Hay buenas noticias en la lucha contra el Covid prolongado
'El Covid prolongado sigue siendo un riesgo real, pero la mejor manera de evitarlo es evitando contagiarse (o reinfectarse) en primer lugar. Por eso existe una necesidad apremiante de aplicar dosis de refuerzo de otoño'. Foto: Lindsey Parnaby/AFP/Getty Images

Como científico que trabaja diariamente en la inmunología del Covid-19 y del Covid prolongado, soy muy consciente de que, de cara al otoño y al regreso a la escuela, el Reino Unido se enfrenta a una mayor confusión y discordancia respecto al Covid. ¿Hacia dónde nos dirigimos ahora? ¿No se ha terminado? ¿Y por qué seguir insistiendo en la mitigación cuando actualmente tenemos tantas otras preocupaciones?

Cualquier debate sobre nuestra situación actual de Covid debe tomar en consideración el legado de discapacidad y miseria asociado al Covid prolongado. En mi opinión, ahora hay algunas buenas noticias entre las viejas malas noticias. En los últimos meses, los datos de la Oficina Nacional de Estadística indican que el número estimado de personas que padecen Covid prolongado empieza a descender, pasando de una cifra máxima de 2 millones registrada en mayo a aproximadamente 1.8 millones.

Considero que esto significa que algunas personas se están recuperando gradualmente. Y aunque es evidente que se está registrando un Covid prolongado tras la infección por ómicron BA.5, los nuevos casos de Covid prolongado están apareciendo con menor frecuencia. Los colegas de Singapur, un país que tiene un importante pico de infecciones por ómicron después de una pandemia temprana relativamente moderada, mencionan que las clínicas que atienden los casos de Covid prolongado están tranquilas y no tienen pacientes.

También existen algunos indicios de que quizás estamos más cerca de poder definir y tratar con mayor precisión el Covid prolongado. Se han realizado numerosos estudios en todo el mundo para reclutar grupos de personas que padecen Covid prolongado con el fin de compararlos con los casos de “recuperación rápida” –personas que se recuperaron rápida y completamente de Covid– para intentar encontrar diferencias en los niveles de anticuerpos, hormonas, células del sistema inmunitario u otros aspectos que se puedan medir con un análisis de sangre. Estos denominados “biomarcadores definitorios” pueden cambiar las reglas del juego. Pueden ayudar a los servicios de salud a definir y remitir los casos, proporcionar pruebas más amplias a los empleadores y los tribunales, y también indicar la identificación de terapias y tratamientos.

Uno de los primeros estudios de este tipo fue publicado este mes en una versión preliminar de un artículo de Akiko Iwasaki, David Putrino y sus colegas de la Universidad de Yale. Los autores informan sobre la existencia de un evidente biomarcador que delimita las diferencias en el grupo de Covid prolongado, con signos que incluyen un nivel bajo de cortisol sérico (una hormona que interviene en el control de la respuesta al estrés) y evidencia de la reactivación del virus de Epstein-Barr latente. Aunque no se trata de una auténtica prueba diagnóstica del Covid prolongado, amplía nuestros conocimientos sobre lo que ocurre exactamente detrás de los síntomas, además de indicar posibles tratamientos.

A pesar de algunos atisbos de buenas noticias, conviene repetir que el Covid prolongado sigue siendo una fuente de desesperación en gran medida desatendida, sobre todo para las personas de la “primera ola” que llevan padeciéndolo desde hace más de dos años, que no pueden regresar al trabajo y que, en muchos casos, reciben poca atención por parte de los empleadores. La cruel ironía de esta situación es evidente para un grupo de pacientes en el que nuestros elogiados “héroes de primera línea” están masivamente sobrerrepresentados.

El Covid prolongado sigue siendo un riesgo muy real, pero la mejor manera de evitarlo es evitando contagiarse (o reinfectarse) en primer lugar. El éxito inicial del despliegue de la vacuna en el Reino Unido en 2020-2021 ya es historia antigua en lo que respecta a la actual lucha. La subvariante BA.5 posee tantas mutaciones inmuno-evasivas que es un pariente lejano de la cepa antecesora de Sars-CoV-2 para la que se crearon aquellas primeras vacunas. En cualquier caso, los niveles de anticuerpos neutralizantes de la mayoría de las personas han disminuido prácticamente hasta los niveles de referencia –o a los niveles similares a los de las personas no vacunadas–, incluso si recibieron las tres dosis de la vacuna. De ahí que exista una enorme carga de infecciones y reinfecciones. Existe un sólido consenso en torno a la necesidad apremiante de aplicar dosis de refuerzo de otoño.

Los inmunólogos y los productores de vacunas se han enfrascado en un considerable debate sobre las complejidades de garantizar que la próxima generación de dosis de refuerzo específicas para cada variante sea la más adecuada. A nivel internacional, los enfoques son diferentes. El Reino Unido ha adquirido dosis de refuerzo de una vacuna bivalente –es decir, adaptada para dos cepas– que contiene la secuencia original y ancestral del Sars-CoV-2, así como la secuencia BA.1, la variante ómicron que estuvo con nosotros a finales de 2021. En Estados Unidos, por su parte, el gobierno encargó 170 millones de dosis de una vacuna bivalente adaptada para la secuencia original y ancestral del Sars-CoV-2 y a la secuencia BA.5, actualmente relevante.

Los datos de los ensayos realizados con estos enfoques todavía son escasos. La impresión actual es que el refuerzo contra la variante BA.1 posiblemente no ofrezca una fuerte protección cruzada contra la variante BA.5. Sin embargo, los datos de los refuerzos específicos contra la variante BA.5 también son mínimos. ¿Qué importancia tienen estos detalles? Un equipo de Sídney, dirigido por Miles Davenport, analizó los datos de otros ocho estudios para modelar la eficacia de las dosis de refuerzo específicas para cada variante. Los datos obtenidos son tranquilizadores. Incluso se prevé que el refuerzo original de primera generación aumente la protección contra la infección sintomática en un periodo de seis meses pasando del 50% al 85.6%. Las nuevas dosis de refuerzo modificadas en función de la variante, generalmente 1.5 veces más potentes en términos de neutralización de ómicron, proporcionarían una protección superior al 90%.

Probablemente existirán algunas diferencias entre las dosis de refuerzo una vez que se finalicen más estudios. No obstante, esta complejidad nunca debería mermar la confianza de la población en que tú (y las personas clínicamente vulnerables que te rodean) estarán más seguros este otoño e invierno con una dosis de refuerzo, cualquier dosis de refuerzo, que sin ella.

No debería existir ninguna duda sobre un completo programa de aplicación de dosis de refuerzo. De hecho, deberíamos recordar que la aceptación de la vacuna en el Reino Unido, de un 80%, es inferior a la de otros países europeos como Francia, Italia y Portugal, y que la menor aceptación de la vacuna se concentra en los grupos socioeconómicos más bajos, en los que el Covid-19 suele ser más grave.

Necesitamos aumentar la aceptación de la vacuna entre las personas no vacunadas, junto con un fuerte mensaje del gobierno y del Comité Conjunto de Vacunación e Inmunización de que la protección y la normalización ahora dependen de un amplio y eficiente despliegue de las nuevas dosis de refuerzo.

Aquellos que están al tanto de los datos y que también son conscientes de la necesidad de proteger a las personas clínicamente más vulnerables, también usarán cubrebocas y optimizarán la ventilación.
Danny Altmann es profesor de inmunología en el Imperial College de Londres, fideicomisario de la Medical Research Foundation y de Long Covid Support, y coautor de The Long Covid Handbook.

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