El principio del placer: ¿el secreto del éxito es permitirse un poco de indulgencia?
Ilustración de Observer Design.

Quizás vivamos en una sociedad mayoritariamente laica, pero la ética protestante del trabajo sigue viva y es fuerte. Se nos ha dicho que los millennials “flojos” y “que creen que tienen privilegios” son holgazanes y autocomplacientes. Gastan demasiado y ahorran poco, un comportamiento que no solo está perjudicando sus perspectivas futuras, sino también las de la economía mundial.

Deberíamos tener la determinación de nuestros mayores, aparentemente, que no tenían miedo de sufrir algunas dificultades ante la promesa de una vida mejor. Excepto que ellos también están siendo criticados por disfrutar de la vida que tanto les costó ganarse. De acuerdo con el canciller del Reino Unido, Jeremy Hunt, es hora de que los mayores de 50 años guarden sus palos de golf y comiencen a contribuir de nuevo a la economía.

El evangelio del autocontrol está, evidentemente, muy arraigado en la psique cultural y, hasta hace poco, la investigación psicológica parecía confirmar que la gratificación retardada era, en efecto, el secreto del éxito a largo plazo. No obstante, algunas investigaciones recientes han llegado a cuestionar estas ideas. Aunque es prácticamente indudable que unos niveles moderados de fuerza de voluntad son beneficiosos, las personas que intentan evitar todo tipo de indulgencias no son ni más felices ni más sanas. Ni siquiera son más exitosas en la consecución de sus objetivos.

Si aceptamos nuestros deseos a corto plazo en lugar de evitarlos, y sabemos cuándo y cómo satisfacerlos, es posible que disfrutemos de un mayor bienestar sin que ello afecte negativamente nuestra productividad.

A largo y corto plazo

Por definición, la gratificación retardada es la idea de que aplazar el placer temporal en el momento conducirá a una mayor satisfacción una vez que hayamos alcanzado nuestros objetivos a más largo plazo.

La mejor representación de la investigación puede ser el famoso “test del malvavisco“, en el que se pedía a los niños que se resistieran a comer un malvavisco de inmediato con la promesa de que disfrutarían dos malvaviscos un cuarto de hora después. Años más tarde, aquellos que superaron con éxito el test del malvavisco obtuvieron mejores calificaciones en la escuela y progresaron con mayor rapidez en sus carreras profesionales.

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“Yo lo quiero, pero yo espero”: Comegalletas aprende una lección aparentemente valiosa. Foto: Interfoto/Alamy

El hallazgo resultó ser tan influyente que inspiró programas educativos dedicados a la formación del carácter; la idea incluso se infiltró en Plaza Sésamo, cuando Comegalletas aprendió a controlar sus antojos y les enseñó a los televidentes a hacer lo mismo. “Yo lo quiero, pero yo espero”, cantó en la imitación electropop que lo acompañaba.

Sin embargo, ¿el hecho de retrasar la gratificación siempre conduce a un mayor bienestar? Los indicios de que quizás no sea así ya eran evidentes en la década de 1990. Al analizar el estado de la evidencia, el profesor David Funder, de la Universidad de California en Riverside, descubrió que los niños que obtenían buenas puntuaciones en la prueba de autocontrol también crecían siendo demasiado reservados y carentes de curiosidad. También mencionó los estudios que demuestran que las mujeres con niveles muy altos de autocontrol suelen tener más riesgo de padecer depresión, por ejemplo. “Los correlatos del retraso de la gratificación son, definitivamente, dispares”, concluyó.

Investigaciones posteriores sugirieron que las personas que tenían los niveles más altos de autocontrol podían experimentar sentimientos de arrepentimiento. Pueden tener dificultades para apreciar el momento presente y, cuando miran hacia atrás, llegan a sentir resentimiento por los sacrificios que han hecho.

