La semántica de la autocracia
Libertad bajo palabra

Periodista y abogado con más de 35 años de trayectoria. Reportero, comentarista y consultor experto en temas jurídicos. Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo 2011. Especialista en el Poder Judicial de la Federación y analista político.

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La semántica de la autocracia
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habla durante su conferencia de prensa. Foto: EFE/ Isaac Esquivel

Una de las características del gobierno de Andrés Manuel López Obrador es la invención de una realidad alterna en la que los vicios persistentes reciben significados distintos a conveniencia de la narrativa de los “otros datos” donde cabe cualquier barbaridad.

Es de tal magnitud la adicción a las mentiras, que se ha torcido la veracidad en las declaraciones presidenciales que bordan sobre invenciones, dislates, imprecisiones, vacilaciones y suposiciones expresadas en monólogos huecos, infestados de lugares comunes que se desmoronan ante el análisis más elemental. El discurso se basa en el delirio que magnifica esa realidad alterna bajo criterios dogmáticos, inadmisibles para un razonamiento objetivo.

No es espionaje, se trata de labores de inteligencia.

No es dinero ilegal en efectivo, son aportaciones al movimiento que acabará con la corrupción.

No es acarreo, es movilización.

Se repartió comida a los participantes de la marcha del régimen medrando con su necesidad. No, en su léxico se llama solidaridad.

En esta descomposición de la semántica no hay imposibles, como se expresó el domingo pasado en el Zócalo, en donde la megalomanía le llevó a autodefinir como “humanismo mexicano” a su gobierno en el que han sido asesinadas más de 130 mil personas en todo el país, con una pandemia mal manejada cuyas negligencias han costado la vida a más de 700 mil seres humanos y qué decir sobre la carencia de tratamientos para niños con cáncer en hospitales públicos.  

Es el delirio de un hombre fuera de realidad, incapaz de aceptar errores e intolerante a las opiniones que exhiben su incoherencia, sin disimulos lucra políticamente con la pobreza como en el priismo arcaico más intolerante que se recuerde. Se adjudica el derecho a mostrarse como ejemplo de pobreza franciscana, al tiempo que vemos a su primogénito rodearse de lujos en Houston habitando la “casa gris”.

Dice traer 200 pesos en la bolsa y ofrece a su hijo menor estudios en Inglaterra, hecho al que sin duda tiene derecho, pero que lo muestra como un incongruente químicamente puro. No usa tarjetas de crédito, ni tiene cuentas bancarias, porque vive del cash de origen y cantidades inciertas que niega sistemáticamente ante testimonios que lo exhiben.

Cuando dice “al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie” es capaz de ordenar públicamente a la Secretaría de Seguridad desobedecer las resoluciones de juzgadores federales cuando se pretenda liberar en sábado a quienes puedan quedar en libertad durante un proceso penal. El llamado presidencial en este sentido colma diversas conductas ilícitas contra la administración de justicia y atenta contra la autonomía del Poder Judicial de la Federación.

El delirio se acerca a terrenos peligrosos. En este contexto de falsedades sería una ingenuidad sugerir que un resultado electoral adverso sea reconocido, cuando pudiera existir el riesgo de perder el poder para quienes lo detentan. Por eso tienen prisa para destruir al Instituto Nacional Electoral, que ha dado certeza y transparencia a nuestra democracia. La reforma constitucional no avanzó gracias al contundente mensaje de ciudadanos que salieron a las calles de forma espontánea para advertir los riesgos del retroceso que nos llevaría a la destrucción de las reglas que nos han permitido transitar a la pluralidad. ¡La marcha del domingo 13 de noviembre logró su cometido!

Nada más insoportable que reconocer una derrota, cuando esta ocurra y se demuestre con votos. Por eso el adversario real para ellos es el INE, pero ¿cuál es el temor con niveles de aprobación cercanos al 60% y la obediencia ciega de mayorías en el Congreso? 

La tentación de una dictadura se asoma en la hoja de ruta de quienes consistentemente son malos perdedores, la posibilidad real de un descalabro electoral amenaza sus planes meta sexenales. Morena sin AMLO en el poder tendrá pies de barro en el canibalismo de sus tribus, el poder es efímero y la alternancia una condición de la democracia que no estarían dispuestos a reconocer porque en su vocabulario mañoso, el pueblo es la falsa justificación del atropello.

La marcha del acarreo y el número de sus participantes son una referencia anecdótica porque desde el enfado AMLO fue reactivo cuando había sido el dominador absoluto de la agenda. En 2024 con menos de 20 millones de ciudadanos que conforman el decreciente voto duro de Morena, el presidente no tendrá garantizado ningún triunfo electoral por las buenas y menos con una virtual precandidata tan endeble como Claudia Sheinbaum. Cerca de 15 millones de electores votaron contra el sistema para mostrar el justificado hartazgo generado por Enrique Peña Nieto, creyeron que López Obrador sería un estadista transformador y se equivocaron, la mayoría asume en silencio su error y tendrán la posibilidad de corregirlo.

El presidente se equivoca al seguir polarizando porque descalifica e insulta a quienes no están con él y en esa coyuntura los indecisos le darán la espalda frente a cualquier candidatura que parezca medianamente aceptable para sacarlos de Palacio Nacional, por eso necesitan controlar a las instituciones electorales autónomas.

La reacción ante la marcha de la civilidad, utilizando dinero público es simplemente una ratificación de lo que vendrá en el delirio del megalómano que no es invencible, porque está despertando la conciencia social de quienes no quieren más demagogia y populismo de cuarta. 

En desagravio de la semántica de nuestra bella lengua castellana; corrupción, manipulación, incongruencia, intolerancia, mentira, retroceso, simulación, demagogia y autocracia tienen un significado inalterable que describe lo que son de acuerdo a su comportamiento.     

EDICTOS

Para el gran escritor italiano Umberto Eco hay 14 claves para identificar a un fascista, así lo expone en su libro Contra el Fascismo que recoge una conferencia ofrecida en la Universidad de Columbia hace 27 años.

El culto a la tradición, el rechazo a la modernidad y al pensamiento crítico, son algunas de las características del fascista, además sus seguidores deben sentirse humillados por la riqueza que ostentan sus enemigos. Los individuos no tienen derechos, el “pueblo” se concibe como una entidad monolítica que expresa la “voluntad común” interpretada por  “el líder”. El desacuerdo es traición y se debe estar preparado para confrontar a los “opositores” a quienes se les asigna la etiqueta de rivales porque intentarán recuperar sus privilegios. En el fascismo no se reconoce la necesidad de un Estado de derecho, ya que las decisiones de la mayoría deben estar por encima de la ley y el único con atributos para interpretar lo justo es “el líder”. El gran semiólogo italiano describe en su texto que el léxico del fascista es pobre con el objetivo de limitar el razonamiento crítico respecto a sus declaraciones.

Ustedes podrán deducir sus conclusiones sobre la precisión del análisis de Eco en su fuente directa. Y a manera de colofón cito una frase emblemática de Sir Winston Churchill: “Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas.”

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