Los atentados contra la democracia
Perístasis

Director del Seminario de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la UNAM, socio de la firma Zeind & Zeind y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. X: @antoniozeind

Los atentados contra la democracia
Banderas estadounidenses en el National Mall frente al edificio del Capitolio en Washington. Foto: Will Oliver/EPA

Los años más recientes han supuesto un importante reto para la democracia alrededor del mundo. El ascenso al poder de líderes políticos que se han servido de las reglas establecidas por la misma para acceder a él, pero que una vez estando ahí las desprecian se ha convertido en algo usual que ha crecido a niveles inimaginables.

El asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 y los sucesos del pasado 8 de enero en la Plaza de los Tres Poderes de Brasil han dejado al descubierto la vulnerabilidad que los sistemas democráticos tienen y el riesgo latente al que la democracia misma se encuentra expuesta, convirtiéndose este tipo de líderes políticos en agentes nocivos para la estabilidad de buena parte del mundo.

El asalto al Capitolio que se presentó dos años antes en Estados Unidos ha sido uno de los hitos que han marcado un antes y un después para la democracia. Fue ese día en el que, en ese acto calificado como una verdadera insurrección, el sistema democrático que ha servido en diversos momentos y en distintos lugares como un paradigma sufrió un revés que expuso a aquel país a una deriva de la cual no ha logrado salir y por la cual el ejemplo más acabado de democracia lo ha dejado de ser en la forma que lo había sido. Las escenas en las que personas partidarias de Donald Trump lograron acceder a uno de los edificios más cuidados del mundo para evitar que Joe Biden asumiera el cargo de presidente son hoy asimiladas del declive de la democracia y del país en el que se ha promovido con especial vehemencia durante muchos años.

De igual manera, debe preocupar a todas las democracias del mundo lo sucedido en Brasil, pues a pesar de que Jair Bolsonaro perdió las elecciones frente a Lula Da Silva bajo las reglas a las que ambos aceptaron someterse, su nula convicción democrática generó que un buen número de sus simpatizantes, apenas Lula asumió el poder, manifestaron su desacuerdo bajo el argumento de que la caída de su líder político se debió a un supuesto fraude. Con lujo de violencia e instigadas por Bolsonaro, estas personas lograron entrar al Congreso, al Palacio Presidencial de Planalto y al Tribunal Supremo Federal, haciéndose del control de estos por aproximadamente tres horas.

Sin importar a qué ideología se adscriban, se ha presentado este fenómeno en el que personajes como Donald Trump o Jair Bolsonaro son capaces de romper con las reglas de acceso y ejercicio del poder a muy altos costos para las sociedades a las que se deben y eventualmente buscan volver a gobernar. Lamentablemente estos problemas van más allá de ser una simple casualidad y paulatinamente han ganado fuerza en importantes sectores de los distintos países en los que el populismo (entendido como una exacerbación en la búsqueda de ser popular que incluso puede ser contraria a los valores democráticos) ha encontrado una tierra fértil para expandirse.

Si bien en Estados Unidos y en Brasil estas manifestaciones claramente antidemocráticas llegaron al extremo del uso de la violencia y de la puesta en riesgo de símbolos de ambas democracias, la existencia de este tipo de líderes ha ido más allá y actualmente se cuenta con muchos falsos demócratas que en la persecución de intereses personales o de grupo han socavado sistemática y gradualmente a las democracias de las que son parte, produciendo la urgente necesidad de que se repiense y fortalezcan las instituciones democráticas a partir de una promoción intensa del Estado de derecho.

Es inaplazable e ineludible que en todas las latitudes se consolide la convicción democrática de las sociedades y se exija que todas las personas quienes forman parte de la clase política se sometan invariablemente a las reglas que permiten el acceso al poder, pero, aún más importante, que respeten de manera irrestricta las reglas para el ejercicio del poder.

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