Dos veces en la vida: ¿te atreverías a conocer a tu <em>doppelgänger?</em>
Una segunda mirada: aquí y abajo, algunos de los 250 retratos que François Brunelle ha tomado desde el año 2000 para su proyecto "¡No soy un doble!". Foto: François Brunelle

Durante una semana, lo pospuse. Mi fecha límite se acercaba, pero no quería hacer clic en el botón, en realidad no quería “encontrar a mi doppelgänger“. Tal vez podría evitarlo, sugerí, débilmente. Fui a almorzar; mantuve la vista en la banqueta por miedo a llamar mi propia atención.

El tema de los doppelgängers irrumpe y desaparece regularmente de la cultura popular, reflejándose, revelándose y provocando diversos grados de incomodidad. El nuevo libro de Naomi Klein aborda la idea de un doppelgänger después de que la escritora y académica se diera cuenta de que con frecuencia la confundían con Naomi Wolf. Recientemente, en Twitter, preguntó a sus seguidores si alguna vez se habían encontrado con su propio doble, y las respuestas estuvieron llenas de historias familiares y fascinantes, entre ellas la de un comediante que estaba en el escenario cuando, en conjunto, el público y él empezaron a darse cuenta de que su doble estaba sentado en una de las primeras filas, y los dos continuaron después con la presentación como un acto doble.

Cada pocos meses aparece un artículo en la prensa sensacionalista que cuenta historias similares, ilustradas con fotos de dos personas que ríen una al lado de la otra, asombradas de haber conocido a su doble en un avión, o en una boda, son descritas como hermosas coincidencias, conocemos a los sujetos cuando la sorpresa es reciente y sonríen con asombro. La nueva novela de Deborah Levy explora el mismo tema, un viaje a través de Europa en el que una pianista llamada Elsa se encuentra con su doble. “En ese momento me sorprendió pensar que ella y yo éramos la misma persona”, comenta Elsa. “Ella era yo y yo era ella. Quizás ella era un poco más yo que yo”.

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Foto: François Brunelle

Esas historias se basaban en la coincidencia, en una especie de casualidad sobrenatural, que ahora uno puede evitar, si lo desea, descargando una aplicación. Pero antes de que existiera esta larga lista de aplicaciones de dobles, antes de que Google Lens permitiera que una persona subiera una selfie y después hiciera clic para encontrar a cualquier otro extraño en la Tierra que compartiera sus rasgos, el hecho de ver a tu doppelgänger (la palabra se traduce del alemán como “doble andante”) estaba considerado como un mal presagio. De hecho, era el peor de los presagios. Según el folklore inglés y alemán, significaba que llegaría la muerte. Intenté hablar con mi editora de nuevo: “Solo intento escribir un artículo divertido, no estoy preparada para morir”.

La sensación de ver dobles en esos artículos sensacionalistas se asemeja a una especie de mareo. Son las diferencias las que te desestabilizan, las mismas pero diferentes variaciones de narinas y orejas, las que provocan ese familiar tambaleo psíquico. Es lo que se siente al contemplar la obra del artista canadiense François Brunelle, que se sintió inspirado para encontrar y fotografiar más de 200 pares de doppelgängers no emparentados entre sí después de que le sorprendiera, según dijo, lo mucho que se parecía a Rowan Atkinson. La serie de fotos, titulada ¡No soy un doble!, que tardó 12 años en reunir, muestra a hombres y mujeres que miran fijamente fuera del encuadre con las mismas miradas redondas, las mismas cejas bajas (como se ve en la página anterior).

Cuando el proyecto se hizo viral, llamó la atención del Dr. Manel Esteller, investigador del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras en Barcelona, que reclutó a 32 pares de dobles de Brunelle para hacerles pruebas de ADN y para que completaran cuestionarios sobre sus vidas. ¿Cuál era la explicación de estos doppelgängers?, se preguntó. ¿Qué estábamos viendo? Descubrió que los 16 pares que eran “verdaderos” dobles, según el software de reconocimiento facial, compartían muchos más genes en comparación con los demás, que el software consideraba menos parecidos.

