En el sexenio de la salud “barata”
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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En el sexenio de la salud “barata”
Foto: Daniel Hernández/La-Lista

México vive una crisis de salud sin precedentes, producida por una colección de malas decisiones provenientes de anteponer la ideología a los intereses de los pacientes y, en no poca medida, a una búsqueda encarnizada de “ahorros” que en realidad son sólo una apropiación de recursos de la salud para darles otros usos.

Si algo ha caracterizado a esta administración ha sido la búsqueda de supuestas soluciones de bajo costo enarbolando, hasta el abuso, argumentos emanados de la Salud Pública. De hecho, la característica más icónica de Hugo López-Gatell fue su exacerbada verborrea que combinaba, además de sus lamentables e inhumanos comentarios, una retorcida visión de la Salud Pública y la economía de la salud donde supuestamente se buscaba impulsar una prevención (barata), sacrificando la atención médica directa (más cara).

Pero, ¿cómo es que un recurso tan valioso como la Salud Pública pudo ser utilizado, paradójicamente, para no atender a los enfermos? 

La Salud Pública, como ciencia, aunque tiene sus raíces en la antigüedad, se consolidó en el siglo XIX. Sus orígenes están basados en la necesidad de controlar las enfermedades infecciosas, que representaban la primera causa de muerte en el mundo, basándose en mejorar las condiciones sanitarias como el acceso al agua potable y la instalación de drenaje para el manejo de excretas. Aunque en la antigua Grecia, Hipócrates hablaba de la influencia del ambiente en la salud, fue en el siglo XIX cuando la Salud Pública comenzó a tomar forma como una disciplina científica, impulsada por los avances en la microbiología y la epidemiología.

Durante la Revolución Industrial surgieron retos significativos en Salud Pública debido a la urbanización acelerada y las deficientes condiciones sanitarias. En este contexto, figuras como John Snow en Inglaterra, quien identificó una fuente de agua contaminada como el origen de un brote de cólera, sentaron las bases de la epidemiología moderna. Estos descubrimientos subrayaron la importancia de las políticas públicas en la prevención de enfermedades.

A lo largo del siglo XX, la Salud Pública se expandió para incluir no solo la prevención de enfermedades y la promoción de la higiene, sino también el desarrollo de políticas sociales y económicas para mejorar la salud general de las poblaciones. La creación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1948, fue un hito importante, estableciendo un foro global para la cooperación en cuestiones de salud pública. La Salud Pública ha enfrentado nuevos desafíos, como el aumento de enfermedades crónicas no transmisibles, las desigualdades en salud, y las emergencias sanitarias globales como la pandemia de Covid-19.

Estos retos han impulsado a los gobiernos a adoptar políticas más integradoras y multisectoriales, reconociendo que la salud es influenciada por una amplia gama de factores sociales, económicos y ambientales. 

Hasta aquí, todo suena lógico y entendible; sin embargo, la Salud Pública, como cualquier otra disciplina, puede ser malinterpretada o utilizada para fines políticos, lo que puede tener consecuencias significativas en la sociedad; y esto es, precisamente lo que ha ocurrido los últimos cinco años en México.

La Salud Pública puede ser politizada, utilizándose como herramienta para promover agendas e ideologías específicas. En algunos casos, los datos epidemiológicos o las recomendaciones de salud pueden ser manipulados o interpretados de manera sesgada para respaldar políticas gubernamentales o desacreditar a opositores políticos. En México, lamentablemente, esto ha venido ocurriendo, desde el 2019 y en gran medida, financiado con el dinero del erario.

En contextos de crisis sanitarias, como pandemias, la urgencia de tomar decisiones rápidas puede llevar a la adopción de políticas sin el suficiente análisis o investigación, lo que puede resultar en decisiones poco efectivas o incluso contraproducentes. Tal fue el caso de la negativa a realizar pruebas de detección a covid-19, la negativa al uso de cubrebocas o la decisión de solo comprar las vacunas pactadas al régimen cubano o las “donadas” por Rusia. En todos esos casos, Se buscó generar “ahorros” que le proporcionaran al Ejecutivo, recursos necesarios para sus “programas sociales”.

