La opacidad del presente
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La opacidad del presente
Hace 10 años, la Reunión Ministerial del Foro Internacional de la Energía en Moscú, Rusia, marcó cambios en el mercado petrolero. Foto: Loïc Manegarium/ Pexels

El miércoles de la semana pasada se cumplieron 10 años desde la decimocuarta Reunión Ministerial del Foro Internacional de la Energía, celebrada en Moscú. El evento no figura en las páginas de historia con H mayúscula, pero es una escala ilustrativa sobre la dificultad de interpretar los acontecimientos mientras se desenvuelven.

Por un lado, tuvo lugar un par de meses después de que Rusia anexara la península de Crimea, hasta entonces territorio ucraniano. Por el otro, ningún asistente previó la profunda agitación que se gestaba, de manera silenciosa e imperceptible, en el mercado petrolero. Ni el orden internacional ni el mercado de crudo volverían a ser los mismos, si bien en esa reunión solo parecía evidente lo primero.

La anexión rusa de Crimea el 21 de marzo de ese año abrió una grieta en el orden internacional. Era la primera vez desde la invasión de Irak a Kuwait, en 1990, que una potencia petrolera invadía con ambiciones territoriales a un país vecino. Nuevamente se abría la posibilidad, confirmada ocho años después con la invasión plena de Rusia sobre Ucrania, de que las fronteras europeas volverían a trazarse por la vía de las armas. Nuevamente un abismo separaba a Europa Occidental de Rusia.

Tres días después de la anexión, el 24 de marzo, el G8 se convirtió en el G7. El presidente de Rusia ya no sería invitado a la mesa con sus pares de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón a revisar las prioridades de la agenda económica internacional. Rusia enfrentaría sanciones económicas y los gobiernos de la OCDE dejarían de participar en eventos organizados en territorio ruso.

Cuando los ministros de energía se reunieron en Moscú el 15 de mayo de 2014, fue notoria la ausencia de representantes de occidente. Por primera vez desde la fundación del diálogo productores-consumidores, como también se le conoce al Foro Internacional de la Energía, la conversación estaría dominada solamente por la óptica de los países ubicados al este del Canal de Suez. El diálogo este-oeste, o cuando menos Rusia-occidente, sufría una fractura.

Ese día el precio del petróleo WTI, la referencia estadounidense, se ubicó en $101.74 dólares por barril, su nivel aproximado desde 2012. Nada sugería que podría desplomarse.

El documento presentado a los ministros por la Agencia Internacional de la Energía, integrada por economías de alto ingreso y primordialmente importadoras de energía, establecía que “la creciente producción de petróleo fuera de la OPEP está cambiando los patrones comerciales globales, pero es poco probable que reduzca los precios”.

Sobre la revolución del petróleo no convencional en Estados Unidos, esa “producción fuera de la OPEP” que llevaba cuatro años sorprendiendo a propios y extraños, observó: “este proceso de transformación, por lo profundo que sea, no debe interpretarse como un comienzo en una nueva era de ‘abundancia’ de energía, o como señal de una sobreoferta de suministro inminente que conduce a más bajo precios.

Además, “en lugar de crear un exceso de petróleo, el aumento del crecimiento del suministro no convencional hasta ahora simplemente ha compensado las interrupciones en otros lugares…si los precios caen, es ampliamente esperado que el crecimiento de la producción de petróleo ligero de EUA se ralentice rápidamente, apuntalando así a los precios”.

Finalmente, sobre la demanda, decía que “la creciente producción de petróleo no convencional en América del Norte ha estimulado la demanda, impulsando un ‘renacimiento’ inesperado en la industria petroquímica de América del Norte”.

El análisis de referencia de la OPEP señalaba que “la mejora actualmente esperada en la economía global también está resultando en una mayor demanda de petróleo”. Por el lado de la oferta, establecía que “se espera que el rendimiento por encima de la tendencia en el suministro no OPEP continúe en 2014. Esto se atribuye principalmente al rápido crecimiento en América del Norte, en gran medida de la producción de petróleo estricto de los Estados Unidos”.

Al mes siguiente, las estimaciones de la AIE y la OPEP parecieron validadas. La demanda mundial de crudo se veía suficientemente robusta para absorber la oferta adicional de Estados Unidos. El 16 de junio, el precio de petróleo WTI alcanzó un pico de $107.95 dólares por barril y la AIE estimaba un sano crecimiento en la demanda de crudo de 1.3 millones de barriles diarios para todo 2014. Nada fuera de la costumbre de los últimos dos años.

A partir del 11 julio, sin embargo, la confianza en estos pronósticos comenzó a desmoronarse. En vista de un menor pronóstico de crecimiento económico mundial por parte del FMI, la AIE recortó por primera vez en el año su estimado de demanda en 90 mil barriles diarios, mientras el de oferta apuntaba en la dirección opuesta. El WTI bajó a $101.45 dólares, o casi 7%. En agosto, la demanda estimada volvió a caer, esta vez drásticamente, en 400 mil barriles, o 30% del esperado para todo el año. Para septiembre la AIE apuntaba en su reporte mensual del mercado petrolero que los “precios del petróleo cayeron bruscamente en agosto, arrastrados ​​por un suministro abundante e indicaciones adicionales de un lento crecimiento económico y de demanda petrolera…[El] precio del WTI fue de alrededor de $91.40 dólares por barril”.

El precio del petróleo siguió descendiendo en octubre y noviembre, motivando a los participantes del mercado a buscar, si no es que solicitar, una señal de la OPEP a favor de un acuerdo de recorte de producción y así balancear la oferta con la menor demanda.

Esperaron en vano. Ni Arabia Saudí ni el resto de los miembros de la OPEP, ni mucho otros prominentes actores, como Rusia, Venezuela o México, estuvieron dispuestos a recortar su producción. Siguió una cruenta guerra de precios bajo la premisa de que ésta obligaría a una reducción de la producción no convencional de Estados Unidos, más cara de obtener que la saudí. Pero los productores estadounidenses mostraron una resiliencia insospechada, apoyados por el enorme mercado financiero de su país. El preció siguió cayendo, debilitando más de un presupuesto público por los siguientes dos años y provocando una demora sin precedente en las inversiones de las empresas petroleras. El 11 de febrero de 2016 el precio del crudo tocaría un piso de $26.19 dólares por barril. Quienes tomaron decisiones pensando que el precio se mantendría alrededor de 100 dólares por barril, construyeron castillos en el aire.

Tomaría hasta diciembre de ese año para empezar a poner en orden al mercado, con el Acuerdo entre los miembros de la OPEP y otros países productores notablemente Rusia.

Mayo 15 de 2014 debería figurar en alguna página de la historia con h minúscula, tan solo como advertencia. Ni el avance ruso sobre Ucrania se detuvo en Crimea, ni el precio del petróleo revelaba la inminencia de una desaceleración en la demanda. La opacidad no solo es una característica propia del futuro, lo es también del presente.

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