Federer y Nadal: de rivalidad histórica y rivalidad ejemplar

Considerado por muchas personas uno de los mejores tenistas de todos los tiempos y de manera prácticamente unánime el mejor que ha existido en canchas de hierba, el suizo Roger Federer es, desde el viernes pasado, un extenista que se midió con muchos de los mejores y que, en todo momento, sacó a relucir su indiscutible honorabilidad sobre las canchas y se convirtió en un ejemplo de deportista tanto dentro como fuera de ellas.

Con una carrera comparable con las de otros de los grandes deportistas de la historia, hoy se puede afirmar que su trascendencia en el deporte blanco es parecida a la de Michael Phelps en la natación, a la de Usain Bolt en el atletismo, a la de Michael Jordan en el basquetbol, a la de Tiger Woods en el golf o a la de Michael Schumacher en el automovilismo. Todos ellos siendo ejemplo de indiscutible éxito y dominio de sus respectivas disciplinas.

En la práctica del tenis, Federer coincidió con otras leyendas de ese deporte y tuvo muy importantes enfrentamientos con algunos de ellos, como Novak Djokovic y Rafael Nadal. No obstante, fue con el segundo de ellos con el que guardó por mucho tiempo una competencia férrea que los llevó a dominar a cada uno de manera alternada la práctica de este deporte, especializándose en diferentes superficies, dominando Federer la hierba y Nadal la arcilla. Sobre esta rivalidad, se debe recordar que fue en el ya lejano mes de marzo de 2004 en que se enfrentaron por primera vez directamente (con 39 encuentros posteriores y estando entre ellos el conocido como Partido del Siglo en 2008), dejando ver el enorme talento en uno de ellos y una capacidad de trabajo sin igual en el otro. 

Hoy son parte fundamental de la gloriosa historia del deporte algunas rivalidades que han marcado época y que han llevado al límite de sus capacidades a deportistas excepcionales, recordando ahora mismo la ya añeja rivalidad entre Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, la de Muhammad Ali y Joe Frazier, la de Ayrton Senna y Alain Prost, la de Magic Johnson y Larry Bird o la de Karpov y Kasparov.

Lo cierto es que tanto Federer como Nadal lograron, entre otras cosas, algo que no es frecuente: brillar como los mejores del mundo en su deporte y a la vez protagonizar una de las rivalidades que han marcado la historia del deporte, alternándose el dominio de este e incrementando su palmarés en un duelo del que el mundo ha tenido la fortuna de ser testigo.

La Real Academia Española define al vocablo “rivalidad” en una de sus acepciones como la “enemistad producida por emulación o competencia muy vivas”. La semana pasada tanto Federer como Nadal demostraron la clara imprecisión ante la que la han hecho caer, pues a juzgar por lo sucedido en la Laver Cup, la rivalidad puede llevar al ser humano a evolucionar de tal manera que aquello que nació como una competencia puede convertirse en una amistad a prueba de los objetivos individuales mismos, dando con ello la razón al padre del olimpismo moderno, Pierre de Coubertin, al “poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”.

Lo anterior se sintetiza en una de las frases pronunciadas por Nadal al momento del retiro del Federer: “Una parte de mi vida también se va”. Lo mismo pasa con quienes los admiramos, pues una parte de nuestra vida se va cuando ellos se van, pero también es cierto que hay otra parte de nuestra vida que llega cuando ellos se van, y esa es la nutrida de aquellas páginas inolvidables que revive nuestra memoria y que nos hacen felices.