La marcha hacia el gas natural y la dependencia externa
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La marcha hacia el gas natural y la dependencia externa
La marcha hacia el gas natural y la dependencia externa. Foto: Pixabay

Del Programa de Desarrollo y Reestructuración del Sector Energía, 1995-2000, ya no se habla – quizá con razón, dada su antigüedad. Sin embargo, es un referente sobre tres asuntos que yacen en el centro de las tribulaciones energéticas del México actual: (1) la alta participación del gas natural en la mezcla de generación eléctrica (60%); (2) la alta dependencia de las importaciones de gas natural (80% de la oferta), en su práctica totalidad proveniente de Texas; y (3) la disputada participación privada en la generación eléctrica (46%).

Dos oraciones al comienzo de un breve párrafo en la sección dedicada a describir las estrategias del Programa marcan el inicio del cambio que derivó en este triple desenlace:

“Para fin de siglo (XX), la participación relativa de los hidrocarburos se mantendrá en alrededor de 54%, tanto en términos de capacidad instalada como de generación.  Empero, dentro de éstos, habrá aumentado significativamente el uso del gas natural, disminuyendo correlativamente el del combustóleo…”

Más adelante, el Programa establece la contribución que se espera del sector privado:

“La participación del sector privado en la expansión del sistema de generación es fundamental para apoyar los esfuerzos de la CFE y para liberar recursos financieros que podrán canalizarse a las áreas de transmisión y distribución.  La transparencia regulatoria facilitará la participación de los productores externos y proporcionará señales positivas respecto a los proyectos de generación con participación privada”.

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La confluencia de varios factores a mediados de los 90 influyó determinantemente en esta visión para la industria eléctrica. Primero, la crisis financiera y cambiaria de diciembre de 1994 impulsó al gobierno buscar nuevas vías de financiamiento para atender al crecimiento en la demanda eléctrica. Aumentar el endeudamiento no era opción en medio de una crisis financiera, de modo que la inversión privada se convirtió en un recurso a aprovechar.

Segundo, la oleada mundial de entusiasmo con la liberalización de mercados y la búsqueda de eficiencias llegó al sector eléctrico. En Chile, Reino Unido, Estados Unidos y otros países de la OCDE avanzaban los procesos de privatización de la industria eléctrica, demostrando que era posible descansar en la competencia de empresas privadas para abatir costos de generación.

Tercero, el avance tecnológico redujo el costo y aumentó la flexibilidad de generar electricidad con gas natural. Las eficiencias conseguidas en centrales de ciclo combinado transformaron el diseño de sistemas eléctricos donde la disponibilidad de gas natural era elevada.

Y cuarto, la preocupación por el medio ambiente impulsó la reestructuración de la mezcla energética a favor de fuentes menos contaminantes. El gas natural, además de menos caro, emite menos carbono y otras sustancias nocivas a la atmósfera que el combustóleo o el carbón. El asunto cobró especial interés a partir de la terrible experiencia del entonces Distrito Federal con la contaminación del aire (la que resultó en otros programas, como “hoy no circula”, las inversiones en gasolinas de mejor calidad y el cierre de la refinería de Azcapotzalco, entre otros), y de la creciente atención puesta en las conferencias internacionales sobre cambio climático.

El Programa mismo destaca al mayor uso de gas natural como un aporte en el esfuerzo para reducir emisiones nocivas provenientes de la quema de combustóleo:

“Si se dispone de oferta suficiente de gas natural para dar cumplimiento a los límites de emisión que establece la norma NOM-085-ECOL-1994 a partir del 1o. de enero de 1998, la CFE deberá reacondicionar, si así lo requieren, todas las centrales termoeléctricas que se encuentren en las zonas ambientalmente críticas como Guadalajara, Monterrey, los municipios de Tijuana y Ciudad Juárez, y en los corredores industriales de Coatzacoalcos-Minatitlán, Irapuato-Celaya-Salamanca, Tula-Vito-Apasco y Tampico-Madero-Altamira, para que utilicen gas natural en lugar de combustóleo. Asimismo, se deben adecuar las instalaciones para recibir y almacenar el combustible”.

Es notable que la estrategia no hace referencia a la que terminaría siendo una enorme dependencia externa del sector eléctrico. Sus objetivos de desarrollar y reestructurar a la industria son fundamentalmente internos, enfatizando la eficiencia y el medio ambiente, bajo la premisa de que la producción de gas natural será suficientemente elevada para cubrir la mayoría de las necesidades nacionales. Era razonable suponerlo en 1995, cuando el declive de la producción nacional se veía lejano.

Así ocurre con las decisiones de la política pública: no pueden escapar al destino de las consecuencias inesperadas y ciertamente no pueden evadir la máxima de que no hay almuerzo gratuito. Aumentar la participación del gas natural en la mezcla eléctrica y reducir emisiones significó también aumentar la dependencia externa. En un mundo sin alto riesgo geopolítico, como el de la de los globalizantes 90, se entiende; en el mundo de vuelta al regionalismo que empieza a configurarse en la tercera década del siglo 21, ya no es tan claro cuál ruta seguir: ¿pagar menos por gas natural a costa de depender de un solo proveedor externo, como ahora, o pagar un precio más alto con el fin de depender de varios proveedores del resto del mundo?

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El próximo gobierno lanzará una nueva estrategia energética. Es casi seguro que otorgue a las energías renovables el énfasis que hace 25 años brindó al gas natural, por las mismas razones económicas y medioambientales de entonces. Nuevos costos y más consecuencias inesperadas surgirán inevitablemente. Como no se les puede conocer de antemano, será imprescindible construir la nueva estrategia a partir de escenarios de resiliencia y de una política que especifique los niveles de tolerancia a la dependencia de importaciones.

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