Ya van más de 260 días de que iniciaron los ataques más reiterados y devastadores del etnoestado israelí a Palestina. Más de medio año de escuchar diariamente las masacres perpetuadas hacia la población palestina, y que las grandes potencias como Estados Unidos continúan con el abastecimiento de armas al estado genocida de Israel.
En este periodo también han surgido muchas posturas que critican el apoyar la liberación de Palestina si este respaldo proviene de personas de la disidencia sexogenérica. Cuestionan por qué estar en contra de un genocidio si en Palestina hay mucha homofobia, si rechazan a personas LGBT+, si “las matarían por ir” y otros argumentos falaces. Opiniones de ese estilo minimizan lo que está sucediendo en Palestina y los territorios ocupados, y que por la homofobia y transfobia que se vive ahí parece equivocado alzar la voz. Todo esto como si no hubiese personas disidentes palestinas que resisten a su manera y que han tenido que enfrentarse a la matanza israelí, y como si la falta de aceptación social –que no es exclusiva de Palestina, tomando en cuenta que en México y otros países hay muchísimos crímenes de odio– justificara que se busque el exterminio de una población.
Además, pienso esas críticas dejan de lado que la que es considerada la primera marcha LGBT+ en Occidente fue una protesta contra la violencia de estado ejercida por los cuerpos policiales estadounidenses. Entonces, ¿no sería lógico manifestarse en contra de estas acciones? ¿Por qué deberíamos quedarnos callades ante lo que está sucediendo? Mostrar solidaridad con la población palestina no implica no criticar los tratos que pueden recibir las personas disidentes, pero lo apremiante son las bombas que lanza el estado asesino de Israel; el cierre de fronteras que evita que les palestines salgan (o les sea muy complicado hacerlo) o que entren víveres para subsistir; la destrucción de edificios, incluyendo casas y hospitales; la desaparición y tortura de personas adultas e inclusive infancias. Se está buscando su exterminio, y eso es lo que se denuncia.
Levantarse en contra del colonialismo, que engloba al israelí, debería ser uno de los ejes fundamentales de la lucha disidente. Hay que evitar caer en la mercantilización de estas identidades políticas, reflexionar y entender cómo están entrelazadas con otras que a primera instancia podríamos concebir como ajenas. Estar atentes del pinkwashing que hace Israel es otro punto que urge abordar; sus crímenes de guerra no pueden quedar opacados por la “libertad” y “garantía de derechos” que concede a personas LGBT+. Lavar su imagen de estado colono y genocida con la instrumentalización de las luchas LGBT+ es un foco de alarma que tendría que empujarnos a mirar lo que atraviesan las disidencias en Palestina.
Ignorar lo que está aconteciendo en Palestina, así como en El Congo o Sudán, igual víctimas de genocidios, es ser cómplices de los sistemas opresores que quieren cooptar los movimientos de liberación que imaginan otras formas de ser y convivir.
Por eso, consignas como “con genocidio no hay orgullo” estuvieron y estarán presentes en varias movilizaciones mexicanas en el marco del Día del Orgullo LGBT+, porque nadie es libre hasta que todes lo seamos.