Pantallas en disputa: el día que Instagram prendió la tele

Lunes 13 de octubre de 2025

Ingrid Motta
Ingrid Motta

Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

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Pantallas en disputa: el día que Instagram prendió la tele

Instagram quiere conquistar tu sala.

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Instagram no llega a competir, sino a infiltrarse. Su propuesta no es ser la nueva Netflix, sino absorber la atención residual.

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Redes sociales

Lo dijo Adam Mosseri sin mucha ceremonia: Meta prepara una aplicación para televisión. El anuncio no es una estrategia técnica sino un síntoma cultural. La red social que definió la estética del siglo XXI ahora quiere redefinir el lugar desde donde consumimos contenido audiovisual.

El movimiento de Meta ocurre en un ecosistema que ya cambió de forma. El streaming superó a la televisión tradicional, pero el modelo empieza a agotarse. Netflix, Prime Video y Disney+ entraron en fase de consolidación: menos volumen, más precisión, más control de costos. En ese contexto, Instagram no llega a competir, sino a infiltrarse. Su propuesta no es ser la nueva Netflix, sino absorber la atención residual: los minutos intermedios, el instante de distracción que antes ocupaba el zapping.

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La televisión ya no se enciende, se programa. La pantalla dejó de convocar a la familia y se volvió extensión del yo. En lugar de agenda colectiva tenemos agendas algorítmicas que nos programan de regreso. Lo que antes era un ritual de encuentro es ahora una rutina de aislamiento. Lo vimos con WWE Raw en Netflix: un experimento que devolvió al público el viejo hábito del horario fijo. Cada lunes, millones de personas volvieron a conectarse a la misma hora, no por nostalgia, sino por comunidad. En un ecosistema fragmentado, esa cita semanal se convirtió en un recordatorio de que la conexión emocional sigue teniendo poder ritual, incluso dentro del algoritmo.

El poder no está en quién produce lo que vemos, sino en quién decide cuándo dejamos de ver. Instagram entiende también que el poder ya no está en la duración, sino en la frecuencia. Su gran ventaja sobre el resto de las plataformas es la compulsión: nadie entra a Netflix cinco veces al día, pero sí a Instagram. Esa repetición diaria es su carta fuerte. Llevarla al televisor no es solo una extensión de formato, sino una ampliación de territorio: convertir el ocio móvil en experiencia doméstica.

Meta, sin embargo, llega a un terreno saturado, donde la televisión conectada se ha vuelto un espacio de disputa entre gigantes que ofrecen contenido cada vez más homogéneo. YouTube domina el televisor; TikTok domina el móvil; Netflix intenta retener el hábito. Instagram, que nació como red social, entra con otra lógica: no necesita producir series, porque su materia prima es la vida misma. TikTok ya demostró el alcance de ese modelo. No solo cambió cómo consumimos contenido, sino también cómo lo producimos. La plataforma convirtió a cada usuario en potencial creador y a cada tendencia viral en insumo narrativo para el streaming. Fenómenos como Baby Reindeer o La culpa es de la Malinche nacieron de conversaciones digitales previas, historias que viajaron del feed al guion profesional, borrando la frontera entre creación y consumo.

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Durante dos décadas, las plataformas tecnológicas han invadido cada espacio de intimidad: primero el bolsillo, luego la mente, ahora el hogar. El televisor era el último vestigio del consumo colectivo. Llevar Reels a la sala implica cerrar el círculo: el algoritmo ya no solo te sigue, ahora se mete a tu casa.

El cambio no ocurre porque sí. La inteligencia artificial acelera los procesos de localización, producción y recomendación de contenido. En América Latina, la expansión de los modelos gratuitos con publicidad (ViX, Pluto TV, Roku Channel) confirma que el público está dispuesto a ver anuncios si el contenido refleja su identidad cultural. América Latina se ha convertido en un laboratorio de emociones y precios: aquí se experimenta con formatos híbridos que mezclan entretenimiento, comercio y autenticidad.

Instagram podría encontrar su ventaja justo en ese fenómeno. Mientras las plataformas de streaming ajustan presupuestos, Meta posee lo que todos buscan: una red global de creadores nativos, una comunidad emocionalmente activa y un algoritmo entrenado para maximizar la adicción. En ese sentido, el movimiento de Meta parece lógico: mientras Netflix busca fidelidad a través de producciones costosas, Instagram apuesta por la inercia de la repetición. No quiere que el espectador se siente una hora; quiere que regrese cada cinco minutos. Si Netflix construye audiencias, Instagram fabrica hábitos. No necesita reinventar la televisión; solo necesita ocupar el espacio que se abre de manera natural a la evolución de nuestro consumo de contenidos.

El futuro del entretenimiento no será una guerra de contenido, sino de fidelidad. No se compra con producciones millonarias, sino con rituales cotidianos. Si Instagram logra que los usuarios lleven sus Reels del teléfono al televisor, habrá dado un paso más hacia la integración total entre lo personal y lo mediático.

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Para los usuarios, ya no se trata de si Instagram puede conquistar nuestra sala, sino de si nosotros podemos seguir distinguiendo entre entretenimiento y exposición. Porque cada vez que abrimos una app para distraernos, entrenamos al algoritmo para conocer nuestras emociones mejor que nosotros mismos.

Y quizá por eso Instagram ya no quiere vivir en tu celular. Quiere instalarse donde más vulnerable eres: frente al sofá, cuando bajas la guardia y crees que solo estás viendo televisión. La televisión no murió, solo cambió de dueño. Y el control remoto, ya no está en nuestras manos.

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