Para investigar esta posibilidad, el profesor Ran Kivetz, de la Universidad de Columbia, y su estudiante de doctorado Anat Keinan pidieron a exalumnos universitarios que reflexionaran sobre sus vacaciones de invierno de 40 años atrás. Los investigadores descubrieron que era mucho más probable que los graduados envejecidos lamentaran haber tenido demasiado autocontrol en vez de muy poco en ese momento clave de su juventud. Su arrepentimiento por los placeres que se perdieron por ser demasiado sensatos, como rechazar la oportunidad de viajar, era mucho más intenso que la culpa que sentían por sus momentos de complacencia: las veces que se saltaron las clases, gastaron demasiado y actuaron de forma irresponsable.

Curiosamente, los investigadores descubrieron exactamente la perspectiva contraria entre los estudiantes universitarios actuales: estos alumnos eran mucho más propensos a apoyar la opinión estándar de que el autocontrol era preferible a la complacencia. Solo con la perspectiva de toda una vida los exalumnos pudieron reconocer hasta qué punto su vida podría haber sido más enriquecedora si hubieran practicado un poco menos el sacrificio personal.

Con frecuencia se dice que las personas con poco autocontrol tienen una especie de miopía psicológica, sin embargo, Kivetz y Keinan propusieron que muchos sufren el problema contrario: una visión a futuro psicológica que los deja tan profundamente centrados en sus objetivos futuros, que no pueden disfrutar de todas las deliciosas distracciones del momento presente.

Complacencia estratégica

Además de ignorar estos remordimientos a largo plazo, la investigación psicológica histórica podría haber exagerado las consecuencias a corto plazo de las complacencias momentáneas. Según una teoría importante, cualquier desliz solo fomentaría más deslices, ya que nos encontraríamos cayendo en más tentaciones.

Si estás a dieta, por ejemplo, una rebanada de pastel pronto puede conducir a otra, hasta que se desvanezcan todas tus buenas intenciones. Del mismo modo, una vez que empiezas a ver videos en YouTube, es posible que descubras que ya pasó toda la mañana sin que hayas hecho nada de trabajo. Por esta razón, las complacencias eran consideradas como “fracasos” que se debían evitar.

Esta idea también tiene orígenes religiosos. “Esta idea de abstinencia tiene sus raíces en el cristianismo”, explica el profesor Lile Jia, de la Universidad Nacional de Singapur. No obstante, investigaciones recientes demuestran que ceder a nuestros deseos de forma intermitente puede ser muchas veces mejor para nuestro bienestar, sin llevarnos a un camino resbaladizo hacia el fracaso. Parece que el truco está en planear las complacencias con antelación.

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¿Ceder a la tentación es un callejón sin salida? La creencia popular sostiene que una cosa (o una dona) lleva a la otra… Foto: Andriy Popov/Alamy

Consideremos un estudio sobre personas que están a dieta, acertadamente titulado The Benefits of Behaving Badly on Occasion (Los beneficios de portarse mal de vez en cuando), realizado por la profesora Rita Coelho do Vale en la Escuela Católica de Negocios y Economía de Lisboa, en Portugal, y sus colegas de la Universidad de Tilburg, en los Países Bajos. Todos los participantes deseaban perder peso y se propusieron consumir un promedio de mil 500 calorías al día. Los participantes pertenecientes al grupo de control no tuvieron oportunidad de variar. Sin embargo, los participantes pertenecientes al grupo de “mal comportamiento” se les pidió que consumieran solo mil 300 calorías seis días a la semana; el séptimo día podían disfrutar de un exceso de 2 mil 700 calorías. Durante las dos primeras semanas, los investigadores hicieron un seguimiento de los sentimientos de motivación y el estado de ánimo general de los participantes. Posteriormente volvieron a hacer un seguimiento un mes más tarde para averiguar cuánto habían progresado.

Como cabría esperar de personas que siguen dietas de restricción calórica, los participantes de ambos grupos perdieron algunos kilos. En promedio, su índice de masa corporal disminuyó de unos 25, cifra considerada como sobrepeso, a unos 24, cifra que se sitúa justo dentro de la categoría “normal”. No obstante, hubo diferencias significativas en su experiencia de la dieta: las personas que planearon esos días de complacencia informaron tener sentimientos más positivos y se mantuvieron más motivadas durante todo el proceso. En cambio, los participantes que simplemente redujeron sus calorías sin los días de antojos parecieron tener más dificultades para mantener el autocontrol y seguir la dieta. Esto podría ser crucial para el éxito a largo plazo de una persona a dieta.

