El testimonio de las palabras
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

El testimonio de las palabras
Foto: Pixabay

En la introducción a La Era de la Revolución (1789-1848), el primero de una serie de cinco tomos sobre la historia del mundo hasta finales del siglo XX, el renombrado historiador Eric Hobsbawm observa que “las palabras son testigos que a menudo hablan más fuerte que los documentos”. Para ilustrarlo, escribió:

“Consideremos algunas palabras inglesas que fueron inventadas, o adquirieron sus significados modernos, sustancialmente en el período de sesenta años de que trata este volumen. Son palabras como ‘industria’, ‘industrial’, ‘fábrica’, ‘clase media’, ‘clase trabajadora’, ‘capitalismo’ y ‘socialismo’. Incluyen ‘aristocracia’ así como ‘ferrocarril’, ‘liberal’ y ‘conservador’ como términos políticos, ‘nacionalidad’, ‘científico’ e ‘ingeniero’, ‘proletariado’ y ‘crisis’ (económica). ‘Utilitario’ y ‘estadística’, ‘sociología’ y varios otros nombres de las ciencias modernas, ‘periodismo’ e ‘ideología’, son todas acuñaciones o adaptaciones de este período. También lo es la ‘huelga’ y el ‘pauperismo'”.

“Imaginar el mundo moderno sin estas palabras (es decir, sin las cosas y conceptos a los que dan nombre) es medir la profundidad de la revolución que estalló entre 1789 y 1848, y que constituye la mayor transformación en la historia de la humanidad desde los tiempos remotos en que los hombres inventaron la agricultura y la metalurgia, la escritura, la ciudad y el estado. Esta revolución ha transformado y sigue transformando al mundo entero”.

Las señales provenientes de prácticamente todas las direcciones apuntan a que hoy vivimos una transformación, si no tan dramática como la vivida por los ciudadanos del último tercio del siglo XVIII a la primera mitad del siglo XIX, por lo menos suficientemente pronunciada para comenzar a desvincular la forma de vivir de las personas del siglo XXI de aquellas del siglo XX. Al escribir estas líneas pienso sobre todo en la manera en que nuestra era, la de la economía del conocimiento, se distingue de la era industrial, pero también sobre cómo hablamos hoy de los mercados y la seguridad energética.

La combinación de la máquina de vapor y el carbón aportó la fuerza para movilizar como nunca el potencial económico de las personas. Aumentó la productividad, aceleró el transporte, integró redes de comunicación y comercio intercontinentales con una velocidad insospechada. 

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La llegada del petróleo y el gas natural –y eventualmente la energía nuclear– en los siglos posteriores añadió todavía mayor energía para apoyar la expansión productiva y comercial. A la máquina de vapor se sumó la máquina de combustión interna no solo para producir y mover en un mayor volumen y a mayor velocidad a más personas y bienes alrededor del mundo, sino para impulsar a la generación de electricidad y sus aplicaciones como parte central de la nueva era industrial. Y con el procesamiento de ambos hidrocarburos fueron apareciendo nuevos materiales que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana. Basta con mirar a nuestro alrededor con lentes de petroquímico para confirmar que una gran cantidad de los productos que empleamos cotidianamente contienen hidrocarburos, desde la multitud de aplicaciones para el plástico hasta los cosméticos y los farmacéuticos.

¿Qué palabras de nuestra era hablan más fuerte que los documentos sobre la industria energética moderna? Podríamos incluir en la lista términos cuyo origen proviene también del inglés y se debe a la confluencia de la digitalización, las telecomunicaciones y la computación, a su vez posibles gracias al aprovechamiento de la electricidad: los “barriles digitales”, el “internet de las cosas”, las “redes inteligentes”, las “granjas solares”, los “ciberataques”. 

Hay otros conceptos que han ido transformando los intercambios de energía: los “mercados electrónicos”, las “criptomonedas”, la “realidad virtual”, los “datos masivos” (“big data”). Otros más hablan de las preocupaciones y oportunidades asociadas a los anteriores: “ciberseguridad”, “energía limpia”, “economía verde”, “fondo verde”, “economía baja en carbono”, “economía del hidrógeno”, “calentamiento global”. 

Además, las “redes sociales” han revolucionado el flujo de información y el entendimiento sobre los desafíos energéticos. Y en línea con las ideas actuales de la ética, las empresas energéticas tienen en sus consejos de administración a “accionistas activistas” y la cada vez más extendida responsabilidad de asegurarse de que obtienen la “licencia social” para construir y operar proyectos, al tiempo que promueven la “diversidad de género” y cuidan los recursos naturales. Las iniciales ESG (de environment-social-governance) engloban y denominan esta nueva agenda. 

Sin duda el listado puede extenderse, pero esta pequeña muestra dice mucho sobre las disrupciones frente a las cuales gobiernos y empresas deben mostrar mayor creatividad si desean seguir siendo fuentes de orden y progreso. La nuestra es una era de conocimiento, aunque también de incesante cambio e incertidumbre. Capotearla es una tarea compleja, de la cual surgirá el nuevo orden energético internacional. Mientras éste emerge, seremos testigos de más convulsiones en los mercados de energía y la geopolítica, como en su momento lo fueron los ciudadanos de la Era de la Revolución de convulsiones propias de su época. Eventualmente todo tendrá que cambiar para que todo siga igual, o bien, mejor. Y entonces las palabras serán descripción y testimonio de esta nueva realidad que se desenvuelve frente a nuestros ojos.

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