El niño de no más de 10 años, vestido con camiseta blanca, pero con los colores azulcremas en cada poro de su piel, se para en un sillón y junta las palmas de las manos frente a su cara a manera de plegaria. En medio de sollozos pregunta: “¿Cuánto falta?”
— Un minuto, responde una voz en off, probablemente la del padre, mientras a su lado una mujer (¿la mamá?), se tapa el rostro con las manos.
El narrador grita el final de la semifinal de vuelta. En un partido vibrante, lleno de polémica, América ha vuelto a eliminar al Cruz Azul de una liguilla y el chico, que no ha dejado de llorar, brinca del sillón y se hinca. Se incorpora y abraza a la mamá, que también llora: “¿Sólo es futbol?”, pregunta el usuario de la red social X que subió el video.
“El video del año”, responde alguien a la publicación; “Qué escena más hermosa”, dice otro usuario; “Todos fuimos ese niño alguna vez”, añade otra persona; “No lo puedo juzgar, así andaba anoche”, agrega uno más.
¿Es futbol exponer a tu hijo al escarnio de las redes sociales?
En otro video subido a la misma red social se ve a un grupo de simpatizantes del cuadro de Coapa celebrar la anotación de Rodrigo Aguirre que clasificó a las Águilas a la final. De pronto, un hombre con camiseta del América le hace una seña a otro, que de la cintura saca una pistola; el primero sale a la calle seguido por otros sujetos y lanza dos tiros al aire, seguidos de una andanada de palabras altisonantes. ¿Eso es futbol?
En años recientes las transmisiones de televisión de la liga mexicana están muy atentas a lo que pasa en las tribunas. Las tomas de personas llorando o persignándose se han convertido en videos virales que son el hazmerreír de los usuarios de las redes sociales. Otros fanáticos, sin temor a dios, graban en TikTok sus reacciones ante las anotaciones de equipos con los que ni siquiera simpatizan mientras visten la camiseta de su cuadro favorito. Buscan sus cinco minutos de fama, no les importa hacer el ridículo.
En Argentina, el pasado fin de semana se hizo viral un video en el que se ve a un muchacho con la camiseta de San Lorenzo de Almagro ser sacado por personal de seguridad de la platea del estadio de Argentinos Juniors. “Dale un cachetazo al infiltrado”, se escucha el grito de una mujer mayor, mientras alguien se acerca para darle un “zape” en la cabeza al chico. Es sabido que en ese país los hinchas de dos equipos no pueden convivir en la misma tribuna, pero los comentarios en X tristemente justifican la agresión: “Sin barrio y sin sentido común”, dice alguien; “Era para darle vuelta la cabeza de un sopapo”, agrega otro. “Por qué no lo cagaron bien a trompadas”… “Insolente”, “pelotudo”, “pobre, me da lástima”, responden algunos más. ¿Normalizar la violencia en nombre del futbol?
Parte del problema
Para mí el futbol murió, por partida doble, hace seis años. Mi alejamiento se dio (¿cómo iba a ser de otra forma?) desde el fanatismo que ahora critico.
Comencé a ver futbol a los siete u ocho años por influencia de mi papá y fui por primera vez a Ciudad Universitaria a los 13. Durante 12 temporadas acudí de manera regular al estadio (tres finales incluidas) y la decisión de dedicarme al periodismo deportivo en 1996 fue orillada, en gran medida, por mi gusto por el futbol. Pumas, Boca Juniors, la Selección Argentina, en menor medida el Athletic de Bilbao, siempre había un motivo para hablar de balompié.
Me volví intolerante, vulgar, estúpido, grosero, necio, exagerado como todo fanático, pero eso sí, todas esas actitudes no influyeron negativamente en mi trabajo como reportero o editor. Nunca hubo una queja por mi desempeño.
En abril de 2003, cinco meses antes de ser papá, pelee a golpes por última vez. Fue después de aquella derrota de Pumas ante Cobreloa en la Copa Libertadores. Aún no conocía a Camila, pero entendí la responsabilidad que lleva consigo la paternidad. Por cierto, aunque le compré un par de prendas de Universidad cuando era chiquita, sólo fuimos al estadio dos veces y nunca hemos visto un partido por TV. Por supuesto, no se me hubiera ocurrido grabar un video para exhibir a mi hija.