Jia ha observado fenómenos similares en sus investigaciones, en las cuales comparó los hábitos de estudiantes con promedios (GPA) de calificaciones altos y bajos en universidades estadounidenses. Le interesaban las reacciones de estos estudiantes ante los grandes partidos deportivos universitarios de futbol americano, basquetbol y béisbol. Estos deportes son una parte importante de la vida estudiantil en Estados Unidos, pero también una gran distracción de sus estudios. Si el autocontrol consiste simplemente en evitar los placeres a corto plazo para alcanzar los objetivos a largo plazo, cabría esperar que los estudiantes que tenían mejores calificaciones hubieran evitado los partidos antes de los exámenes.

Para averiguar si esto era así, Jia y un colega de la Universidad de Indiana Bloomington pidieron a 409 estudiantes que respondieran una encuesta en internet una semana antes de un partido de basquetbol en casa contra un equipo rival de toda la vida. Los encuestados informaron sobre su actitud general hacia el basquetbol y, después, ofrecieron un plan por horas de sus estudios para el día anterior al partido, el mismo día y el día posterior.

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¡Vamos, equipo! Los estudiantes que estructuran sus estudios en torno a acontecimientos deportivos obtienen mejores calificaciones que aquellos que renuncian por completo a ellos. Foto: avid_creative/Getty Images/iStockphoto

En general, los estudiantes con un promedio general bajo y alto esperaban dedicar aproximadamente la misma cantidad de tiempo a estudiar durante esos tres días; la gran diferencia radicaba en la forma en que distribuían esos estudios. Los estudiantes más exitosos planeaban tomarse mucho más tiempo libre el día del partido, pero lo compensaban con unas cuantas horas extra los días previos al partido. Por el contrario, los estudiantes que tenían un promedio más bajo planeaban faltar por completo al partido.

Y lo que resulta crucial, un estudio de seguimiento confirmó que los estudiantes que tenían mayor éxito académico eran mucho más propensos a participar activamente en la observación de los partidos universitarios y en las celebraciones posteriores, y esto les producía un gran placer. “Disfrutaban más las actividades”, comenta Jia. Eso los habría situado en un mejor estado psicológico para continuar con sus estudios el día siguiente”.

Las últimas investigaciones de Jia sugieren que las ventajas de la “complacencia estratégica” pueden provenir de una mayor sensación de autonomía, un hallazgo que puede ser útil para todo aquel que pretenda evitar la procrastinación en el trabajo.

Evitar la culpa

Existen muchas formas de incorporar esta nueva perspectiva del autocontrol mediante la inclusión de algunas indulgencias estratégicas en nuestras vidas. Podemos organizar distracciones agradables en una larga jornada laboral o programar caprichos regulares durante nuestros momentos de buenos hábitos. Si estamos ahorrando dinero, podemos fijar una fecha al mes para disfrutar de uno que otro lujo como recompensa por nuestra vida austera.

Y lo que es igualmente importante, esta investigación debería enseñarnos a considerar con un poco más de amabilidad aquellas indulgencias imprevistas que pueden alejarnos sin querer de nuestros objetivos a largo plazo. Quizás pienses que la culpa y la autocrítica te ayudarán a aprender de tus errores, sin embargo, la literatura psicológica reciente demuestra que suelen ser contraproducentes. Al aumentar nuestros niveles de estrés y reducir nuestra sensación de autoeficacia, estas emociones pueden mermar nuestra motivación. Sería mucho mejor que te permitieras un poco de autocompasión, disfrutando del placer antes de buscar medios prácticos para retomar el camino.

Como demostró el estudio sobre los exalumnos universitarios, la clave está en el equilibrio, debemos intentar equilibrar las necesidades de nuestro yo presente o futuro para asegurarnos de que estamos velando por la salud y la felicidad de cada uno. Y contrariamente a los puritanos de la autoayuda, un poco de hedonismo en ocasiones es exactamente lo que se necesita.

David Robson es autor de The Expectation Effect: How Your Mindset Can Transform Your Life (Canongate).

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