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Foto: François Brunelle

“Ahora hay tantas personas en el mundo”, explicó el Dr. Esteller al periódico New York Times, “que el sistema se repite”. No solo se están multiplicando las aplicaciones que pueden encontrar a nuestros doppelgängers, también se está multiplicando la población, a un ritmo que significa que todos tenemos más probabilidades de tener un doble. Yo solo… no quiero conocerla.

Para ser justos, debería haber sabido en qué me estaba metiendo cuando empecé a escribir. Una de las razones que me llevaron a este punto, a este artículo, a esta lista de aplicaciones y a tomarme la selfie más inexpresiva que pude, fue una serie de noticias sobre personas que buscaban a sus dobles con malas intenciones. Cuando el pasado mes de agosto encontraron el cadáver de una joven en un automóvil estacionado en Alemania, su familia la identificó como Sharaban K, de 23 años, una esteticista afincada en Múnich de origen iraquí. Sin embargo, después de la autopsia surgieron dudas. Finalmente, se identificó a la víctima como Khadidja O, una bloguera de belleza de Argelia; las dos eran (según indicó la policía) “asombrosamente parecidas“. La policía descubrió que Sharaban K contactó a través de las redes sociales a varias mujeres que tenían un aspecto similar la semana anterior a la muerte de Khadidja, y la detuvieron en enero.

“Las investigaciones nos han hecho suponer que la acusada quería ocultarse a causa de una disputa familiar y fingir su propia muerte con ese fin”, indicó la fiscalía estatal. “No se da un caso así todos los días, y menos con un giro tan espectacular”.

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Foto: François Brunelle

Entonces llegó abril, y una mujer, de 47 años, fue condenada por robar la identidad de su doble estadounidense, a la que envenenó con una tarta de queso preparada con tranquilizantes. En agosto de 2016, la rusa Viktoria Nasyrova visitó la casa de Olga Tsvyk, de 35 años, en Nueva York, y llevó una tarta. Las mujeres tenían un parecido asombroso, con el mismo cabello y complexión, y ambas hablaban ruso. Al día siguiente, una amiga encontró a Tsvyk inconsciente, “vestida con lencería y con pastillas esparcidas por todo su cuerpo, como si la mujer hubiera intentado suicidarse”. Cuando regresó a casa del hospital, descubrió que habían desaparecido su pasaporte y su documentación; este año, en el tribunal, Nasyrova gritó “vete a la chingada” al juez del Tribunal Supremo de Queens cuando este la condenó a 21 años de cárcel.

En un caso anterior de doppelgänger, un hombre llamado Richard A. Jones fue condenado por robo agravado después de que lo identificaran en una rueda de reconocimiento y estuvo 17 años en prisión, a pesar de mantener su inocencia. No obstante, en 2018, después de que se mostraran a los testigos fotografías paralelas de él y otro sospechoso (un desconocido para Jones), y que no pudieran distinguirlos, un juez anuló su condena. De modo que, sí, aquel fiscal del Estado alemán tenía razón, no se da un caso así todos los días, pero por otro lado, tampoco… ¿no?

Teghan Lucas, anatomista especializada en antropología forense, investigó por casualidad la posibilidad de un caso como el de Jones tres años antes. Analizó los rostros de casi 4 mil personas, midiendo las distancias entre los distintos rasgos, como los ojos y las orejas, y calculando la probabilidad de que coincidieran los rostros de dos personas. Descubrió que las probabilidades de compartir “ocho dimensiones” con otra persona son inferiores a una entre un billón. Dado que hay 7.4 millones de personas en el planeta, eso significa que solo hay una posibilidad entre 135 de que exista un par de doppelgängers. “Es extremadamente poco probable”, comentó Lucas a la cadena BBC.