El aspecto más lamentable y, quizá, siniestro de esta política, es la combinación del uso faccioso de la Salud Pública con un recorte claro a la atención médica, llegando al extremo de culpar a los pacientes por su estado de salud, brindándoles, si acaso, la atención médica más básica y de menor costo posible.

Equilibrar el enfoque y los recursos entre la Salud Pública y la atención médica directa es crucial para un sistema de salud efectivo. Priorizar excesivamente la Salud Pública tanto en políticas como en presupuesto, descuidando la atención médica individual, puede llevar a desequilibrios significativos con consecuencias a corto plazo en la morbi-mortalidad.

Cuando la atención médica directa es insuficiente, los individuos sufren debido a la falta de acceso a diagnósticos oportunos, tratamientos efectivos y cuidados continuos. Esto no solo afecta la calidad de vida de los pacientes, sino que también puede incrementar la carga sobre el sistema de salud a largo plazo, ya que las condiciones no tratadas o mal gestionadas pueden agravarse.

Además, la atención médica individual juega un papel crucial en la detección temprana de problemas de salud pública. Los profesionales de la salud en contacto directo con pacientes son, a menudo, los primeros en identificar patrones emergentes de enfermedades o efectos adversos de tratamientos, información vital para las estrategias de salud pública. En México, sin embargo, los profesionales de la salud han sido ignorados y maltratados.

Es por ello que un enfoque equilibrado que valore tanto la Salud Pública como la atención médica individual es esencial. Las políticas y asignaciones presupuestarias deben diseñarse de manera que fortalezcan ambos aspectos, asegurando una atención integral que abarque desde la prevención y promoción de la salud, pero sin descuidar el tratamiento y cuidado de enfermedades específicas. En México, sin embargo, llevamos 8 años de pérdidas y subejercicio del presupuesto a la salud.

En términos generales, un sistema de salud ideal debería, si, invertir de manera significativa en la prevención, ya que esto puede reducir la incidencia de enfermedades, disminuir la carga sobre los servicios de atención médica, y mejorar la calidad de vida de la población. La prevención incluye no solo vacunaciones y programas de educación en salud, sino también políticas públicas que aborden determinantes sociales de la salud; y no, no hablamos solo de alimentación saludable, sino de vivienda, trabajo, educación y medio ambiente. 

Sin embargo, no se puede descuidar la atención médica directa. Incluso con las mejores estrategias de prevención, siempre habrá necesidad de tratar enfermedades agudas y crónicas. La atención médica de calidad es esencial para manejar estas condiciones, reducir la mortalidad y morbilidad, y proporcionar cuidados paliativos. El vendernos la idea de que la salud debe ser barata y descuidar la atención médica para favorecer solamente a una Salud Pública, que además está encaminada apoyar a un movimiento político, no solo es poco ético, sino que claramente pone en riesgo la salud y atenta contra la vida de los ciudadanos.

El balance óptimo depende también de la etapa de desarrollo del sistema de salud y las necesidades cambiantes de la población. Por ejemplo, en países con una alta carga de enfermedades infecciosas, la inversión en medidas preventivas como saneamiento y vacunación puede tener un impacto mayor. En cambio, en países como México, con una prevalencia creciente de enfermedades crónicas, como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, se requiere un enfoque más equilibrado que incluya tanto prevención como manejo y tratamiento de estas condiciones. Educar en materia de alimentación es bueno, pero no salvará las vidas de quienes hoy padecen diabetes, obesidad o insuficiencia cardiaca.

Le quedan 9 meses a esta administración y podemos decir ya, que este ha sido un sexenio perdido en materia de salud. La atención médica se encuentra en sus niveles más bajos de cobertura y calidad, provocadas por el gran retroceso al perder el financiamiento del Seguro Popular, un desabasto autoinfligido de medicamentos e insumos, así como la apropiación y la reciente centralización de recursos de la salud. 

En este contexto, en la reconstrucción del sistema de salud de México, deberá analizarse y, si fuera el caso, sancionarse, el uso sesgado y político que, en los últimos años, se le dio a la Salud Pública.

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