Esta muerte no durará para siempre
Los Hablantes
Esta muerte no durará para siempre
Paramédicos ingresan a un paciente afectado por covid-19 hoy, en el Hospital General en Ciudad Juárez, México. Foto: Luis Torres/EFE.

En México, uno de los países con la mayor tasa de fallecimientos del personal médico y de atención sanitaria durante la crisis del Covid, también opera la única línea de asistencia psicológica para este grupo de profesionales. Los testimonios aquí reunidos se suman a las historias de heroísmo, de desesperación y de esperanza que se han ido tejiendo durante los días, semanas y meses de la pandemia.

La enfermera tiene pánico

La enfermera ha dado positivo. Cuando llega a casa, observa desde una esquina del refrigerador a su madre, con un poco de tos, y a su padre, sano y renegando como siempre. Tiene un ataque de pánico:  no se atreve a hablarlo. ¿Y si la despiden? ¿Y si la acusan de infectar a sus compañeros? ¿Y si pasó la estafeta de la muerte a su propia madre? Tiempos éstos en los que respondemos más rápido a un whatsapp que a una voz en cuello: escribe a un chat con clave de la Ciudad de México: 5555335533… la única línea de asistencia psicológica a personal médico en el mundo.

Del chat pasan a la llamada. Confiesa que comenzó a tomar paroxetina -un antidepresivo de venta libre en México-, pero abandonó las pastillas porque le dio miedo.  Lleva 16 días en los que, bajo las cobijas, la persiguen imágenes sucesivas de pacientes inconscientes y conectados. “Mi mundo se vino abajo”, cuenta con voz fatigada. ”Es que yo sé lo que puede pasar”. No tiene voluntad ni siquiera para concertar la siguiente cita con un profesional. Y debe presentarse a trabajar. Ya. Faltan manos. ¿No oyes? Faltan manos. Faltan las tuyas.

Anonimato. Esta línea de ayuda tiene esa ventaja, además. Ella tiene terror al desempleo, y si ocurre, se irá a un agujero, como en ese jueguito en los que los niños aplastan con un mazo de plástico las cabezas de los topos. Aunque así se siente la enfermera. Eso quiere ser: un topo.

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Foto: Karla Iberia Sánchez

El 43% de los especialistas que llaman a esta hotline del Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia de la Ciudad de México, son médicos generales; 37% personal de enfermería. Describen severos cuadros ansiosos, angustia, miedo. Muy pocos refieren estrés; eso ya les parece un juego de niños: dos días antes de terminar el 2020, había 2 mil pacientes conectados a un respirador artificial y 8 mil hospitalizados en el Valle de México.

“También el personal médico puede comenzar a sufrir visión de túnel”, relata Aída Gil, psicóloga clínica desde una de las sedes del call-center en Iztapalapa, uno de los municipios más poblados del país. Mientras hablamos, una mujer víctima de violencia en el hogar  relata eventos escalofríantes a otro especialista a través de un acrílico. Éste equipo ha hecho 65 mil intervenciones de contención a todos los niveles en medio de la pandemia.

“He tenido la oportunidad de hablar con enfermeras”, explica Eva Rivera, otra especialista en psicología clínica: “Se sienten molestas con sus superiores porque hay un estigma de denigrar el trabajo de enfermería. Se llenan de mucha frustración y enojo. Las percibo atadas de manos porque tienen que seguir instrucciones, a veces, de personal menos capacitado”.

Sus inconformidades y temores con justos. Hasta el 27 de diciembre de 2020, 164 mil empleados del sector salud han sido diagnosticados con coronavirus Sars-cov-dos. En septiembre, The Lancet publicó: “Understanding Mexican health worker COVID-19 deaths”. Según una evaluación global de Amnístía Internacional, en ningún país han muerto tantos trabajadores sanitarios como en México. “El duelo constante sobrepasa y en ocasiones inhabilita. Y repiten: “Yo puedo ser la próxima. ¿Quién dice que no me puede pasar a mí?”

“He tenido la oportunidad de hablar con enfermeras. Se sienten molestas con sus superiores porque hay un estigma de denigrar el trabajo de enfermería. Se llenan de mucha frustración y enojo. Las percibo atadas de manos porque tienen que seguir instrucciones, a veces, de personal menos capacitado”.

