Agua contaminada: la amenaza oculta
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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Agua contaminada: la amenaza oculta
El agua potable debe ser por definición inodora, incolora, insípida y bacteriológicamente pura. Foto: Envato Elements

El agua potable debe ser por definición: inodora, incolora, insípida y bacteriológicamente pura. Hoy en día, el agua potable debe estar sujeta a estrictas normas de control de sustancias, vigiladas y medidas en concentraciones verdaderamente minúsculas, imperceptibles para los sentidos humanos. Estos contaminantes pueden ser tan peligrosos, que se miden en partes por millón o partes por billón. Así de estrictas son las normas internacionales.

La crisis de agua potable que en estos momentos sufre la alcaldía Benito Juárez de la ciudad de México es, una vez más, el reflejo de la incompetencia de varios actores y deja ver claramente las carencias procedimentales y de recursos, pero, sobre todo, la carencia de criterio durante el manejo de una crisis tan grave como esta.

Siguiendo la misma cadena de desaciertos del Gobierno Federal durante la pandemia, el gobierno de la Ciudad de México siguió al pie de la letra ese manual de procedimientos para que todo salga mal. En un inicio, el jefe de gobierno negó el problema y, no fue hasta cuando la presión de la opinión pública y la difusión de la inminente contaminación del agua potable se convirtió en algo verdaderamente relevante, que se emprendieron las primeras acciones, limitadas por los pocos recursos técnicos, humanos y de una gran ignorancia sobre la naturaleza del problema.

Fue debido a la enorme presión proveniente de las declaraciones de los vecinos afectados, que se llevó a cabo inicialmente, un análisis en búsqueda de gases explosivos en cisternas, como si esto se debiera a un derrame de combustible en el drenaje. El primer veredicto: no se detectaba algún índice de explosividad, por lo que el agua era “segura para beber”.

Tuvo que pasar más de una semana para que se declarara el hallazgo de “algún tipo de contaminante” y se atribuyera el problema a la contaminación de un pozo específico (sólo uno), posterior a lo cual levantarían una denuncia de hechos, argumentando sabotaje.

Sí, el gobierno de la Ciudad de México ha querido transmitir el mensaje de qué en un solo pozo, alguien, misteriosamente, vertió algún líquido. Cuesta trabajo imaginarnos a dos individuos encapuchados, vaciando latas de aceite o bidones de diésel, al interior de un pozo para luego salir corriendo.

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Han pasado ya cerca de cuatro semanas desde el inicio del problema y a este punto las autoridades no han mostrado los resultados de algún estudio de laboratorio que muestre análisis cromatográficos. Lo único que existe de manera oficial, son boletines, declaraciones y una tabla de Excel que asegura que el agua se encuentra limpia y “sin aroma”. A principios de la semana pasada, se dieron a conocer los resultados de un análisis realizado por un particular que mostraba en la gráfica de una cromatografía, diferentes compuestos derivados del benceno, entre ellos, dos tipos de diclorobenceno y cloroformo. Esto es muy grave.

Los compuestos bencénicos son contaminantes que, aunque no siempre visibles, representan un riesgo significativo para la salud pública y requieren de una acción inmediata y eficaz por parte de las autoridades.

Los hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs) y el benceno, tolueno, etilbenceno y xilenos (BTEX) son compuestos orgánicos volátiles comúnmente encontrados en petróleo y sus derivados. Estos compuestos son altamente preocupantes debido a su capacidad para infiltrarse en los sistemas acuíferos y afectar la calidad del agua potable. A este punto es claro que, como lo ha comentado José Luis Luege, esta no es una contaminación causada por dos latas de aceite vertidas en un pozo, sino por una contaminación crónica de hidrocarburos al subsuelo que se ha logrado transmitir a los mantos freáticos, contaminando el agua.

El benceno, uno de los compuestos más estudiados, es clasificado como un carcinógeno humano por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC). La exposición al benceno puede provocar no solo formas de cáncer, como leucemia, sino también efectos adversos sobre el sistema inmunológico y reproductivo. Los otros compuestos, aunque menos estudiados, muestran efectos tóxicos similares.

Además, los efectos de estas sustancias no se limitan a exposiciones de altas concentraciones. Diversas investigaciones sugieren que incluso a bajas dosis, pero con exposiciones prolongadas, los riesgos para la salud son significativos, destacando la importancia de monitorear y controlar la existencia de estos químicos en el agua destinada al consumo humano.

Ese es el problema, que desconocemos desde cuando los vecinos han estado consumiendo compuestos bencénicos aún antes de ser detectables mediante los sentidos. Peor aún, no conocemos las cifras de los análisis previos específicamente para estas sustancias, por una sencilla razón: no existen. El gobierno de la ciudad no los realiza de manera rutinaria y si así fuera, no se encuentran disponibles para consulta o sencillamente se están ocultando los resultados.

La determinación precisa, rutinaria y frecuente de los niveles de hidrocarburos en el agua es fundamental para evaluar la contaminación y tomar medidas correctivas. Las técnicas más comúnmente usadas por los sistemas de aguas y saneamiento de diferentes ciudades en el mundo y que además se encuentran comercialmente disponibles, incluyen cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas y la espectroscopía ultravioleta-visible (UV-Vis), utilizada para detectar la presencia de hidrocarburos aromáticos; esta técnica suele ser menos costosa que la GC-MS y puede ser aplicada directamente en campo.

Sin embargo, al momento de escribir esta columna, las brigadas de atención a ciudadanos en los parques de la alcaldía solamente están llevando a cabo detección de gases explosivos (como el metano) y determinación de niveles de cloro. Por algún motivo, a casi cuatro semanas de este desastre, siguen sin determinarse los niveles de benceno.

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La detección de compuestos bencénicos y otros hidrocarburos en el agua potable no es simplemente un problema técnico, sino un serio riesgo para la salud que requiere una respuesta urgente.

Las autoridades debieron actuar de manera inmediata para mitigar el impacto ambiental y sanitario de esta contaminación. Esto incluye no sólo la remediación y purificación del agua afectada sino también la implementación de medidas preventivas para evitar futuras contaminaciones.

Por el contrario, lo único que hemos escuchado hasta el momento ha sido negación, subestimación del problema, datos sobre compuestos no pedidos o irrelevantes y una absurda declaración de que el agua ya es segura “por qué no presenta olor”.

Si decenas de miles de personas estuvieron ingiriendo agua con hidrocarburos, aún antes de que estos pudieran olerse, estaríamos hablando de varias semanas, si no es que meses, de una población expuesta a una sustancia tóxica y potencialmente carcinógena.

El Consejo de Salubridad General y el Instituto Nacional de Salud Pública debería estar dirigiendo las acciones para determinar el posible impacto (actual y futuro) en la salud. La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente debería estar investigando ampliamente el origen, magnitud y consecuencias de esta contaminación.

El gobierno tiene una vez más, una emergencia sanitaria y, una vez más, simplemente lo niega.

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