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Foto: François Brunelle

No obstante, como demostró posteriormente el caso de Jones, este análisis presentaba un fallo: estaba basado en la informática y no en el extraño carácter impredecible del ojo humano, en la forma en que reaccionamos ante un rostro o un movimiento. Cuando decimos que reconocemos a alguien, no solo estamos revelando algo sobre esa persona, sino también sobre nosotros mismos: nuestra capacidad de reconocimiento y lo que hemos aprendido sobre la forma en que puede envejecer un rostro, el carácter escurridizo de una sonrisa, lo que observamos cuando vemos a un desconocido.

Es un tema que le interesa a Anouchka Grose, una psicoanalista que, hace unos años, descubrió que los desconocidos comenzaban a tratarla de forma diferente, una mezcla de asombro y familiaridad. Se sintió desconcertada, hasta que alguien le explicó que la estaban confundiendo con una actriz de la serie Hollyoaks que se parecía mucho a ella. No es una experiencia inusual, comenta Grose. Lo compara con encontrarse con el reflejo de uno mismo en una ventana o en un espejo inesperado y tardar un momento en darse cuenta de que esa persona es uno mismo. “Tal vez sientas rechazo al instante, o te sientas extrañamente atraído hacia esa persona rara que se parece a ti. Verte a ti mismo como desde fuera es como ver un fantasma, o ser un muerto viviente”. Te hace preguntarte: “¿Y si el otro tú fuera más real que tú? ¿O mejor que tú?”.

Le pregunto la razón por la que este tema nos sigue fascinando tanto. Bueno, ella responde, “Freud piensa que el doppelgänger es asombroso, ya que está inconscientemente ligado a la idea de la muerte de uno mismo. El alma es el ‘doble’ original. El narcisismo humano es tal que anhelamos la inmortalidad y por eso el ‘alma inmortal'”, como el retrato al óleo o la fotografía familiar, “promete mantenernos en el mundo eternamente. El mundo sin nosotros es simplemente demasiado inconcebible. Pero ese deseo o fantasía se convierte en algo reprimido y entonces el doble se convierte en algo asombroso: lo que utilizábamos para defendernos de la idea de nuestra propia muerte se convierte en aquello que nos la recuerda”.

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Foto: François Brunelle

La muerte, ahí está de nuevo. ¿Por qué todos los caminos que parten del doppelgänger conducen de nuevo al suelo? “Ver a alguien que es igual que tú puede hacer que te sientas completamente desplazado. Mientras que una parte de ti puede desear enfrentarse al mundo juntos, otra puede pensar: ‘¿Qué sentido tengo ahora?’ Supongo que la envidia y la rivalidad son los grandes riesgos que entrañan los doppelgängers. ¿Y si roban tu trabajo, tus amigos, tu pareja? O, ¿qué pasaría si se sintieran tan desplazados por ti como tú por ellos?”. Grose añade, con bastante brillantez: “La única salida consistiría en una lucha a muerte”. Aunque esa idea –que una persona debe morir después de ver a su doppelgänger– resulta arcaica y basada en lo fantasmal, al igual que la mayoría de los mitos describe algo muy real. Posteriormente, Grose me envía una advertencia por correo electrónico: “¡Aléjate de esas aplicaciones!”.

Todavía dándole largas, le envié a mi editora un historial de avistamientos de doppelgänger que se creía que habían acabado muertos. Ya se estaba cansando de mí. Las historias más conocidas incluyen a los sirvientes de Catalina II de Rusia viendo a su doble sentada en su trono mientras ella dormía. La emperatriz ordenó que fusilaran a la impostora; Catalina murió de una apoplejía pocas semanas después. Cien años después, el poeta Percy Bysshe Shelley le contó a su esposa, Mary Shelley, que había visto a su doble. Shelley reportó varios avistamientos, el último de ellos ocurrido en una terraza en Italia en junio de 1822, donde su doppelgänger le preguntó si “alguna vez estaría contento”. Pocos días después, se volcó el barco de Shelley y murió. Mi editora respondió rápidamente con un enlace que enviaba a una explicación: los psicólogos han identificado trastornos neurológicos en los que una persona alucina su propia imagen en la distancia. Por lo tanto, es de suponer que alguien con un tumor cerebral que le provocara alucinaciones, alucinaciones que incluían ver a su doble, podría morir poco tiempo después. De acuerdo, respondí, con tristeza. Mi selfie me fulminó con la mirada. Mi fecha límite emitió un sonido. Hice clic.

