que pertenecieron a sus abuelos. La tragedia que había sido natural se convirtió en humana cuando las personas no pudieron huir por la privatización del territorio, por la dificultad de los caminos.

Pudo haber sido en Hawaii o en California.

La turistificación y la diferencia de ingreso provocaron que el mercado inmobiliario favoreciera la construcción de hoteles, por encima de la vivienda para quienes ahí ya habitaban o la zona natural, que ahí ya existía.

Pudo haber sido la Riviera Maya o en Puerto Rico.

Orientadxs por un creciente costo de vida en su lugar de origen, las personas clase-medieras de una ciudad se movieron a otra donde su ingreso rindiera más. Su sola llegada provocó el encarecimiento de la vida local. Lo que a su vez acabó alimentando un ciclo de desplazamiento. Las personas que huyeron por los altos costos de su calidad de vida acabaron creando el mismo ambiente hostil que generó su expulsión.

Pudo haber sido de Brooklyn a la CDMX, de la CDMX a Oaxaca.

“Quieren quitarme el río y también la playa
Quieren el barrio mío y que abuelita se vaya”

En el discurso público, la gentrificación pasó ya de ser un concepto abstracto y separado de la

realidad a un lugar común de resonancia quasi-universal.

Su uso generalizado nos permite entender una experiencia común de las clases urbanas en el siglo XXI. Desplazamiento. Encarecimiento. Pérdida de territorio. Son todos conceptos que reverberan en los sectores populares de las distintas urbes globales. Tal vez se usen palabras distintas pero los sentires son los mismos, me desplazaron porque ya no me alcanzaba para la renta; expulsaron a mi familia porque el costo de vida seguía y seguía creciendo.

No obstante la universalidad de la experiencia urbana eso no exenta que en la discusión haya un desgaste de los matices. Con la masificación del uso de categorías como “gentrificación”, la discusión en ocasiones se desvía del nodo que debería ser el central. Pasa a argumentaciones sobre la amabilidad de algunas personas en específico, o sobre la pertinencia de algún grupo identitario particular. Pasa de largo, por el contrario, del sistema que favorece la incorporación de grupos privilegiados a costa de la marginación de grupos de por sí marginalizados. Pasa de largo, además, de la permanencia de la lógica mercantilista de bienes que deberían ser comunes; el territorio, la vivienda, la cultura. Más gravemente, pasa de largo de las lógicas sistémicas que interrelacionan los ensanchamientos de las distintas brechas de desigualdad con los auges de los fascismos globales.

El gringo, por sí solo, no es responsable de la gentrificación. El turista, por sí solo, no lo es de la turistificación. Para que ambos procesos se desarrollen, es necesario un grado de complicidad de actores, de capitales o gubernamentales, locales dispuestos a vender a sus vecinos; dispuestos a poner sus ganancias por encima del bienestar de sus comunidades; dispuestos a alimentar la hidra que eventualmente también vendrá por ellos.

La gentrificación hace eco de fenómenos como el colonialismo, en parte por la lógica racial que le permea. La idea de un sector de la población como deseable y de otro como prescindible. En consecuencia si se busca contrarrestarlo, entonces se tiene que tener esa perspectiva estructural, pues la opresión no es únicamente resultado individual. Se debe de apuntalar a dar marcha atrás a lógicas mercantilistas que ponen precio a la vida.

Si la experiencia de opresión tiene algún grado de universalidad, las experiencias de resistencias lo tienen aún más. De ahí que los lemas resuenen independientemente de las distancias. Pues las luchas no son iguales, pero riman.

“Otra jíbara luchando, una que no se dejó
No quería irse tampoco y, en la isla, se quedó”

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