Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.
X: @tatianarevilla
Volver a lo básico: risas que sostienen sistemas
En mi comunidad sí se les pega a algunas, a las que se dejan nomás, por pendejas…
En mi comunidad sí se les pega a algunas, a las que se dejan nomás, por pendejas…
Cuando empecé a trabajar temas de género en municipios de México, impartíamos talleres para identificar violencias contra las mujeres. Edité fragmentos de películas y las personas tenían que señalar los tipos y modalidades de violencias representadas. Me sorprendía que casi siempre solo reconocían la violencia física, sexual y aquella cometida por terceros. Las violencias psicológicas, patrimoniales, económicas e incluso las sexuales cometidas por parejas estaban tan normalizadas que muchas mujeres ni siquiera las identificaban como tales.
En ese entonces, la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia no tenía mucho de haberse publicado, los institutos municipales y estatales de las mujeres eran recientes. Si hoy en día las denuncias son pocas, en aquel entonces lo eran aún más. Hablar entre nosotras era la única forma de reconocer y nombrar esas experiencias, no con la expectativa de que dejaran de ocurrir, sino para saber, que casi todas habíamos pasado por algo que ahora tenía un nombre y que, según una ley, era violencia.
Años después me alejé de los municipios y me fui a la universidad. Enseñar, llevar el género a la academia, descomponer teorías, debatir conceptos y aprender de mis estudiantes fue de las aventuras más bonitas. Y como siempre pasa, me acostumbré y me hice la idea de que aquellas experiencias en los talleres eran casi tema del pasado. Aunque sabía las cifras de violencia e impunidad, creía que en la deconstrucción de estereotipos y formas más visibles y obvias de violencia ya habíamos avanzado mucho. Bastaba oír a mis estudiantes en clase, bastaba ver a mis alumnas el #8M en la explanada de la universidad y escuchar a mis alumnos hablar de masculinidades tóxicas; bastaba ver la diversidad sexual cada día más normalizada en las aulas.
La vida me llevó de vuelta a campo. Esta vez a municipios más alejados, con personas productoras y comunidades indígenas. Regresé a la realidad: aquellas conversaciones de hace más de diez años seguían vigentes. Recordé que la universidad —especialmente la privada— es una burbuja cómoda y desconectada de muchas realidades en la que es fácil estar. Nuevamente estaba frente a las dinámicas más básicas y crudas: comunidades donde las niñas siguen limpiando la casa mientras los niños van a la escuela o trabajan en el cafetal; donde un hombre impide que lleven a su esposa al hospital porque “¿quién le hará de comer si la internan?”; donde todavía se dice, en voz alta y entre risas, que a las mujeres les pegan por pendejas.
También encontré colores y luchas. Mujeres de todas las edades que desafían costumbres para realizar actividades consideradas “de hombres”. Mujeres que han abierto camino en sistemas normativos internos rígidos donde prevalecen las ideas biologizadas de género y prácticas violentas. Hombres que cocinan o cuidan a sus hijxs sin sentir que hacen algo que no les corresponde. Mujeres que, simplemente con aprender a manejar de adultas, transformaron su vida ganando libertad.
Cuando los casos me aparecen de frente, con nombres y rostros, regreso al inicio. Me doy cuenta de que todo lo que hacemos es irrelevante si no podemos reconocer, nombrar y transformar las violencias que viven las personas. Persistir en señalar las formas más sutiles sigue siendo imprescindible. Decir en voz alta que no les pegan por pendejas, sino por un sistema que lo permite y por un salón entero riendo de esto, es volver a lo básico. Y volver a lo básico es algo que no podemos dejar de hacer.