¿Cállate blancx? 5 pasos para ser un aliadx antirracista
El elefante en la sala

Emprendedor social, estudió economía en el ITAM y un MBA en la Universidad de Essex. Tiene estudios en Racismo y Xenofobia en la UNAM, El Colegio de México y la Universidad de Guadalajara. En 2018 fundó RacismoMX, organización que tiene como objetivo combatir al racismo mediante investigación, educación e impacto en medios. En 2021 obtuvo el fellowship de la organización Echoing Green, reconocido por ser líder global por la igualdad racial. X: @Racismo_MX

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Foto: Pixabay

Durante mi tiempo como activista antirracista y trabajando con personas y organizaciones públicas o privadas, me he encontrado con una pregunta recurrente: siendo una persona blanca o en situación de privilegio racial en México, ¿qué puedo hacer para ser aliada/e/o antirracista? Mi reflexión al respecto es la siguiente:

Como en cualquier lucha contra algún sistema de opresión, desde mi perspectiva, puede resultar importante tener personas aliadas que, a pesar de no haber vivido dichas opresiones –o no en la misma medida–, puedan utilizar su influencia, poder de decisión o privilegio para apoyar el avance de las demandas por la igualdad y no discriminación, así como para terminar con estructuras históricas de opresión. Ejemplos de estas alianzas son los hombres (cis y trans) en los movimientos antipatriarcales y feministas, o las personas heterosexuales en el caso de la lucha por los derechos LGBTIQ+. En el caso del movimiento antirracista, las personas blancas o racializadas en ventaja en nuestra sociedad podrían ser esas aliadas naturales.

Sin embargo, así como en otras luchas sociales, no todas las personas dentro del movimiento antirracista estarán de acuerdo en que personas blancas se involucren o incluso sean aliadas. Es perfectamente comprensible esta posición, ya que dado el pasado colonial y el contexto extractivista de nuestro país, las poblaciones indígenas o afrodescendientes, por ejemplo, pueden leer esta alianza como una forma de entrar en sus comunidades y explotar su cultura, sus territorios o recursos naturales. Para la mayoría racializada, esto puede leerse como una estrategia para comprar votos, o bien para dar una imagen mercadológica de inclusión y diversidad. Además, históricamente estos acercamientos no han cambiado las estructuras de poder, sino por el contrario, han servido para mantener ese status quo y la jerarquía social desigual. Es por ello que al querer ser aliadx antirracista, la persona blanca o en privilegio debe hacerlo al ritmo que las personas racializadas (o colectivas) lo permitan, y siempre bajo la consigna de que los términos de la lucha antirracista los establecemos las personas racializadas y no las que se han beneficiado del racismo.

El primer paso para ser aliadx es escuchar y empatizar con las experiencias de personas racializadas. He sido testigo de cómo cuando en redes sociales o en pláticas de sobremesa aparece el tema del racismo, las personas blancas son las primeras en querer opinar, en intentar definir qué es racismo o de argumentar que eso no existe en México, incluso, peor aún, afirman que la lucha antirracista es de “resentidxs”. Una buena persona aliada antirracista es quien habla menos y escucha más. Eso sí, nunca con una actitud condescendiente o de lástima, las personas racializadas no somos víctimas por definición, sólo hemos vivido experiencias que nos han minorizado e impedido el acceso a espacios o derechos, y eso hace que sea legítimo alzar nuestra voz. Para esto es necesario que nos escuchen.

Un segundo paso es nunca dudar de las experiencias de las personas racializadas. Igual que en otro tipo de discriminaciones, las experiencias de personas racializadas pueden ir desde actos muy sutiles de rechazo o discriminación, hasta desigualdades estructurales que se traducen en privación de derechos e incluso la violencia. En ese sentido, escuchar las experiencias y tratar de entender las estructuras racistas que operan detrás es fundamental para una buena alianza. Puede parecer sencillo, pero muchas personas blancas caen en el gaslighting, que son actitudes como dudar constantemente de dichas experiencias (“¿estás segura que eso pasó?”), pretender que no se “entienden” o minimizar la experiencia (“¡era una broma, no exageres!”), así como de culpar del acto racista a la persona que lo recibe y no a quien lo ejerce. (“¿Pero qué hiciste que provocaste eso?”).

Un tercer paso es no fiscalizar el tono de nuestras demandas. Es natural que cuando alguien vive alguna experiencia de racismo, ya sea un caso de perfilamiento racial, la privación de algún derecho, o incluso, hasta actos violentos por parte del Estado, se tiendan a mostrar los sentimientos y emociones de manera cruda. No obstante, me he topado con que no pocas personas blancas tienden a fiscalizar la forma en que se manifiestan dichos sentimientos, haciendo comentarios como “si lo pidieras por favor, te ayudaría”, “si quieres respeto, no grites”, “hay otras formas de hacer tu lucha”, “es que eso que dices es muy ‘violento’”, entre otras. Pensar que hay una manera “correcta” de luchar en contra del racismo es otra forma de seguir deshumanizando a la persona que lo ha vivido o, peor aún, el que las personas blancas nos digan a las personas racializadas cuál es la mejor forma de hacer nuestra lucha, es replicar el racismo y la estructura de poder en donde ellxs nos dicen cómo debemos comportarnos para no incomodarles. La persona aliada blanca debe entender que la lucha antirracista es incómoda por definición.

Un cuarto paso es no sentir culpa. El sentimiento de culpa de las personas blancas no sirve para la lucha antirracista, porque entendemos que esta lucha se traduce en acción y no en los sentimientos de las personas beneficiadas por el sistema del racismo. Nadie tiene la “culpa” de haber nacido con privilegios de clase, de racialidad o de género, pero sí tenemos la responsabilidad de luchar entre todas y todos por una sociedad más justa en donde estos privilegios dejen de existir solo para unas cuantas personas. Además, la culpa tiende a poner de nuevo la atención en la persona blanca que la siente y no en las emociones de las personas racializadas, alejándonos de la búsqueda de soluciones para erradicar las estructuras racistas y desiguales.

Finalmente, un quinto paso es no caer en actitudes de “salvación blanca”. Muchas personas blancas que quieren luchar en contra del racismo acaban replicándolo al tomar el protagonismo de una lucha que no les corresponde. Cuando una persona blanca sobresale más que la acción antirracista en sí, comienza a levantar muchas sospechas. Es común escuchar “le doy voz a quien no la tiene” y eso es preocupante. Todas las personas tenemos voz, solo que unas voces se han escuchado más que otras históricamente. Por esta razón, entre otras, es que las personas racializadas dudamos cuando una persona blanca se quiere sumar al antirracismo. Sin embargo, las personas blancas sí pueden ser parte de la lucha contra el racismo de muchas formas, desde callando y cediendo el micrófono y espacios, hasta usando sus privilegios y posición de poder para cambiar las estructuras.

Con estos puntos no pretendo dar una receta extensiva contra el racismo, pero sí señalar varias actitudes que veo muy frecuentemente y que manifiestan este problema social en los espacios que habitamos, desde la escuela, el trabajo y la vida social. Combatir estas actitudes puede ayudar a las personas blancas que busquen ser aliadas a actuar de manera más asertiva en la lucha contra el racismo sin replicarlo.

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