¡Racismo hasta en la sopa!

Actor de cine, teatro y TV, creador escénico y plástico. Es egresado de CasAzul Argos y docente en algunas de las instituciones de profesionalización artística del país. Un prieto orgulloso, desobediente y disidente que encontró en el arte del actor una posibilidad compasiva de entender al otro y, por tanto, al mundo. Es beneficiario del programa Creadores Escénicos del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (FONCA).

@albertojuarezmx

¡Racismo hasta en la sopa!

Hace unos días se llenaron los encabezados de la prensa y las redes con la noticia de que los integrantes de un grupo musical adolescente habían “despreciado abiertamente” la gastronomía nacional. Amén de lo desafortunado de los comentarios, dicho suceso desató un sinfín de ataques y comentarios negativos hacia los adolescentes, principalmente comentarios de índole, sí, abierta y profundamente racista.

¿Por qué al mexicano le duele tanto que se metan con su gastronomía? Partamos del hecho de que la cocina fue el único lugar en el que el mito aquel del “encuentro de dos culturas que comparten lo mejor de sí mismas” pudo cumplirse. Ni la gastronomía mexicana ni la europea pueden entenderse sin los elementos que cada uno tomó de su contraparte. La cocina fue el único espacio de un auténtico compartir de ingredientes, técnicas y saberes; el resto, sabemos, fue invasión, saqueo y genocidio. La cocina ha sido desde entonces el lugar de resistencia y orgullo mundial del mexicano, que incluso la inscribió en 2010 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Sin embargo, la cocina como en todo elemento cultural, no está exenta de ser un espacio donde se repliquen ideas o estructuras que promueven estigmas o ideas, tanto de lo considerado “propio” como de “la otredad”.  En sociología se estudia cómo la concepción de la comida remite a ciertos racismos intrínsecos para ciertos grupos de personas ¿Qué nos imaginamos que come quién o quién tiene derecho a comer qué?

Poco se sabe, por ejemplo que la llamada “dieta mesoamericana”,  que busca recuperar o reinterpretar la dieta prehispánica de Mesoamérica, la cual tenía como alimentos básicos el maíz, frijol, chile, tomate, calabaza, etc. y que ahora que se ha popularizado (por su comprobada riqueza nutrimental) entre ciertas élites de los habitantes de las colonias gentrificadas de la ciudad y los influencers “healthy”, fue un tiempo considerada por las élites políticas, la razón por las que habitantes de comunidades y pueblos originarios no alcanzaban el anhelado “desarrollo y progreso”.

El estigma de que esta dieta era sinónimo de desnutrición e ignorancia, permeó desde los insultos raciclasistas de toda una época: el nopal pegado en la frente, indio frijolero, nopalero, etc., hasta políticas públicas y programas de asistencia donde políticos retratados casi como súper héroes, repartían sin ton ni son, lácteos de, hoy sabemos, dudoso valor nutricional y procedencia (no olvidamos los litros de leche radioactiva de Chernóbil repartida por la CONASUPO). Estas políticas provocaron fenómenos complejísimos en las comunidades originarias al grado de que hoy, en ellas, es mucho más fácil comprar un refresco de cola que una tortilla, lo que provocó otro tipo de fenómenos ligados a la salud. Tuvieron que llegar unas élites extranjeras y blancas a “aprobar” este milenario sistema de alimentación para que ahora, existan programas enteros dedicados a su recuperación.

Y es que el racismo está ligado a la otredad y la comida, es inevitablemente en algo con lo que relacionamos lo propio y lo ajeno. Después de la pandemia de COVID 19, eran incontables la cantidad de insultos y ataques racistas a personas de origen chino y a los productos y restaurantes que lo ofrecían. Los propios insultos que hoy podemos leer a estos adolescentes, tienen qué ver con cómo son leídos sus cuerpos y lo que “corresponde” comer a alguien que se ve o lee de determinada manera. Algo tan personal, tan propio y vital como el acto de alimentarse, debiera ser un acto mediante el cual nos hermanamos como humanidad, un acto a través del cual, todas las culturas, encuentran un espacio de tregua, de compartimiento, ritualidad y ofrenda. Hacerlo tendría que ser pues, un acto de comunión y no de rezago o exclusión.

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