Oro en futuro
Futuros alternos

Es escritor, periodista, locutor, productor de radio y gestor cultural. Sus textos han aparecido en catálogos como Crafting our Digital Futures (Victoria & Albert Museum) y Do Flex Text (Buró Buró).

Ha escrito para Vogue, RollingStone, Revista 192, Esquire, Código, El Universal, entre otros, y colaborado en Imagen Radio, Ibero 909, Reactor, Milenio Televisión, Bullterrier FM y Aire Libre FM.

X: @mangelangeles

Oro en futuro
Alexa Moreno puso a México en la cuarta posición de Salto de Caballo en Tokio 2020. Foto: Fazry Ismail/EPA/EFE

Con la llegada de #Tokio2020 también supimos de una serie de situaciones que cambiaron la historia del deporte. No solo por ocurrir en sincronía sino porque son sintomáticas de cambios que vienen sucediendo desde hace tiempo y que hoy, en medio de la pandemia que nos ha cambiado la vida a nivel planetario, nos hablan de futuro, de mucho futuro. 

Se ha dicho mucho de los centennials, de las generaciones de cristal, se ha denostado a diestra y siniestra a quienes parecieran estar en contra de seguir siendo la sociedad que no llevó al momento que vivimos. La comunidad LGBT+, las feministas y demás han tenido que tolerar la descalificación durante muchos años de trabajo. Sin embargo, en esta edición de los Juegos Olímpicos, el podio que más importa ha sido el de quienes nos enseñan con el ejemplo que se puede lograr mucho más. 

Sin duda, una medalla de oro en congruencia y cordura. Aquí, momentos que no debemos olvidar. 

“Las mujeres no pueden ser amigas”

La idea machista que se contrapone a la idea de que las mujeres “son las peores enemigas de las mujeres” se cae completa ante dos momentos como los que vimos en #Tokio2020. Uno: Tatjana Schoenmaker rompe récord mundial, lo nota y, entonces, las mujeres con las que durante años se ha encontrado en eliminatorias y competencias se acercan a ella, la abrazan, celebran. Juntas, exacto, juntas, nos dieron una lección de compañerismo

Dos: Misugu Okamoto se cae. La reacción inmediata de quienes estaban tras pantallas seguro fue de desconcierto y tristeza: a nadie le gusta ver a alguien más caer (queremos creer). ¿Qué nos hizo creer de nuevo en el mundo? El momento en el que sus compañeras de competencia se acercan, la cargan y, con ello, nos recuerdan que la competencia está en la mente: el verdadero triunfo es que el deporta una. 

Tú también estás llorando. 

“Los hombres no lloran”

Mutaz Essa Barshim y Gianmarco Tamberi. Uno de Qatar y el otro de Italia. La competencia: salto del altura. El resultado: empate. La opción uno era seguir compitiendo. La mejor opción fue no hacerlo y compartir una medalla de oro que se merecían con creces y que abona a más que un número en los juegos: abona a desmitificar esa rancia idea de que el deportivismo significa competencia encarnizada. 

Advertencia: las siguientes imágenes pueden suscitar reacciones adversas en mentes obtusas, machistas y llenas de complejos de otro tiempo. 

Flexibilidad mental

Vaya que la gimnasia trajo consigo tal vez la lección con más repercusión de todos los juegos y la que tuvo más impacto en cuestiones regionales: ¡hola, México! Primero, porque Simone Biles nos enseñó que no hay medalla que dé salud mental. Y que debemos dejar de obsesionarnos con ello. Aunque Novak Djókovic diga lo que diga, romper raquetas nunca será una buena señal de cómo es que estamos manejando la presión. Bien por ella pero, sobre todo, bien por quienes lo atestiguamos.

Y qué decir de Alexa Moreno –ya hemos hablado aquí de la gordofobia de la que fue objeto hace años– más que es, además de todo, un ejemplo de compromiso: usó sus propios recursos para garantizar la calidad de su entrenamiento y por eso, ese cuarto lugar no solo es un oro para México, sino una promesa de que vamos con todo para entender que la inversión en el deporte va más allá de nombrar personajes famosos y luego ver cómo son los más rápidos para echar a correr cuando la responsabilidad les llama. 

Tejer lazos

Tom Daley se puso a tejer mientras apoyaba a sus compañeros (gran manera de meditar, si no la saben ya) y no solo hizo temblar alguna que otra o varias muchas masculinidades frágiles: incluso sacó de control a quienes decían que se le festejaba tal acto “porque a los hombres al final de cuentas se les festeja hasta por las cosas más simples”, cosa que no negamos en esta columna, es muy frecuente, pero el caso es que tal acto de amor (cada una de las piezas que teje son subastadas para apoyar a la comunidad LGBT+) nos recordó que eso que se etiqueta bajo “masculinidad” es una idea cambiante que muta más rápido que cualquier virus de ranciedad conservadora. 

Transformar el mundo

Laurel Hubbard vino a poner sobre la mesa una conversación que hace tiempo había sido desatada por casos como el de la atleta Caster Semenya: la que cuestiona la pertinencia de seguir utilizando las categorías hombre y mujer como únicos paraguas bajo los cuales cabe la totalidad de deportistas asistentes a las contiendas olímpicas. No se puede decir que en este caso haya una clara victoria por parte de tal pugna, pero de menos estamos más que nunca conscientes de que de no transformar la manera que pensamos, podemos ser siempre presas de esa cancha llamada esencialismo en la que solo juegan mentalidades del pasado que no nos llevan a ningún buen lugar. 

Mucho por ver, pero sobre todo mucho por entender y hablar, para que en la siguiente edición de los Juegos Olímpicos podamos celebrar que el deporte es mucho más que podios y medallas: es un artefacto cultural que creamos para entendernos iguales en un campo en el que nos guste o no, estamos todas las personas. 

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