Como sucede en todo el mundo, el poder político y el poder económico invariablemente suelen encontrarse. Ello se da normalmente por la necesidad de quienes ejercen uno y otro, pues en ambos casos hay quienes buscan seguirlo haciendo o también existen personas que pretenden a toda costa acceder a ellos. En todo caso y a pesar de cualquier discurso, la coexistencia de ambos poderes genera en ellos la necesidad de unirse.
Si bien en diversas latitudes se niega que pueda existir dicha unión, lo cierto es que de manera sistemática se pueden encontrar ejemplos de gobernantes y personas multimillonarias que encuentran puntos de acuerdo para facilitarse recíprocamente el camino hacia su propia perpetuación.
Ejemplo claro de lo anterior es la reciente unión entre Donald Trump y Elon Musk, uno candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos y otro uno de los hombres más ricos del mundo. Tanto uno como otro con el tiempo han ido radicalizando sus posiciones políticas y económicas, fijándose como uno de sus principales objetivos realizar duras críticas al presidente en funciones Joe Biden y a la candidata demócrata a ese cargo y vicepresidenta en funciones Kamala Harris.
Hace unos días, este matrimonio en ciernes entre Trump y Musk finalmente aceleró su proceso de consolidación al asumir ambos públicamente el compromiso de que siempre y cuando el primero se convierta por segunda vez en presidente de los Estados Unidos, el segundo forme parte de manera formal de su gobierno. Específicamente, el candidato republicano ha hablado de la creación de una “Comisión de Eficiencia Gubernamental”, misma que sería la “encargada de llevar a cabo una auditoría financiera y de rendimiento completa de todo el gobierno federal y de hacer recomendaciones para reformas drásticas”. En principio, lo anterior no suena mal al leer la eficiencia que Musk ha logrado establecer en empresas como Tesla, SpaceX o Starlink, sin embargo, los diversos tipos de relación que estas grandes empresas tienen con diversos gobiernos (incluido desde luego el de los Estados Unidos) hacen que esta idea deje de ser tan seductora.
Si bien el activismo político de Elon Musk se ha intensificado y se ha hecho más público en los últimos años, cabe recordar que éste no es nuevo y que efectivamente antes no era tan intenso. Por supuesto, entre los antecedentes de las relaciones de Elon Musk con políticos encumbrados deben contarse las que ha tenido con Narendra Modi, Jair Bolsonaro y Javier Milei. Sin duda, estas relaciones se han estrechado a partir de la conveniencia mutua: unos beneficiados por el apoyo del mediático magnate y éste por un trato privilegiado en la India, en Brasil y en Argentina, pues principalmente desde el punto de vista regulatorio sus empresas han obtenido un inmediato impacto positivo en sus planes de negocios.
Hacer a un agente económico tan poderoso como Elon Musk parte del gobierno de los Estados Unidos, expondría el quehacer de esa “Comisión de Eficiencia Gubernamental” a permanentes conflictos de intereses, pues Musk básicamente podría convertirse en lo que comúnmente conocemos como “juez y parte” en asuntos que son de especial interés para los gigantes tecnológicos que hoy comanda.
Con su muy beneficiosa incursión en el activismo político, Musk ha logrado en la India una reducción de aranceles para los autos eléctricos que fabrica, en Brasil regulaciones beneficiosas para el ingreso de su servicio de internet satelital y, en Argentina, un envidiable acceso a la explotación del litio indispensable para fabricar las baterías que son un insumo esencial de los bienes que provee.
De concretarse la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, posiblemente el mundo estaría viendo la consolidación de un matrimonio de conveniencia que respondería a muchas cosas, menos al interés general.
A pesar de cualquier discurso, la unión entre el poder político y el poder económico es estrecha y no parece que vaya a extinguirse pronto.