Esperándolo a Sacheri
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Esperándolo a Sacheri

El 2 de abril de 2005, a la mitad de camino entre el barrio de La Paternal y el partido de Avellaneda, me detuve en algún punto de la ciudad de Buenos Aires para escribirle un correo, desde mi cuenta de Hotmail, a Eduardo Sacheri y solicitarle una entrevista. Con tres libros publicados hasta ese momento, conocía de la existencia de Sacheri a través de las páginas de la revista El Gráfico, donde se comenzaba a hablar de él, principalmente por el cuento Me van a tener que disculpar, que dedicó a Diego Armando Maradona. Hasta la fecha, trato de recordar por qué me detuve aquella tarde a escribirle el correo a Eduardo, después de un aburridísimo Argentinos Juniors 0-1 Quilmes (en el que el sonido local anunció la muerte de Juan Pablo II) y el viaje a la Doble Visera, donde vimos como el Independiente de César Luis Menotti derrotaba 2-0 a Gimnasia y Esgrima de La Plata (goles de Frutos y el “Kun” Agüero). Sacheri estaba aquella noche en el estadio, por eso su respuesta llegó dos días más tarde. La entrevista se realizó 10 años y cuatro meses después. Nunca se publicó.

El abrazo postergado

Eduardo Sacheri vino a la Ciudad de México en agosto de 2015 para participar en un encuentro internacional de escritores cinematográficos y presentar su cuarta novela: Ser feliz era esto. A invitación de Editorial Alfaguara, el encuentro se realizó en la librería El Péndulo, de Polanco.

Sacheri estaba nervioso. Independiente estaba a punto de jugar con Arsenal, por los octavos de final de la Copa Sudamericana, y él estaba a miles kilómetros de Sarandí, donde se disputaba el encuentro. Mientras se llevaba las manos a la cara y se las frotaba con ansiedad, le dije que podía consultar el resultado por Twitter. Me respondió con un “no” rotundo.

Sacheri ya no era el escritor casi desconocido al que le pedí una entrevista en abril de 2005, cuando salió al mercado La pregunta de sus ojos, llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos, película que ganó el premio Oscar a la mejor película extranjera en 2010. A pesar de su éxito (“el Oscar no es plata, pero te abre muchas puertas laborales”), Eduardo Sacheri me regaló 20 minutos más de los que me había dado la editorial para platicar de su obra y, cómo no, de futbol. De sus inicios como escritor, sus clases en una preparatoria y el festejo por el Oscar en Los Ángeles, terminamos hablando de los “sucesores” de Ricardo Enrique Bochini, ídolo eterno de Independiente de Avellaneda, que pasaron por el futbol mexicano. Así, mientras charlábamos de Martín Félix Ubaldi, Pedro Massaccesi y el Dani Garnero, en la mesa de junto el periodista Julio Patán esperaba impaciente para entrevistar a Sacheri.

Sobre la mesa esperaban, para que los firmara, mis ejemplares de Papeles en el viento (2011), Lo raro empezó después (2004), Un viejo que se pone de pie (2007) y Esperándolo a Tito (2000). Entonces le conté de aquel correo que le escribí en abril del 2005 y que un día antes había subido a Twitter.

– “¿Usted es el que me escribió ayer?”

Antes de responderle, le extendí mi ejemplar de Esperándolo a Tito

– “Por favor… Es que en mi casa me dicen Tito”.

Conmovido por mi confesión, Sacheri me dio un abrazo, tomó el libro y escribió: “Para Tito, con un abrazo postergado diez años y mis mejores deseos para tu vida”. A mí, se me llenaron los ojos de lágrimas.

Argentina pasa otra vez por una grave crisis económica y su selección de futbol ganó el tercer campeonato del mundo de su historia el 18 de diciembre del año pasado, en Qatar. Mientras miraba los festejos en las calles de ese país, quise saber cómo estaría celebrando Sacheri y recordé una frase que me dijo en aquella entrevista: “El futbol es un buen pretexto para ser feliz”.

Amistades de hierro

Fuera del círculo familiar, las amistades más antiguas que conservo son las de “La banda del 4° E”, de la desaparecida UVM Xochimilco: Marco Orozco, Abraham “El Topi”, Gastón Figueroa y Manolo Almazán, que mañana cumple 51 años. A Manolo no le gusta la cerveza, el futbol ni el heavy metal; simpatiza con dos equipos de futbol que yo detesto y de niño le gustaba “Star Wars”, algo que igualmente desprecio. Estudiamos juntos sólo algunos meses; nos vemos, cuando mucho, un par de veces al año para jugar squash y hablamos muy poco. En casi 37 años de conocernos fuimos juntos al futbol una sola vez y a dos conciertos; fui testigo de su boda civil y le transmití mi interés por los asuntos de la vida pública de México, que lo llevaron a estudiar la maestría de políticas públicas en el ITAM, otro posgrado en Harvard y a buscar en un par de ocasiones una diputación. Durante todos estos años nos hemos escrito cartas, dedicatorias de libros, correos electrónicos y mensajes de texto emotivos, nunca en Navidad ni año nuevo, quizá en algún cumpleaños. Pese a nuestras diferencias, lo quiero y lo admiro, pero nunca le he dicho que siempre envidié dos cosas en su vida: la crema de calabaza que preparaba su mamá y el póster de Lucía Méndez que tenía en su cuarto. ¡Feliz cumpleaños!

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