-Eva Rivera, especialista en psicología clínica

Los especialistas del Consejo en esta sede en Iztapalapa comprenden bien la desesperación del personal sanitario. Cosa de abrir el mapa oficial de hospitales Covid-19 en la megalópolis: en rojo la disponibilidad de camas generales. En rojo la disponibilidad en áreas de terapia intensiva: No hay camas. Sí hay enfermeras, policías, personal con tamaños para intentar decir con compasión al doliente: no hay camas. Y tienen que soportar verlos irse a rezar a Nuestra Señora Guadalupe de los Hospitales. Ella quizá los salve.

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Foto: Karla Iberia Sánchez

“Por primera vez y a nivel mundial todos los médicos están sufriendo de algún tipo de estrés con respecto a su seguridad y a su sobrevivencia” dimensiona Morgan Guerra, doctor en salud pública. La Sociedad Mexicana de Psiquiatría ha llegado a conclusiones preocupantes sobre Síndrome de burnout entre residentes y médicos adscritos en México.

Cerca de dos tercios de quienes desarrollan síntomas severos tras un contagio de Sars-Cov-dos requieren estar conectados a un ventilador artificial por períodos prolongados. “La relación que crean estos médicos en terapias intensivas con familiares de los pacientes, se vuelve una relación prácticamente de hermandad”, continúa Guerra. “Son especialistas comprometidos, entrenados para estas jornadas laborales, pero ver fallecer a un paciente después de tres meses de estarlo atendiendo, ha dejado cicatrices en muchos médicos”.

El jorobado

En otro punto del Valle de México, y tras bajar a un paciente de 120 kilos desde un cuarto piso, encontramos la voz jadeante, pero llena de ímpetu de Jorge Chávez. “Mi vocación es enorme. Mi deseo de ayudar es enorme desde que soy un niño”. Jorge Chávez es paramédico desde hace 20 años y la mitad del tiempo ha sido voluntario en cuerpos de rescate.

 Adscrito al Cuerpo de Protección Civil en un municipio conurbado, Jorge está trabajando 24 x 24 x 24.  Se quedó casi solo: falleció uno de sus compañeros por neumonía y ahora debe manejar la ambulancia, sacar el equipo, colocarse el traje blanco, ajustarse el arnés, abrir la cápsula, cargar al enfermo y trasladarlo a contracorriente de tiempo y tráfico a un hospital donde la primera respuesta es casi siempre un no.

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“Estamos trabajando a sobre marcha. El viernes en un turno, de 15 servicios que tuve, tuve 8 emergencias por Sars Cov-2, pacientes positivos ya con prueba. Si hay suerte, es entregar al paciente al hospital; ahí mismo nos sanitizamos, nos quitamos los equipos, vamos a la otra base, sacamos los equipos, se sanitiza la ambulancia. Y apúrate porque ya te está esperando el otro.”

Jorge y su unidad van dando saltos de colonia en colonia como en un camposanto.

Cuando su expresión vivaz describe la jornada, parece que tomara a la catrina por la espalda y la sacudiera de los cuerpos a donde aferra sus manos huesudas. Pero 10 meses con todas sus noches, el polipropileno de los cubrebocas, tanto alcohol, tanto tallarse el cuerpo con jabón, tanto gel antibacterial de origen sospechoso, la fricción de los goggles, han hecho de su piel una especie de rosario de marcas rojas: heridas por fricción, eczemas, alergia a lo que llaman “los pelitos” de la mascarilla después de 4 horas, rinorrea. Conjuntivitis.

Y hay otras impresiones, como de látigo:

“¿Y a nosotros? ¿Quién nos voltea a ver? Llevo 4 compañeros que han fallecido. Tenemos equipo obsoleto. En lo personal mido 1.89 cm; los equipos que nos han dado…em,  parezco jorobado. Porque si yo me paro bien, no me quedan los trajes de protección, me quedan muy apretados. Eso es agotador”.

En su voz hay una estela de nobleza. Nunca se quejaría. Intenta apagar el sollozo:

“Para familiares y para los vecinos, ver que entramos con el equipo de protección a una vecindad, es un impacto visual enorme: principalmente para el paciente. Y nosotros sabemos cuándo está grave. Hay que reconfortarlo. No podemos decirle. “No creo que llegues al hospital”.

