Prisca Awiti y Alan Cleland: dos mexicanos diferentes

Sábado 22 de febrero de 2025

Víctor Olivares
Víctor Olivares

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

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Prisca Awiti y Alan Cleland: dos mexicanos diferentes

Prisca Awiti y Alan Cleland, con sus enormes características atléticas y mentales, y sus respectivas diferencias en sus historias personales, logran converger en algo clave en unos Juegos Olímpicos: la pasión y el orgullo por la bandera que representan.

prisca awiti medalla de plata paris 2024

Los nombres de Prisca Guadalupe Awiti Alcaraz y Alan Cleland Quiñonez quedarán en la memoria de millones de mexicanos de ahora en adelante, luego de sus respectivas hazañas olímpicas en dos disciplinas poco practicadas en un país abducido por el futbol como lo es México.

Prisca Awiti, afrodescendiente mexicana de 28 años nacida en Londres (Reino Unido), y Alan Cleland, mexicano de 22 años con ascendencia estadounidense y nacido en Boca Pascuales (Colima, México), han atrapado las miradas de quienes siguen los Juegos Olímpicos para poner los reflectores en dos deportes ‘outsiders’ y sin demasiados practicantes en nuestro país, como lo son el judo y el surf.

En emotivas batallas deportivas, estos dos atletas que siempre estuvieron convencidos de representar a México en los Juegos Olímpicos de Paris 2014, nos han puesto frente ante una realidad diferente y casi fantástica a lo que como nación estamos acostumbrados en justas deportivas, ya sean mundiales de futbol o juegos olímpicos, donde la historia indica que llegamos con una predisposición al fracaso que va de la mano con la malparida frase del “ya merito”, que tanto nos ha marcado no solo en el deporte sino como sociedad.

Awiti Alcaraz y Cleland Quiñonez nos han hecho disfrutar la gloria olímpica de dos maneras diferentes pero igualmente sanas y gratificantes: ella, en una jornada histórica en la que fue venciendo de manera contundente a sus rivales hasta colarse a una final que tomó por sorpresa a todo México, y en la que llegó a superar a la eslovena Andreja Leski (27 años), quien al final impuso su palmarés y experiencia para llevarse el oro y dejar a Awiti con una plata con tintes dorados para una nación que vibró con la primera medalla olímpica en judo en su historia deportiva.

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La gloria no concretada en medalla de Cleland, no resta méritos a la proeza del mexicano, quien en un par de días logró capturar la atención de millones de televidentes por su destreza y determinación al surcar las olas tahitianas, que no lo llevaron a las semifinales de la competencia por un extraño formato de eliminación directa y no de posición en la tabla (como se realiza en la natación, por ejemplo), pues de haber sido bajo un formato clasificatorio más justo, el colimense se habría colado en el segundo sitio, sólo por detrás del francés, quien fue su rival directo.

Pero su performance no dejó ninguna duda de que Alan habría obtenido una medalla, y su manera de competir alegre, arrojada (al mar, literalmente) y espontánea, nos hablan de ese tipo de deportistas que le hacen falta a una nación acostumbrada a futbolistas inflados, soberbios y llenos de complejos como los que produce México en los últimos años y cuyos resultados están a la vista y son innegables: ninguna de las delegaciones -ni la varonil ni la femenina- pudieron clasificarse a la justa olímpica de París; un fracaso rotundo más en esa larga lista de “ya meritos” de los ratones verdes, cuya única medalla es la producción de grandes sumas de dinero que no tocan nunca las estructuras necesarias para la generación de talentos.

Por el contrario, Prisca y Alan, con sus enormes características atléticas y mentales, y sus respectivas diferencias en sus historias personales, logran converger en lo más importante para un deportista de alto rendimiento en unos Juegos Olímpicos: la pasión y el orgullo por la bandera que representan, algo que puede producir una estamina clave que marque una pequeña pero significativa diferencia al momento de estar en el tatami o deslizándose sobre el mar, porque si bien hay quienes dicen que las banderas son solo colores, la realidad es que los símbolos que nos recubren juegan un papel importante en nuestra configuración psíquica, y si estos producen sensaciones positivas, pueden ser determinantes durante una competencia.

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Sin duda, algo positivo han dejado estos dos jóvenes atletas a miles de niños que se han enterado este verano de sus respectivas hazañas deportivas, sobre todo porque vivimos en un país poco acostumbrado a la victoria o la representación digna -desde lo político hasta lo deportivo, reflejo y simbiosis de una sociedad desestructurada e incluso rota-, por lo que Awiti y Cleland, así, con sus apellidos paternos que nos pueden sonar extranjeros (no así Alcaraz y Quiñonez, a los que podríamos estar más familiarizados), nos han dado una lección que va más allá de lo deportivo y el logro (este último, anhelo obsesivo en nuestras sociedades), empapando sus actuaciones de personalidad, espíritu y alegría, elementos de lo humano que escasean en México hoy en día, por lo que no hay más que darles las gracias.