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Foto: François Brunelle

En el pasado, se habría necesitado toda una vida de viajes y una suerte extraordinaria para toparte con tu doppelgänger. En la actualidad, aparentemente, basta con un teléfono inteligente básico. Las listas de aplicaciones tienen nombres como Twin Stranger y I Look Like You, y afirman emparejar tu rostro con el de sus usuarios, o el de su celebridad más parecida, o la de una persona fallecida hace mucho tiempo que aparece en una pintura. Hay funciones similares en las redes sociales, como la búsqueda de resultados visualmente similares de Pinterest, y Google Lens, que escanea todo internet.

Mientras me desplazaba por las opciones, pude comprender brevemente el impulso de una persona como Viktoria Nasyrova. ¿Y si existiera una forma, una manera sencilla, de colarse sin ser vista en la vida de un desconocido y hacerse pasar por él sin que nadie se diera cuenta? Históricamente, el encuentro con un doble habría ocurrido en contadas ocasiones y por casualidad, sin embargo, hoy en día se ha creado una industria que se ofrece a buscar tu doble por el mundo mientras esperas, navegando por internet en la cama. Me hizo recordar la búsqueda de “la persona indicada”, la búsqueda de un alma gemela, que ahora también se ha desplazado a internet después de años basándose en encuentros aleatorios. La búsqueda de alguien que nos comprenda. Conexión.

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Foto: François Brunelle

En el medio segundo que Google tarda en buscar entre sus millones de imágenes, mi pantalla se llenó de rostros. Sin embargo, después de buscar en internet a mi doble, no me mostró a una simpática húngara de 45 años o a una hermana lejana de Hull, sino los rostros recortados del “antes y el después” que anuncian las páginas web de cirugía plástica. Y, sinceramente, no me daba la impresión de que la cara del “después” fuera mi doble. ¿Era esto lo que me había estado preocupando? ¿Que me enfrentaran a mis defectos? ¿El verdadero aspecto que tenía fuera del espejo?

Lo intenté de nuevo, con otra foto, y me salió una mujer que vendía aretes en Polonia. Me di cuenta de que lo que veía la aplicación era básicamente: mujer blanca con nariz. Realmente había desaparecido el misterio. La poesía, extinguida. Me resistía a probar las páginas de dobles de famosos, porque el significado de parecerse a un famoso es parecer una versión mucho menos atractiva de ese famoso. No obstante, subí mi foto y seguí haciendo clic hasta que me apareció Cher. Después de muchos intentos fallidos y de que su poco fiable página web se tambaleara bajo mi presión, Twinstrangers me ofreció 856 resultados: la mayoría eran simplemente chicas alegres pelirrojas. Sin embargo, había una, una mujer de cejas oscuras y mirada combativa que, según indicaba la página, coincidía en un 86% conmigo. Vi algo de mí en ella.

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Foto: François Brunelle

Aquello hizo que me detuviera, al menos por un segundo. ¿Qué significaba ver a una persona que se parecía a mí? ¿Qué significaba ver una imagen de mí misma viviendo feliz en Armenia? ¿Y saber que era probable que hubiera otras personas desconocidas con una apariencia aún más parecida? ¿Saber que yo podría ser una de cientos, con la misma sonrisa sombría, la misma barbilla puntiaguda? Ya anoté un funeral para julio.

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