Apuntes sobre el recorte de producción de la OPEP+
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Apuntes sobre el recorte de producción de la OPEP+
Foto: Pixabay

La decisión de los países participantes en el arreglo OPEP+ de recortar la oferta de crudo en dos millones de barriles diarios (en realidad, en un rango de entre 200 y 900 mil barriles diarios, pues la mayoría de los miembros no han alcanzado a producir su cuota desde hace tiempo) ha sido interpretada en los medios a partir de tres vertientes predominantes, la primera política y las otras dos económicas: (1) Arabia Saudita se aleja de Estados Unidos y se acerca a Rusia, expresando su indiferencia al conflicto en Ucrania y su efecto sobre los costos de la energía en el mundo y la seguridad europea; (2) es innecesaria porque no hay excedentes petroleros qué señalar ni en inventarios ni en capacidad productiva; (3) es contraproducente porque complica el combate a la inflación y puede propiciar una recesión mundial mayor a la que ya se espera como resultado del alza prácticamente sincronizada en las tasas de interés mundiales.

La interpretación política de la decisión es acaso la más directa y atractiva por la narrativa de tensión que la acompaña, pero es incompleta y muy probablemente errada. La ruso-saudí es una alianza petrolera. Los intereses políticos de los dos países son suficientemente complejos para no coincidir en una variedad de frentes, notablemente el equilibrio geopolítico del Golfo Pérsico-Arábigo donde Rusia es cercana a Irán, el dolor de cabeza perenne para Arabia Saudí. Rusia tiene que financiar su guerra en Ucrania; Arabia Saudí tiene que financiar su ambicioso programa de desarrollo económico. Ambas requieren precios de crudo que les permitan cubrir sus compromisos de gasto.  Todo indica que para el gobierno saudita es deseable un precio del crudo superior a los 80 dólares por barril si aspira a sostener sus programas de inversión,

Arabia Saudí enfrenta también presiones de gasto militar que no había asumido antes de la Primavera Árabe de 2011. Ante el colapso del régimen egipcio de Mubarak, el colapso del orden en Irak, la embestida de aliados iraníes desde Yemen y la posibilidad de un acuerdo nuclear con Irán, se encontró prácticamente sola enfrentando a gobiernos de países vecinos con una agenda adversa. El resultado de todo esto fue que aumentó su gasto y excursiones militares en Yemen.

Por otro lado, Estados Unidos no actuó en apoyo saudí cuando se desplomó el precio del crudo en 2014 y 2020. Ante el desplome de precio de 2014, el gobierno estadounidense expresó su preocupación, no más. El fantasma de la deflación posterior a la Gran Recesión apenas había sido superado y los productores estadounidenses de petróleo no convencional se habían convertido no solo en una importante fuente de empleo, sino en una plataforma para revisar y transformar la política exterior de su país. Al gobierno de Estados Unidos le convenía un precio menos deprimido.

Aunque Trump salió al quite declaratorio en 2020, no surgieron iniciativas de Estados Unidos o los países consumidores europeos para brindar alivio a los productores árabes cuyos ingresos se contraían. Esta no es novedad: si los precios suben, los consumidores se quejan y buscan acuerdos con los productores; si bajan, los productores se quedan solos tratando de acordar quién recorta y cuánto.

El actual no es entonces sino otro capítulo en la incómoda, contradictoria y, a pesar de las apariencias, todavía cercana relación política norteamericana-saudí. Mientras Medio Oriente siga siendo un punto neurálgico de la seguridad y la economía mundiales, esto difícilmente cambiará.

Respecto a las interpretaciones económicas, es cierto que el mercado petrolero no está holgado ahora y que por lo tanto no parece necesario un recorte de producción, pero a la luz de la virtual unanimidad de los pronósticos de recesión, es factible que lo esté el próximo año. Hasta 2019, el consumo anual de crudo crecía aproximadamente 1 millón de barriles por año. Aunque la salida de la pandemia lo aceleró, bajo un escenario de recesión crecería por debajo de esta cifra o simplemente se estancará. De ahí el recorte en producción que, por cierto, tomaría efecto hasta noviembre. 

En la lógica de OPEP+, pareciera que coordinar un recorte hoy puede ser más sencillo que intentarlo en medio de una tormenta de precios a la baja, en la que los productores competirían por participación de mercado antes que ponerse de acuerdo. Ahora bien, es consabido que una cosa es lo que la OPEP y la OPEP+ dicen y otra lo que hacen. El historial de respeto a las cuotas de producción acordadas es, por decir lo menos, bastante pobre. 

¿Es dañino un precio de 100 dólares para la economía mundial? En dólares de hoy, el mundo lo vio en 1979, 1982 (venía bajando desde 1981), 2006 y 2007 (venía en ascenso desde 1998), y entre 2010 y 2014 (de hecho, por encima de 100). Es decir, como consecuencia de la Revolución Islámica (1979), la política monetaria recesiva de EU (1982), la política monetaria expansiva de EU sumada al crecimiento de demanda chino (2006-7), y durante los años inmediatamente posteriores a la Gran Recesión, cuando no había política suficientemente expansiva que elevara la tasa de inflación. A juzgar por este registro, el precio del crudo es más resultado que causa de la actividad económica y no es por sí solo destino para la tasa de inflación ni de crecimiento del PIB.

Con todo, es alto el riesgo de desestabilizar a una economía mundial que se ha ido recuperando de manera desigual y con una inflación no vista en 50 años. La apuesta de OPEP+ para el mercado petrolero es, como la de la Reserva Federal, que puede lograr un aterrizaje suave. La primera, tratando de estabilizar el precio del crudo en un nivel favorable para sus miembros; la segunda, tratando de bajar crecimiento del índice de precios al consumidor hacia un 2-3% anual. Está por verse si lo logran.

¿Afectará este recorte a las expectativas de inflación? La respuesta depende de qué pasará con la demanda agregada mundial y lo que decidan los bancos centrales. Si el público –trabajadores y empresas– están persuadidos de que los bancos centrales continuarán elevando las tasas de interés para poner un freno al consumo, las expectativas inflacionarias no necesariamente perderán el ancla ni deberían reflejarse en presiones para renegociar contratos salariales. Esto es, como dirían los economistas, si todo lo demás permanece igual.

Algo más: el momento actual arroja luz nuevamente sobre la distancia entre los discursos y los hechos en el combate al cambio climático. Los estadounidenses que quieren más producción petrolera y los ambientalistas internacionales deberían celebrar estos precios que motivan la inversión y moderaran el consumo. Pero no hay celebración porque la política energética de EU y Europa sigue siendo contraria a los combustibles fósiles y la transición no es lo que parecía. Europa lo está viviendo con crudeza.

Lo dicho: es preciso abrocharse los cinturones. Los tiempos de turbulencia continuarán.

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