Me hubiera gustado ver llorar a Serrat
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Me hubiera gustado ver llorar a Serrat
Joan Manuel Serrat se presentó en la Ciudad de México como parte de su gira El vicio de cantar. Foto: EFE / Victor M. Matos

Nunca había visto tan emocionado a Joan Manuel Serrat. Nunca en las nueve ocasiones que tuve el privilegio de disfrutarlo en directo. Con la voz más entrecortada que nunca, con las lágrimas a punto de salir de sus ojos, con la mirada perdida en un punto invisible en medio de esas 10 mil personas que lo abrazamos en la que, quizá, haya sido su última cita con su público mexicano.

Me hubiera gustado verlo llorar al Nano, hacer el “numerazo”, como el que seguramente hizo don Rafael Pérez Gay al escuchar “Mi niñez”, la segunda de las 26 canciones que cantó Joan Manuel la noche del jueves en el Auditorio Nacional. Porque a mí, confeso adepto a lágrima fácil, se me humedecieron los ojos con seis de sus interpretaciones. Siete si tomamos en cuenta las mexicanísimas “Golondrinas”. Nada personal, queridas y queridos. Recuerdos. Solo recuerdos.

Porque Serrat forma parte importante de mi educación sentimental. Es el otro soundtrack de mi vida, la “parte poética”, sin menospreciar, por supuesto, las grandes letras que el rock y el heavy metal han aportado a mi vida.

Fue probablemente en sexto de primaria, en aquella clase de español con la maestra Chela cuando nos hablaba de la “generación del 98”, que tuve mi primer acercamiento con Joan Manuel Serrat. Porque cuando Chela (gracias Ambar por recordarme el nombre) comenzó a recitar el poema XXIX de Proverbios y cantares de Antonio Machado, de inmediato llegó a mi cabeza “Cantares”, aquella canción que a veces ponía mi papá en un disco de 45rpm que compró en la Comercial Mexicana de Mixcoac junto con uno de Óscar Chávez. Pero en mi casa se escuchaba mucho más “Macondo” que “La saeta” y mi acercamiento definitivo al catalán llegó muchos años y muchos tragos después, cuando acompañaba a mi primo Enrique a curarse la resaca en su departamento de Jardín Balbuena.

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Entre una tonelada de discos y conciertos de heavy metal, las letras de Serrat se metieron en mi alma para no irse nunca. En ese delirio final de mi adolescencia y los años tempranos de mi vida adulta, cuando no existía el correo electrónico, las redes sociales ni el WhatsApp, más de una vez escribí la frase de alguna canción de Serrat en algún papelito y se lo hice llegar a una compañera de clase, a alguna mesera, a la señora de la mesa del lado en el Princess de Acapulco. Nunca me dieron bola, pero uno es solo lo que es y anda siempre con lo puesto, con el corazón desgarrado por la indiferencia o con la alegría del enamoramiento.

Tres giras acompañado con Sabina; dos más con Víctor Manuel, Ana Belén y Miguel Ríos; cuatro “citas a solas”… He visto más veces a Joan Manuel que a AC/DC, Slayer o Metallica y en cada uno de esos conciertos me llevé una nueva frase para colgar en ese tablero de corcho que es mi terca memoria.

Me hubiera gustado ver llorar a Serrat como he lagrimeado tantas veces cuando escucho “Esos locos bajitos”, una canción que tomó un nuevo significado desde que veo crecer a Camila, mi chica favorita.

Me hubiera gustado ver las lágrimas de Serrat, como vi rodar las de la mujer con el corazón más duro que he conocido en mi vida aquella vez que, con el índice de la mano derecha, se secaba disimuladamente las lágrimas mientras escuchaba “Pare”, en el Palacio de Bellas Artes.

Me hubiera gustado ver los ojos acuosos de Serrat como vi mojarse los ojos infinitos de “señora de Las Lomas” el día de su cumpleaños de 2015, en un festejo inesperado por sus 49 años en donde escuchamos en vivo aquella “Antología desordenada”.

Me hubiera gustado ver llorar a Serrat como el jueves vi derramar lágrimas a Blanca o a esa familia entera que llevaba una camiseta que decía “¡Gracias por tanto, Serrat, 2022!” que estaba dos filas delante de mí; como a ese par de cincuentonas guapas que ayudaron a subir a su asiento a un octagenario de boina y barba tupida; como tantas veces lo hice en esta relación que tiene casi 40 años. Pero por aquellas pequeñas cosas de la vida, no vimos llorar a Serrat, que tan gallardo y tan poeta, faltaba más, seguro lo hace a escondidas, cuando nadie lo ve.

El jueves faltó mi canción favorita, Joan Manuel. No hay reclamo. Gracias por todo. Sinceramente, gracias. Sinceramente tuyo, Nano. Sinceramente.

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