Periodista egresada de la FES Acatlán, UNAM. Siempre aprendiz. Reportera, mamá de Natalia y columnista de Lazos, una publicación semanal que aborda temas sobre liderazgo femenino, maternidad feminista y crianza responsable. Twitter: @betty_corree
¿Y si me quedo sin mamá?
Las mujeres mexicanas hemos desarrollado una red de cuidadores que nos vigilan cada que salimos al súper, tomamos un uber o vamos a un lugar lejos de casa porque sabemos la posibilidad que existe de no volver sanas y salvas.
Las mujeres mexicanas hemos desarrollado una red de cuidadores que nos vigilan cada que salimos al súper, tomamos un uber o vamos a un lugar lejos de casa porque sabemos la posibilidad que existe de no volver sanas y salvas.
Cada vez que salimos solas de casa nos acompaña el miedo y la incertidumbre de saber si volveremos sanas y salvas. Las noticias diarias y las campañas que se vuelven tendencia en redes sociales sobre la búsqueda de mujeres que fueron a la tienda, al trabajo, a la escuela o a una cita y no regresan, inundan la mente de que la posibilidad de que nos pase o le pase a las que son cercanas a nosotros es algo aterrador.
Porque en un país como México las posibilidades de que esto ocurra son altas. Según ONU Mujeres, América Latina es considerada una región peligrosa para ser mujer, siendo México, tan solo después de Brasil, donde más feminicidios se cometen… y las cifras no mienten.
En 2007 se disparó la violencia contra las mujeres en el país, siendo 2019 el año en el que se registró la cifra más alta de Defunciones Femeninas con Presunción de Homicidio (DFPH) desde 1985, un total de 3,750 mujeres lo que se traduce en 10 diarias, de acuerdo con el estudio “La violencia feminicida en México: aproximaciones y tendencias”, elaborado por ONU Mujeres, Inmujeres (Instituto Nacional de las Mujeres) y Conavim (Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres).
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El informe es contundente: cada vez más se asesinan a las mujeres más jóvenes, en la vía pública y otros lugares distintos a sus viviendas. No estamos seguras.
Ante un panorama aterrador y ante la inacción del gobierno por brindar atención a los casos y generar estrategias de prevención, las familias y redes de amigas y amigos han generado sus propias alternativas de cuidado.
Mi caso es un claro ejemplo de ello. El 27 de marzo tuve una ‘cita a ciegas’ y lo entrecomillo porque él y yo cursamos juntos la secundaria, en diferentes grados, pero nunca nos hablamos. De vista nos conocíamos, pero de eso han pasado más de 10 años.
Reencontrarme con alguien al que nunca le hablé y que solo conocía de vista generó dudas, miedos e incertidumbre. Le conté a las personas más cercanas a mí: mi madre, mi hermana, uno de mis mejores amigos y un grupo de amigas muy solidarias. Sabían a dónde iba, con quién iba y compartí mi ubicación en WhatsApp en tiempo real para que pudieran seguirme y detectar si algo malo pasaba.
Nunca imaginé que esa primera cita sería épica. Tal vez inolvidable. No por el romanticismo que pudiera embriagar el primer encuentro, sino porque en la calle me arrebataron mi celular y se desató el caos.
El celular se lo llevaron desbloqueado, llegaron las patrullas y nos llevaron a él y a mí a la ubicación para ver si podía reconocer al sujeto que me llegó por la espalda en bicicleta. No hubo éxito.
¿El resultado? Durante dos horas y media, en medio del caos, mi red de seguridad que tenía mi ubicación comenzó a buscarme y a lanzar mensajes a través de redes sociales pidiendo ayuda a las autoridades porque al no tener contacto conmigo creía que ‘mi cita’ era el que estaba detrás de mi teléfono pidiendo dinero, queriendo sacar provecho.
Afortunadamente mi madre supo desde el primer momento que el celular me lo robaron, que no me habían hecho daño y que estaba con ‘mi cita’, quien no me dejó sola y amablemente me acompañó con los oficiales y me llevó a casa sana y salva.
A la mañana siguiente mi hija de 10 años se enteró de lo sucedido, por un momento me veía, escuchaba y analizaba lo que pasó, arrojando una sútil pregunta que me dejó helada: ‘¿Y si me quedo sin mamá?’… No hay respuesta para un miedo que ahora también habita en ella, como habita en todas.
Me considero afortunada porque solo fue el robo material y porque esa frase que gritamos en las protestas feministas ‘si tocan a una respondemos todas’ es real, tengo la certeza de que aunque afuera sea peligroso, también existe una red de conocidos y desconocidos que aportaron retweets, comentarios de ánimo, llamadas a autoridades, mensajes a mi madre para darle seguimiento y el buscarme en los siguientes días para hablar conmigo después de lo sucedido y asegurarse de que estaba bien. Es algo que nunca tendré cómo pagar.
Sin embargo sé que no siempre pasa así. Muchas de las que salen no vuelven a casa, no tienen una red que las cuide y que se pudieran movilizar en un tiempo tan corto para dar con su paradero; incluso, muchas de ellas, sus familias han pasado años sin saber qué pasó con ellas.
¿Qué habrá pasado con los niños que nunca alcanzaron a preguntarse lo mismo que mi hija porque otros les arrebataron la oportunidad de hacerlo, de ver a su madre una vez más?