Glosario de la precariedad afectiva 
Laberíntima

Es periodista y académica, egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Se ha especializado en temas de género y periodismo de la intimidad. Es autora de los libros Soltería: elección o circunstancia, que explora la soltería femenina moderna, e Hijos sí, maridos, no, que documenta las decisiones de mujeres en ser madres en solitario. Actualmente coordina el Diplomado de Periodismo Especializado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Twitter: @mablomeli / @Laberintima2022

Glosario de la precariedad afectiva 
Foto: Mateus Campos Felipe en Unsplash.

El ostracismo amoroso siempre ha existido. Es el vacío sentimental, la indiferencia afectiva, la cachetada del abandono, el congelamiento abismal, el aislamiento, el recordatorio de que ya no existes para el otro y la ausencia, en más de una ocasión, sin explicaciones. 

Hace 43 años se masificó el uso del contestador automático y con el artefacto millones de hombres y mujeres escuchaban la grabación de mensajes amorosos, cachondos, cursis; promesas eróticas, peticiones trasnochadas, confesiones etílicas y reclamos imprudentes. Pero ese aparatejo también sirvió para alimentar la ansiedad del desamor cuando no hay mensajes ni señales de reciprocidad afectiva sexual. Solo hay que recordar miles de escenas fílmicas –y las reales– donde los amantes le hablan por horas a la contestadora con frases como “sé que estás ahí, descuelga el teléfono”, “¿por qué no me contestas?”, “no puedes seguir ocultándote”,  “sé que me escuchas”, “¿dónde te has metido?” y “no puedes desaparecer así”. 

Sí se puede desaparecer. En 2014, Hannah Vanderpoel, actriz cómica, a través del video musical Ghoster’s Paradise, abrió la caja de pandora con la palabra fantasmal, ghosting.  Había descubierto un nuevo modelo de ruptura en las relaciones donde predominan los códigos digitales: no contestar WhatsApp, desvanecimiento en las redes sociodigitales y bloquear cualquier intento de comunicación virtual. Y un mensaje contundente: “Me desaparezco de tu vida y no daré explicaciones”. 

Nada nuevo, salvo que ahora la tecnología se ha convertido en la gran cómplice de los comportamientos tóxicos en las relaciones amorosas. Hay todo un catálogo de términos para nombrar patrones de conducta, desde el humillante breadcrumbing (migajas de atención para mantener el interés de la otra persona sin concretar nada), el pocketing (una relación a solas, pocas salidas en público), el benching (el rol de repuesto, por si algo falla), el hoovering (desaparecer meses y regresar como si nada), orbiting (zopilotear a alguien en las redes sociales, muchos likes pero sin interaccionar) y cuffing season (pasar con alguien los meses de invierno, pero desaparecer cuando llega el sol). 

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Se calcula que hay más de 70 conceptos que definen una gran diversidad de actitudes de evasión afectiva y de compromiso en el mundo digital. Según los expertos, las tecnologías han facilitado estas dinámicas sociales y no se ha puesto atención en su impacto emocional y psicológico porque las personas se han acostumbrado a ser ignoradas, a una comunicación precaria y a una pobreza expresiva. Para otros especialistas, ponerle nombre a estos comportamientos es un avance porque la gente admite que está en riesgo su salud mental y puede tener mejores herramientas para detener estas prácticas corrosivas. 

Tal vez la tecnología no sea la responsable de este ninguneo que establecemos en nuestras relaciones amorosas en la vida contemporánea; a lo mejor aflora lo peor del alma humana cuando sabemos que podemos desaparecer –de manera fantasmal– detrás de un dispositivo electrónico. 

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