¿Qué hacemos con nuestros agresores?

Periodista especializada en perspectiva de género, miembro de Frontline Freelance. Es titular de la Unidad de Investigaciones Especiales en Once Noticias Digital y hace consultoría en comunicación y gestión de crisis. Con ellas y por ellas.

Twitter: @anagupin

¿Qué hacemos con nuestros agresores?
Foto: Luisella Planeta Leoni / Pixabay

Tengo la fortuna de participar en un grupo de periodistas que se identifican como feministas en su mayoría y de quienes en cada conversación aprendo algo nuevo. Una de las pláticas más recurrentes ha sido precisamente que ninguna de nosotras sabemos qué hacer con la presencia y participación de nuestros agresores en los espacios laborales. 

¿Por qué en los espacios laborales? Porque en tu vida personal es más sencillo tomar las medidas que necesites para no volver a tener un vínculo o contacto con esa persona que conoces y que te agredió, pero si tu agresor comparte un espacio de trabajo contigo, ¿qué puedes hacer? El problema es ese precisamente, que no sabemos qué puede pasar porque, para empezar, la mayoría de los medios mexicanos no cuenta con un protocolo en contra del acoso sexual o si lo tienen, no lo hacen valer. 

Compartir un trabajo que, en muchas ocasiones es tu única fuente de ingreso, con tu agresor puede tornarse en un proceso revictimizante que sólo detone desequilibrios emocionales y mentales para las personas que no pueden cambiar de empleo inmediatamente, incluso aunque las conductas agresoras de esta persona se hayan detenido por completo. 

Para muchas sobrevivientes de agresiones, compartir un centro de trabajo con un agresor crea una sensación de que no pasó nada, no pasó nada para el agresor, por supuesto, porque cada una de ellas carga con las consecuencias que dichas agresiones tuvieron en su vida. 

Pero también pasa que son ellas quienes, cuando por fin pueden, abandonan el empleo, ¿y quién quiere trabajar en una organización que no garantiza mi seguridad como empleada? Por supuesto, pero ¿cuántas mujeres se pueden dar el lujo de dejar un empleo y tener la fortuna (porque es eso, fortuna, y no nada que tenga que ver con su capacidad) de encontrar otro mejor o pagado o por lo menos que iguale su antiguo salario (lo que a su vez conlleva un retroceso en su carrera al perder la oportunidad de avanzar con un mejor puesto y salario en el lugar en el que ya había generado resultados)? 

Y además, todas les conocemos: a ellas, las sobrevivientes y también a las personas agresoras. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2021 registró que al menos 7.9 millones de mujeres en México han vivido violencia en el trabajo. Pero ellas, nosotras, no somos sólo cifras: cada una de nosotras tenemos un nombre y una persona que nos agredió, acosó u hostigó. Por eso es tan común conocer a alguien de nuestras redes de contactos que dejó un empleo porque nadie en su trabajo resolvió su situación de violencia, también sabemos de quienes han sido despedidas después de haber denunciado que alguien, usualmente con más poder, las agredió de alguna forma. 

¿Entonces qué hacemos? ¿Que los despidan a todos? ¿Que dejen de ocupar espacios de toma de decisión? Hay quienes ven una reparación en ello, pero y más allá de la segregación que muchas hemos deseado en un nivel u otro, ¿cómo los reinsertas en células laborales o personas? ¿Cómo garantizas que esa persona ni ninguna otra repita esas conductas?

De acuerdo con la compilación de Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria, realizada por Andrés Cabero, los tratamientos para los hombres que han ejercido violencia tienen que ver con reeducación partiendo de que hay distintos perfiles de maltratadores, pero de alguna manera no ha sido suficiente porque la prevención de la violencia de género se ha volcado en decirnos a nosotras cómo protegernos y cómo reaccionar, no a ellos que no lo hagan o cómo readaptarse en círculos sociales que comparte con aquella persona sobre quien ejerció violencia. 

Pero incluso aunque existieran más programas para readaptar socialmente a agresores, ¿hasta qué momento es una salida fácil para ellos para no enfrentar otro tipo de sanciones, por ejemplo de tipo penal? ¿Está mal como mujeres esperar sanciones precisamente penales? ¿Hasta dónde debería llegar el punitivismo para aquellos que lastimaron y agredieron a una mujer de cualquier forma? Y se vale preguntarlo porque hay millones de mujeres viendo que sus agresores siguen con su vida como si nada hubiera pasado, y nadie nos dice cómo construir nuestras expectativas una vez que la violencia ya ocurrió y ya pasó. 

Es importante hablar de rehabilitar a estos agresores con la finalidad de que nadie más sea su víctima, sin embargo, ¿cuál es el límite entre memoria para no olvidar y no repetir y un estigma que segrega y puede generar más odio en los agresores? Y más importante, ¿quién pone ese límite? Personalmente pienso que deberían ser ellas, quienes fueron agredidas, que lo decidan en los momentos que mejor les convengan. 

Y mientras tanto, no están solas. 

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