Covid y el costo del relajamiento
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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Covid y el costo del relajamiento
México se enfrenta a una quinta ola de Covid-19. Foto: EFE

“La variante BA.5 es posiblemente la peor versión del virus que hayamos visto”. Estas fueron las declaraciones del médico e investigador Eric Topol, una de las voces más activas y que más de cerca a seguido a esta pandemia, en una nota publicada este fin de semana en The Washington Post

En esta quinta ola, en la que México está a punto de sobrepasar todos los récords de contagios diarios, la variante BA.5 comienza a ser la más común en Estados Unidos y cada semana se hace más notoria en los reportes epidemiológicos en el territorio mexicano. No falta mucho para que se convierta en la variante más dominante en nuestro país.

La semana pasada me preguntaban a qué se debía esta dinámica en los contagios y mi respuesta fue muy simple: a dos factores. Por un lado, la particularidad de BA.5 de pasar por alto la inmunidad adquirida hacia las variantes anteriores, lo cual hace que las vacunas –diseñadas en tiempos de Delta– ayuden a evitar las muertes, no los contagios; pero por el otro, el exceso de confianza y relajamiento que el mundo y México han mostrado.

No hace ni 10 semanas que escuchábamos a un (otra vez) triunfante Hugo López-Gatell diciendo que las cifras de contagios iban a la baja, de la mano de declaratorias de distintos gobiernos estatales –entre ellos el de la Ciudad de México– donde se relajaba el uso del cubrebocas. En esta ciudad no se dudó en celebrar eventos multitudinarios y conciertos “populares” en los que la gente simplemente hacía como que la pandemia no existía.

Sí, la pandemia dejó de existir en muchos países –incluyendo México– y entre menos se hable de ella, mejor. La gente ya no quiere escuchar sobre covid. Quiere su vida “de regreso”. Reclama su derecho a no usar cubrebocas e incluso se celebra el padecer covid, sin entender las implicaciones o complicaciones de ello.

Conversando con una amiga experta en el tema me dice que tal vez es tiempo de dejar de contar los casos, ya que resultaría más útil conocer las cifras de hospitalización y defunciones, pero no estoy completamente de acuerdo. A primera vista podría parecer que la existencia y prevalencia de una enfermedad que solamente produce algunos síntomas molestos durante algunos días y cuyas tasas de hospitalización y mortalidad no son tan altas como en el inicio de la pandemia o en las olas anteriores es algo fácil de encarar; sin embargo, se está pasando algo por alto: los efectos aún desconocidos del long covid o covid persistente.

Todavía en proceso de investigación, se calcula que el covid persistente podría presentarse ya en más del 40% de los pacientes que han padecido esta enfermedad y eso debería prender las alertas de la salud pública.

Cada vez es más común escuchar a pacientes quejarse de una diversidad de síntomas que van desde fatiga crónica, dolor de cabeza, dificultad para pensar o “niebla mental”, hasta efectos cardiovasculares y respiratorios serios. En el mundo comienza a acumularse evidencia de lesiones cerebrales a distintos niveles, semejantes a las causadas por la enfermedad de Alzheimer.

Si los efectos inmediatos de tener un gran porcentaje de gente enferma, aislada, incapacitada para ir a trabajar con las consecuentes pérdidas económicas y afectaciones a los sistemas de salud que esto causa no es capaz de prender focos rojos en las autoridades de salud, sí debiera serlo el panorama a mediano y a largo plazo de cientos de miles, si no es que millones de pacientes que inundarán las clínicas y los hospitales presentando síntomas de enfermedades crónicas. En 10 o 15 años podríamos estar observando una gran incidencia de casos de trastornos cognitivos o demencia de aparición temprana. En cualquiera de los casos, el mundo no está preparado para dar cuidados a ese enorme número de enfermos. México, menos.

Por algún motivo, desde que el covid persistente comenzó a describirse, las autoridades de salud de México no han tenido una postura oficial sobre el problema. No existe un plan para estudiarlo, analizarlo o diagnosticarlo. No se ha establecido una norma técnica y evidentemente no hay un presupuesto, como no lo hay para atender ningún aspecto específico de covid. En un país donde se ha hecho lo posible por minimizar el problema desde su inicio, lo que menos interesa es comunicar a la gente sobre los posibles efectos de una enfermedad que “dominamos” desde abril de 2020.

Es importante entenderlo y admitirlo: parte del gran incremento en contagios que estamos viviendo se debe al habernos relajado. Es paradójico que, en un mundo tan tecnológicamente avanzado, no hayamos adoptado medidas para detectar a tiempo los contagios. Sabemos desde hace más de dos años sobre la política del gobierno mexicano de no hacer pruebas de detección de manera masiva. Sin embargo, no hemos adoptado un sistema que permita aislar a tiempo a los pacientes contagiados ni utilizar para ello las tecnologías disponibles en la tercera década del siglo XXI.

Seguiremos viendo incremento en los contagios. Afortunadamente las vacunas solo nos protegerán de la enfermedad más grave y la muerte, pero no debemos confiarnos. Los virus hacen lo que les corresponde, mutan y ya existe un consenso de qué no estamos desarrollando nuevas versiones de vacunas a la misma velocidad de la mutación del virus.

Covid-19 sigue sin ser “una gripita”. Es una enfermedad que tiene implicaciones muy graves y que apenas comenzamos a conocer. Si continuamos relajándonos, es muy probable que a largo plazo nos gane la partida.

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