Después de viajar tres veces a Buenos Aires me hice fanático de Boca Juniors, entré al estadio con la barra, celebré campeonatos locales, internacionales y su centenario, con tatuaje incluido. El destino enfrentó al cuadro argentino con Pumas en la final de la Copa Sudamericana del 2005 y el rompimiento llegó. Mi corazón sólo podía latir para un lado.
En junio de 2011, cuando se consumó el descenso a la B Nacional del cuadro más ganador de Argentina, River Plate, y se hizo viral un video de Santiago Pasman, un enfurecido aficionado de ese equipo que maldecía a sus jugadores en el partido de ida de la serie para evitar la pérdida de la categoría, por lo menos tres personas me dijeron: “Eres igualito al Tano Pasman”. Por supuesto festejé la desgracia de los Millonarios, pero comencé a pensar que algo no funcionaba bien en mi cabeza.
El inevitable divorcio
El rompimiento con Pumas y Boca Juniors tiene la misma fecha: 9 de diciembre de 2018. Desde 2005, cada vez disfrutaba menos ir a Ciudad Universitaria y cuando estaba en la tribuna, de mi boca salían más insultos que gritos de aliento a los jugadores que vestían la camiseta azul y oro. Dos eliminaciones por goleada ante el América en Liguilla precipitaron el adiós. Ni en el futbol ni en la vida creo en el amor incondicional.
Aunque dejé de seguir las campañas de Boca, con la derrota ante River en la final de la Copa Libertadores de 2018, en Madrid, el alejamiento fue definitivo. Poco a poco me he ido desprendiendo de camisetas, revistas y libros de ambos cuadros. Conservo sólo los que tienen algún valor periodístico para mí. Eso sí, respeto aquella máxima futbolera que dice que puedes cambiar de mujer y religión, pero nunca de equipo de futbol. Simplemente ya no siento los colores.
El futbol que no le gustaría a Diego
Desde mi salida de Televisa Deportes Network, en abril de 2019, no he vuelto a ver un partido de futbol por obligación y la última vez que pisé las gradas del Olímpico fue el 12 de marzo de ese año. Maradona regresó a CU como técnico de Dorados y quería tener el boleto de aquella noche para decir: “Yo estuve ahí”. Cosas de fanáticos.
Diego murió el 25 de noviembre de 2020 y aquella mañana prometí no llorar nunca más por algún evento relacionado por el futbol. Rompí la promesa en la coronación de la Albiceleste en el Mundial de Qatar 2022, cuando escuché los penales ante Francia con los ojos cerrados, la mano izquierda en el pecho y la derecha sobre un póster de Maradona. Desde entonces no he vuelto a mirar completo un partido de futbol.
En menos de dos años la Ciudad de México volverá a recibir un partido de Copa del Mundo y lo que hace años me hubiera llenado de orgullo, hoy me resulta completamente indiferente. Estados Unidos y Canadá serán coanfitriones del evento.
El miércoles 11 de diciembre, FIFA anunció que la Copa del Mundo de 2034 se celebrará en Arabia Saudita y el Mundial de 2030 se jugará en Marruecos, Portugal y España, con partidos únicos en Argentina, Paraguay y Uruguay. Desde 2026 los mismos representativos de siempre buscarán el campeonato, pero 48 seleccionados serán comparsas en ese torneo. ¡Quién no muere de ganas de ver un Guatemala vs. Mali en un Mundial!
Esta noche se conocerá al campeón del futbol mexicano. Aunque no lo deseo, creo que el América del brasileño Jardine se “comerá" tácticamente al Monterrey de Martín Demichelis. Si se corona Rayados, alguna parte de la prensa y la afición argentina van a decir: “La liga mexicana es tan chiquita que les mandamos a un técnico que fracasó con River y fue campeón”.
Pase lo que pase esta noche, siempre festejaré que Cruz Azul no gane campeonatos. Es sólo futbol, pero a mí ya no me interesa.