“Sólo los necios no leen a Mario Vargas Llosa”, escribió el 13 de abril el periodista cultural Arturo Mendoza Mociño, horas después de darse a conocer la muerte del Premio Nobel peruano.
“Sólo ellos, en su fobia ideologizada, aseguran ‘detestar’ a la persona por sus ‘ideas políticas’ para ocultar su total ignorancia sobre una obra colmada de varios ‘Everest’ que muy contados autores son capaces de escribir”.
Cuando Abraham Echauri me preguntó si escribiría un “zopilote” de Vargas Llosa, le respondí con un indiferente “debería”. Horas más tarde le recomendé lo que escribió Arturo.
Hoy debo confesar que más allá de su trabajo periodístico, principalmente sus columnas en el diario español El País que luego eran reproducidas por algunos medios mexicanos, nunca fui lector de Vargas Llosa, como tampoco lo he sido de Cortázar o García Márquez. Nunca terminé de leer “Cien años de soledad”, la que empecé varias veces por alguna tarea escolar, pero a la obra literaria de Vargas Llosa ni siquiera me he acercado. En uno de mis libreros aparecieron (¡No sé cómo!) dos libros: “La tía Julia y el escribidor” y “Lituma en los Andes”. No me entusiasma comenzar ninguno de ellos y a reserva de preguntarle su recomendación al colega Mendoza, creo que trataré de quitarme lo necio e ignorante con “Conversación en La Catedral”.
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Vargas Llosa, el provocador
Mendoza definió al escritor peruano como una persona en “una permanente búsqueda de libertades... y tempestades, porque a Don Mario le encantaba sacudir el avispero andara por donde andara (sic)”.
Como cada que muere alguna personalidad, he leído una catarata de elogios a la obra del peruano, pero también muchas descalificaciones, sobre todo por sus posturas políticas. Me quedo con una reflexión que el periodista y escritor argentino Martín Caparrós publicó en la red social X.
“O nos hacemos los tontos o, si hablamos, hablamos en serio. Los tiranos a los que se opuso el paladín Vargas últimamente fueron Lula, Boric, Pedro Sánchez; en cambio apoyó a Bolsonaro, Kast, Uribe, K. Fujimori y, faltaba más, Javier Milei. Así que mejor hablemos de libros”.
Imposible dejar de pensar cuando Vargas Llosa hizo enfurecer en agosto de 1990 al escritor mexicano Octavio Paz, que en octubre de ese año fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura, que el peruano ganó en 2010.
La discrepancia ocurrió durante el “Encuentro Vuelta, El Siglo XX: La Experiencia de la Libertad”, en el que Vargas Llosa participó en la mesa llamada “Del comunismo a la sociedad abierta”, en donde lanzó su famosa frase en la que criticaba al sistema político mexicano.
“Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante. México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”. En silencio, moviéndose nerviosamente en su asiento, alisándose las cejas con la mano izquierda, Paz escuchaba al peruano, que continuó.
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“Yo no creo”, refiriéndose al PRI, “que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándole de una manera muy sutil a través de trabajos, nombramientos, cargos públicos, sin exigirle una adulación sistemática, como hacen los dictadores vulgares, por el contrario, pidiéndoles más bien una actitud crítica, porque esa era la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder”.
Aunque estaba programado para una nueva charla en el coloquio organizado por la revista Vuelta, Vargas Llosa abandonó la Ciudad de México al otro día, con el pretexto de un “imprevisto asunto familiar”.
García Márquez, Vargas Llosa y el futbol
Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982, murió el 17 de abril de 2014 y al igual que a Vargas Llosa le gustaba el futbol.
“El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo”, escribió en “El juramento” (1950), después de ver un partido entre su equipo, el Junior de Barranquilla y Millonarios, que tenía al argentino Alfredo Di Stéfano en la cancha.
Vargas Llosa, confeso aficionado del Universitario de Deportes, nunca renegó de su gusto por el balompié.
“(El futbol) no es una operación matemática de resultados previsibles, sino un encuentro de seres vivos que juegan más para divertirse y gozar que para un salario o una copa. Esas tardes, en las que el corazón mete los goles y no los pies, se recuerdan después como una de esas experiencias que nos reconcilian a nosotros, los hinchas pobres diablos con la vida. Las estrellas se queman pronto en el fuego verde de los estadios y los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos”, escribió en un ensayo llamado “Los 11 titulares”. En alguna entrevista, Vargas Llosa confesó que en su primera luna de miel, en Río de Janeiro, vio jugar a Pelé en el estadio de Maracaná.
“Mi mujer siempre se burla de mí por una cosa. Nos casamos y fuimos de luna de miel a Río. Al día siguiente de llegar la llevé al Maracaná a ver a Pelé, justamente. Mi luna de miel consistió en eso. Fue un Brasil-Alemania en el que Pelé metió dos goles”.
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Vargas Llosa escribió crónicas del Mundial de España 1982 para varios medios, entre ellos el diario español ABC. Durante esa experiencia definió al futbol como una “religión laica que contiene irracionalidad colectiva”.
Si la Selección de Colombia llamó “Macondo” al balón con el que disputó como local las eliminatorias rumbo al Mundial de Brasil 2014 en homenaje a García Márquez, el Real Madrid recordó en las pantallas del Santiago Bernabéu a Vargas Llosa antes de su partido de Champions League ante el Arsenal inglés. Junto al peruano apareció un prócer del equipo merengue, el técnico neerlandés Leo Beenhakker, fallecido el pasado 10 de abril. Una vez más se comprobó que el balón y los libros no están tan alejados.