El presidente Trump no la ha pasado bien en los últimos días. Sus intentos por pacificar la guerra en Ucrania o el Medio Oriente han sido como llamadas a misa; el dólar pierde su valor ante otras monedas del mundo; la guerra comercial con China expuso su debilidad frente a Xi Jinping; su ruptura con Elon Musk -con graves acusaciones incluídas- lo tiene descolocado; sumado a lo anterior, las elecciones intermedias no parecen favorables para su partido.
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Sin embargo, un populista como él puede encontrar cualquier pretexto para señalar la “paja en el ojo ajeno”, incluso como lo ha hecho en repetidas ocasiones, se atreve a inventar una realidad inexistente y las protestas en Los Ángeles es la coartada perfecta.
Por lo envió más de 700 marines, 2,000 agentes adicionales en apoyo de ICE y desplegó a 2 mil efectivos de la Guardia Nacional (cuerpo armado potestad de los gobernadores), acto no ocurrido desde 1965, y que el mismo Trump ni siquiera lo intentó en 2020 en medio del estallamiento social debido al asesinato de Goerge Floyd a manos de un policía. El presidente no solo se encuentra en una cruzada contra los migrantes, sino también tiene claro que tiene que ir por el gobernador de California, Gavin Newsom y la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, demócratas y, para Trump, enemigos.
Fiel a su costumbre, Trump repite como mantra que lo ocurrido en California es una “invasión extranjera”, que ”es un ataque contra la paz, el orden público y la soberanía nacional llevado a cabo por criminales que enarbolan banderas extranjeras con el objetivo de continuar la invasión extranjera de nuestro país”, además “que los agitadores de izquierda lanzan bombas a los autos que pasan, como animales”. Insiste en que “nuestro país es destruido por la invasión y la anarquía del tercer mundo aquí en casa, como está sucediendo en California. No permitiremos que una ciudad estadounidense sea invadida y conquistada por un enemigo extranjero”.
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Así, mientras viola derechos humanos, leyes y el federalismo estadounidense, Trump da rienda suelta a su xenofobia, a su promesa de campaña de realizar deportaciones masivas, intimida a Newsom de cara a las elecciones y, de paso, se dio tiempo de amenazar a Sheinbaum. En esta realidad que inventa el presidente, las protestas -que en su gran mayoría han sido pacíficas-, le caen “como anillo al dedo”. Mientras tanto, cientos de detenciones a personas migrantes y redadas autoritarias continúan.