Emprendedor social, estudió economía en el ITAM y un MBA en la Universidad de Essex. Tiene estudios en Racismo y Xenofobia en la UNAM, El Colegio de México y la Universidad de Guadalajara. En 2018 fundó RacismoMX, organización que tiene como objetivo combatir al racismo mediante investigación, educación e impacto en medios. En 2021 obtuvo el fellowship de la organización Echoing Green, reconocido por ser líder global por la igualdad racial. X: @Racismo_MX
¿Para qué son las cuotas? Mi visión sobre sus críticas
Las cuotas impulsan la equidad, rompen barreras estructurales y promueven la diversidad en México.
Las cuotas impulsan la equidad, rompen barreras estructurales y promueven la diversidad en México.
Muchas personas en México tienen sus reservas cuando escuchan el término “cuotas”, ya sean laborales, electorales o, incluso, sociales. En últimas fechas he leído varias voces que se oponen a estas medidas por supuestamente “ir en contra de la meritocracia” o por “regalar” lugares a personas que no están suficientemente preparadas para dichos espacios. Por ello es importante que podamos hablar más al respecto, tener más información y, sobre todo, sepamos el efecto positivo en las poblaciones a las que pretenden ayudar.
Comencemos por el principio, ¿qué es una cuota? “Cuota” es la forma sencilla de llamarle a las “acciones afirmativas”, que son políticas públicas o privadas para compensar o nivelar condiciones sociales que afectan negativamente de manera estructural a ciertas poblaciones históricamente discriminadas, como pueden ser mujeres, personas indígenas, afrodescendientes, personas con discapacidad o población LGBTIQ+, entre otras. Algunas personas les llaman también “discriminación positiva”. El ejemplo más sencillo de este tipo de acciones es cuando un banco promueve que personas adultas o embarazadas no tengan que hacer fila en las ventanillas bancarias.
Las “cuotas” van un poco más allá que una fila de servicios. En México, por ejemplo, históricamente las mujeres han ocupado menos puestos de elección popular, así como nula participación en los puestos clave dentro de las empresas. Gracias a las cuotas de género, ahora las mujeres ocupan un 12% (World Talent Advisors, 2023) en los puestos dentro de los Consejos de Administración en las empresas mexicanas. Aún es muy poco, ya que debería ser al menos un 50%, pero ha ido creciendo constantemente. En el caso del racismo tan imperante en nuestra sociedad, muchas personas racializadas (morenas, prietas, afrodescendientes o de pueblos originarios) sistemáticamente encuentran obstáculos para encontrar un empleo, y aunque envíen sus currículums, estos tienen una probabilidad menor de ser tomados en cuenta (Campos & Arce, 1012). Asimismo, en los medios de comunicación, las personas racializadas sólo son el 30% de las personas que aparecen “a cuadro” en la televisión, en el cine o en los anuncios publicitarios (Guerrero, 2022). Esto a pesar de que, en México, más del 80% de la población somos personas racializadas (INEGI, 2022).
Las cuotas han resultado especialmente eficaces en el campo político. A partir de la reforma constitucional del 2014 en donde se hicieron obligatorias para los partidos políticos las cuotas a mujeres, y a personas indígenas y afrodescendientes, alrededor del 50% de la Cámara de Diputados está ocupada por mujeres, y aproximadamente el 30% de las gubernaturas también son ocupadas por mujeres. Aunque siempre hay que insistir que falta mucho por avanzar en términos de representación, sin lugar a dudas, las cuotas o acciones afirmativas han servido para la paridad de género, y en teoría, para incorporar sus perspectivas de vida, en especial al discutir y legislar temas como la interrupción del embarazo o la atención a la violencia intrafamiliar, el cual atañe y afecta principalmente a las mujeres y personas gestantes.
Sin embargo, en este proceso hay personas que se siguen oponiendo. El principal argumento es que los puestos los acabaran ocupando personas que no tienen talento o preparación, y cuyo único requisito es que sean ellas o ellos mismos. En otras palabras, estas personas piensan que en lugar de considerar el “mérito” sólo se consideraría la característica de la persona que la hace vulnerable. Desde mi perspectiva, esto es un argumento que intenta confundir, ya que en la realidad las cuotas no están diseñadas para elegir a alguien únicamente por su característica demográfica, sino en adición a su demografía. En otras palabras, se busca una persona que tenga el talento, la preparación o la experiencia requerida, pero además que pertenezca a alguna población históricamente discriminada. No caigamos en la falsa disyuntiva entre “talento o características”, ya que estos conceptos no se oponen; hay mujeres muy talentosas, hay personas racializadas con extraordinarios currículums o personas con discapacidad con muchísima experiencia. Sin la cuota, dichas personas no llegarían a esos puestos de manera orgánica, considerando los obstáculos estructurales existentes como el racismo, el machismo o la transfobia, que están ampliamente documentados.
Otro de los argumentos que se usan para desacreditar a las “cuotas” es que varias personas se aprovechan de esa figura y acaban ocupando espacios que no les corresponden. Por ejemplo, en 2021, un candidato a diputado por el Partido Acción Nacional (PAN) se postuló en una candidatura especialmente para personas indígenas. En una entrevista, al preguntarle por cuál comunidad se postulaba, el candidato –un hombre blanco- contestó que “no sabía”. En el mismo año, otro caso famoso es el caso de 17 candidatos hombres se registraron a sus candidaturas como mujeres trans para ocupar escaños exclusivos para mujeres y personas de la población LGBTIQ+.
Las cuotas tienen áreas de oportunidad sin duda, pero es mucho mejor que existan a que no existan, ya que de otra manera, sería mucho más difícil para las personas de grupos en situación de vulnerabilidad llegar a ocupar cualquier tipo de puestos, especialmente los de toma de decisiones de los cuales hemos estado típicamente excluidos. Nuestra tarea es diseñarlos inteligentemente, considerando los contextos, pero sobre todo, desincentivando el abuso de este tipo de acciones cuyo objetivo es poner el piso un poco más parejo.
Finalmente, otra de las críticas es que las cuotas, tanto las electorales como las corporativas, son usadas por los partidos políticos o las empresas para dar una imagen de “incluyentes” o de “progresistas”, y muchas veces no pueden sostener su postura cuando surge alguna controversia. Ejemplos de esto hay mucho, desde la respuesta del partido MORENA cuando el presidente López Obrador llamó “hombre vestido de mujer” a la Diputada Salma Luévano (y que luego pidió disculpas por ello) hasta cuando un famoso restaurante asiático en Paseo de la Reforma en la CDMX pone su bandera LGBTIQ cada junio, pero niega la entrada a un hombre que usa falda. Es cierto, las cuotas muchas veces se instrumentalizan en favor de las instituciones, no obstante, insisto, es mejor que existan a que no existan. El punto no es quitar las cuotas para que las instituciones no lucren con ellas sino presionarlas para que se conduzcan en concordancia con dichas cuotas y su supuesta inclusión.
De nuevo, la figura de las cuotas pretende poner el piso más parejo para aquellas poblaciones que han sido históricamente discriminadas y que por ello no han logrado entrar en esos puestos de toma de decisiones. Es cierto que con esta figura se han cometido abusos y se ha pretendido lucrar con ella, pero los problemas que resuelve son tan grandes y estructurales que su existencia beneficia mucho más que su no existencia, así que sigamos presionando para su mejor regulación e impulsemos una mejor implementación.