La antibiblioteca energética
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La antibiblioteca energética
Foto: Philip Fong/ AFP

Nassim Taleb ha bautizado al conjunto de libros que tenemos en nuestra biblioteca pero que no hemos leído como la “antibiblioteca”. La idea le llegó a partir de una reflexión de Umberto Eco, quien clasificaba a sus visitantes en dos categorías: aquellos que se impresionaban por el tamaño de su biblioteca y preguntaban si había leído todos esos libros, y una minoría que entendía a una biblioteca como un apoyo para la investigación más que como un registro de lo leído.

La antibiblioteca es una medida de nuestra ignorancia. Cada dato y explicación, vistos en detalle y con ánimo de aprender, arrojan incógnitas que invitan a conseguir todavía más libros para consultar, cuya lectura no necesariamente conseguiremos. Los científicos nos recuerdan que el conocimiento es tentativo: una teoría nueva puede superar en poder explicativo a la anterior, un hecho puede ser reemplazado por otro mejor documentado. Entender es mucho más un camino que un destino, un método cuyo fundamento siempre es la duda. Mientras haya libros inquietando los estantes, el acecho de la duda estará presente.

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Algo parecido ocurre con la (no) lectura de escenarios sobre el futuro de la energía, como los elaborados por la Agencia Internacional de Energía, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), las empresas globales de energía, las casas de consultoría, las agencias gubernamentales especializadas, las organizaciones no gubernalmentales. Cada publicación anual plantea trayectorias imaginadas, con suerte factibles, para el consumo y la producción de energía en el corto, mediano o largo plazos. Cada una termina delimitando aún más nuestra ignorancia. Salvo por la casualidad, ninguna atina a descifrar tal cual el curso de los acontecimientos, sin importar cuántos libros falte por leer. Los hechos y las explicaciones van cambiando. Algunos supuestos del año anterior dejan de aplicar, las estimaciones para el curso de las políticas públicas son adivinanzas, las esperanzas para el desenvolvimiento de tal o cual fuente de energía revelan tantos anhelos como posibles realidades. Al final queda el impulso de consultar más fuentes para despejar dudas. Los tomos de lectura incompleta o simplemente sin lectura se siguen acumulando.

Los escenarios más recientes para el consumo de combustibles fósiles en los próximos 30 años llegan a sugerir un rango de variación de aproximadamente el 50% tamaño del mercado petrolero actual. Una barbaridad que alcanza cuando menos los 50 millones de barriles entre las estimaciones de más alto y más bajo consumo para 2050. En el escenario alto, si seguimos por el mismo camino es posible –ciertamente no seguro– que en lugar de quemar entre 1 y 1.5 millones de barriles adicionales cada año, llegaremos a un pico de consumo a mediados de esta década y que en menos de 30 años quememos lo mismo que hace 10 años, es decir, entre 10 y 15 millones de barriles menos que hoy.

Pero seguir el mismo camino significa la ausencia de crisis energéticas que motiven a los gobiernos a posponer la aplicación de políticas para abatir las emisiones de carbono. La interrupción de suministro de gas natural y petróleo que han acompañado a la guerra en Ucrania, las necesidades adicionales de energía para las tareas de rescate y reconstrucción posteriores al terremoto en Turquía, la presión para reducir la carga sobre los presupuestos familiares derivada del incremento en el costo de los combustibles son muestras de lo que continuamente termina tirando por la ventana los mejores planes y socavando los fundamentos de las proyecciones energéticas.

Eso sin tomar en cuenta aquello que se supone debería ocurrir para lograr el escenario de consumo más bajo y que, en un universo alternativo, resultaría en efecto en la reducción de la demanda actual a donde estaba hace 50 años. Introducción de impuestos y subsidios más agresivos, avances tecnológicos milagrosos, cooperación internacional a prueba de bombas, misiles, atentados y similares. Todo convergería en un nirvana de gasolina más cara y electricidad más barata, donde a los ciudadanos les alcanzaría de todos modos para pagar la energía y las comunidades serán tolerantes de la enorme huella que sobre el paisaje irán dejando los generadores eólicos, los paneles solares y la extracción de minerales escasos.

Puedo imaginarlo, pero no tengo claro si esto ocurrirá en una, dos, tres, cuatro o más décadas; aunque creo que tomará más tiempo del ahora esperado. Por cada escenario o reseña entusiasta que leo, me encuentro con otra que alerta que a las nuevas tecnologías todavía les falta tiempo para superar la prueba del mercado. Y están ahí los muchísimos escenarios, análisis económicos y geopolíticos que no he leído y quizá nunca alcance a leer pero que seguramente seguirán aportando señales encontradas. 

Esos libros son parte de mi súperantibiblioteca energética. Conviven con los fantasmas de los libros que debí comprar, no pude financiar, están por publicarse o jamás conoceré. Miden mi infinita ignorancia y, creo, mis ganas de entender. 

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