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En el call-center del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de Ciudad de México. Foto: Karla Iberia Sánchez

Jorge ve con pesar los espectaculares oficiales en amables tonos pastel: “Por amor quédate en casa.” “Por valor quédate en casa”. Siente lejana a la heroína de la pandemia, que invita al confinamiento con voz infantil. En esas avenidas ruidosas -donde no le dan paso-, voltea y junto a él hay un desierto: “Hemos llegado a colonias conflictivas en el municipio y al ver la ambulancia nos mientan la madre: “Es tu obligación cargarlo, MUÉVETE GATO…una infinidad de palabras altisonantes: ¡Te lo llevas a un hospital! o, “Mi familiar, ¿cómo crees? no tiene eso, deja de estar haciéndole cosas”. 

“El personal médico necesita una compensación para complementar eso lo que te da el zoom, pero sin el abrazo no lo tienes, o sin llorar con otra persona no lo tienes. Ese abrazo puede ser parte de la razón que justifica la existencia de esta línea”-Salvador Guerrero Chiprés

De repente calla. Los ojos se tornan grandes:

“Siempre hablan de los médicos y las enfermeras. Nosotros, el personal pre-hospitalario, atendimos antes que nadie supiera en México a pacientes con Sars-Cov-2. Es seguro. No nos escucharon.”

Le devuelto su propia pregunta:

– Dígame usted, ¿Quién lo voltea a ver?

-“Nadie. A veces me encierro en mi cuarto y lloro.”

Se murió él, no yo

“Camino distancias aún inválido de cuerpo, doy frutos aún estéril de raíces” reza el Ndiyaha Ndikini, el ‘Camino de la Medicina”, del poeta mazateco Juan Gregorio Regino. Pienso en eso al entrevistar a Salvador Guerrero Chiprés, doctor en teoría política por Essex y líder de los 100 especialistas en psicología de la línea de emergencia para personal médico, proyecto que defiende con firmeza, aunque se sostiene de fondos privados.

“Tenemos que hablar de esa relación a distancia. El confinamiento profesional o laboral, el estar resguardado durante días o meses en otra casa o en un hotel, se ha convertido en una distancia obligada. El personal médico necesita una compensación para complementar eso lo que te da el zoom, pero sin el abrazo no lo tienes, o sin llorar con otra persona no lo tienes. Ese abrazo puede ser parte de la razón que justifica la existencia de esta línea”, dice Guerrero Chiprés.

En La muerte de Ivan Ilich, Tolstoi narra bien esa diferencia entre afecto y comunicación: lo que se dice es diferente de lo que se siente. En el relato los amigos saben que el querido Sr Illich está gravemente enfermo, pero le tienden la cama. “Se ha muerto él, y no yo”, pensaba o sentía cada uno.

Pero en este problema sanitario mundial, son ellos los que no pueden salir del laberinto. Son ellos los que no pueden replicar a los amigos de Ivan Illich. Negar que los dados apunten hacia ellos sería inocente. Negarse a poner todas sus fuerzas y talento es ir contra el juramento. Sería una especie de deshonor, que tiene al borde de la fantasía de la jubilación temprana o de la ideación suicida a laboratoristas, químicos, camilleros, enfermeros, paramédicos, instrumentistas, intensivistas: sacudidos cada que sale de parámetro el aparato ese, por donde pasa la hebra de vida a la persona ésa, de la que ya saben el nombre. De la que ya conocen el rostro. Sabrán quien llorará. También ellos. En secreto. Con prisa. 

Si se niegan, alguien muere.

He ahí el dilema en la cabeza de la enfermera. Y en el cuerpo apretado de Jorge.

“El sábado llegamos a un hospital. Así como has visto en las guerras, así estaba la sala de urgencia: 15… 20 pacientes esperando. No había tomas para el oxígeno. Afuera había más.

 Entonces llega una ambulancia del IMSS, una bebé de un año dos meses con positivo al virus. Traía oxígeno, veía para todos lados. Llegó un momento en el que me le quedé viendo. Y se me quedó viendo. Justo a los ojos. Es fecha que no puedo olvidar ese rostro.”

Quemados. Hiperreactivos. Indigestos de emociones calladas, así pelean por subirnos los niveles, por lograr que respiremos entre estas novedosas y extrañas formas del abismo: parvada de aves negras que se mueven, y deciden apagarnos, caprichosas: a ti no. A ti sí.

Pero ésta muerte no durará para siempre.

La ambulancia tiene enfrente esa luz amarillenta y mezclada con polvo de las tardes de invierno en México. Entonces pienso que la falta de empatía es una forma de violencia.

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