¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?
Entre la libertad y la locura

Comenzó hace siete años con un blog llamado My Vintage Armoire. Ha colaborado en Elle México, Quién, Instyle, Life&Style, Reforma y Finding Ferdinand. Licenciada en mercadotecnia y comunicación por el Tec de Monterrey, escribe sobre la felicidad y la tristeza, el amor y el desamor, la duda, los reproches, el amor propio, el existencialismo, la introspección y el crecimiento personal. Lanzó el podcast Libre&Loca, uno de los 50 más escuchados en México y Latinoamérica. Twitter: @rowoodworth

¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?
Ilustración: Samantha Guerrero Gómez / La-Lista.

No sé cómo describir en este momento el coctel de enojo, asco, tristeza, frustración, impotencia y verdadero terror que siento por ser una mujer en México. 

La realidad de lo que es vivir en este país como tantas otras veces nos ha dado una verdadera bofetada en la cara y la moral. Una chica desaparece durante 13 días y en su búsqueda encuentran los cuerpos de algunas más.

La fiscalía descaradamente viene y nos dice que su muerte fue un accidente, que calló en una cisterna, cuando todas sabemos que no, que la estadística indica lo contrario, que no queremos ni pensarlo pero es probable que alguien no solo la haya matado sino abusado sexualmente de ella, porque es la norma, porque sería sorprendente que la realidad fuera otra. 

Me duele escribir estas palabras, se me pone la piel de gallina y ayer estaba temblando leyendo las noticias de las que me aislé por unos días porque ya no quería seguir leyendo, porque diario en redes sociales entre memes y fotos de amigos viviendo su vida sin excepción aparece una ficha de “se busca” que hace que se te cierre la garganta porque piensas: ¿otra más que ya no va a regresar? ¿Qué tal que fuera yo? ¿Qué se haría si fuera yo? ¿Me encontrarían si fuera yo? No quiero ser yo.

En ese afán seguimos un ritual. No solo deseamos que la gente tenga un buen día al despedirnos sino que tenga cuidado. Mandamos ubicación, corroboramos las placas del coche antes de subirnos, llamamos a alguien o fingimos hacerlo con la intención de que el chofer escuche esperando que eso sirva para hacerle desistir si planeaba hacernos algo. No es una generalización, simplemente ya no sabemos en quién confiar y no queremos que nadie nos haga daño por hacerlo, por no esperar lo peor. 

Avisas en dónde estás, cuando te subes, durante el trayecto y cuando llegas. “¡Avisa cuando llegues!” es el “llévate un suéter” de nuestros tiempos y las tres palabras que más peleas desencadenan entre padres e hijas porque la alternativa les quita el sueño. Activas el geolocalizador con tu familia y amigos, caminas en la calle alerta, no usas audífonos, si puedes traes gas pimienta, cabello suelto en lugar de coleta porque es más difícil que alguien te jale. Tapas tu bebida, nunca sueltas el vaso. Caminas al coche o a cualquier lado con las llaves entre los dedos. ¿Vas a salir? ¿Cómo te vas a regresar? ¿Qué te vas a poner? ¿Falda o vestido? No, mejor pantalón. Tenis antes que tacones por si tienes que correr. 

En eso se nos va la vida, en pensar cómo prevenir que nos lleven, nos violen o nos maten.

Y lo peor es que si nos llegáramos a encontrar con alguien que verdaderamente tuviera una mala intención, ¿todo eso funcionaría? No quiero ni pensarlo. Pero sé que todas lo hacen. 

Estoy harta de luchar por vivir una vida libre, del deber ser, de los pensamientos y emociones que suelen angustiarnos pero no poder caminar por la calle en paz y libertad o viajar por mi país en paz y libertad. 

Estoy harta de dudar cada que salgo por la noche, de tomar miles de consideraciones, de regresarme antes de la fiesta, de regresarme antes del anochecer por la carretera o incluso cancelar planes porque de pronto piensas en la situación y ya te sabe mal, sientes que estás demasiado expuesta. 

Estoy harta de querer independencia y sentir que aún así dependo de alguien, o mejor dicho que mi vida sería más fácil si dependiera de un hombre o estuviera acompañada de un hombre al mismo tiempo que los hombres muchas veces resultan ser el origen de las múltiples violencias que vivimos. Quizás por eso cuesta tanto “salirse de ahí”, porque parece que es mejor aceptar un trato malo que lo que sea que pudiera ser peor. 

Hace poco viajé con una amiga y queríamos visitar unas playas vírgenes. Ese plan lo hemos visto en todos lados, lo hacen locales, lo hacen extranjeros y teníamos muchas ganas de hacerlo nosotras. Éramos dos mujeres solas, llegamos a la marina, preguntamos a un guardia de seguridad si conocía algún servicio de lanchas que nos pudiera llevar y nos dijo que sí. Nos comunicó con un señor que nos dijo amablemente que podía llevarnos sin problema. Que nos podía dar un paseo de cuatro horas parando en diferentes puntos hasta llegar a esa isla. Dijimos que sí y acordamos verle 30 minutos después e ir a comprar agua y snacks para el camino. Saliendo de la tienda nos vi pensativas a las dos, la emoción se desvaneció y caímos en cuenta de lo peligroso que podía ser el plan. Dos mujeres solas, con un hombre desconocido, en un trayecto de cuatro horas, en mar abierto, donde la recepción del celular va y viene. Poco antes habíamos avisado a nuestros papás que coincidentemente nos marcaron al mismo tiempo para decirnos que no les convencía para nada la idea. Llamémosle intuición, destino, sincronía o exageración pero cancelamos. 

Literal no había otra opción. Quizá nos habríamos divertido muchísimo, pero el riesgo no vale la pena el volado que sería descubrirlo. 

Ser mujer en este país implica reflexionar exhaustivamente sobre cada paso que quieres tomar para no morir en el intento. Nada de ir a playas vírgenes solas, a mar abierto solas, al bosque solas, a la selva solas, sea día o noche. 

Estamos a una calle oscura, un taxista, una borrachera, un conocido y una pizca de confiar de ser parte de la estadística. 

Ser mujer en México es un infierno. 

Ayer mataron a 11 y desaparecieron siete. Hoy será igual, mañana lo mismo, pasado también. 

Parece que la suerte es hasta este momento vivir temblando, y no ser parte de ellas. 

Aquí es cuando vale la pena preguntar, ¿cuáles son las formas?

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